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Crítica: ‘Tár’ (Todd Field, 2022)

No ha habido muchos personajes en la pantalla como Lydia Tár.

Si Tár de Todd Field se hubiera estrenado hace cincuenta años, el personaje habría sido una sinvergüenza entrañable, cuyas geniales fechorías nos harían reír. Si la rodase hoy cualquier otro cineasta, nos la presentaría como una villana inequívoca. En cualquier caso, el protagonista sería un hombre. Estoy pensando quizá en Richard Burton o Peter O’Toole en el primer caso, y en George Clooney o en alguien que quiera evitar el encasillamiento en busca de algún premio en el segundo. En el caso que nos ocupa, el personaje lo encarna Cate Blanchett, y aunque sigue esta última fórmula (y ya ha comenzado a ganar premios), su actuación es sorprendentemente fresca y sirve de eje a una de las películas más originales e inolvidables del año.

Al inicio de Tár, nos encontramos a Lydia sentada durante una sesión de preguntas y respuestas en el Lincoln Center, mientras Adam Gopnik del New Yorker (interpretándose a sí mismo) recita sus logros frente a una multitud adinerada: directora de renombre mundial de la Filarmónica de Berlín, protegida personal de Leonard Bernstein, ganadora del Emmy, el Grammy, el Oscar y el Tony, comprometida con actividades humanitarias e ingeniosa. Ella se empapa con los elogios y luego, hábilmente, los desecha. Lo hace con ese refinado autodesprecio propio de quien sabe que no puede ser despreciado.

Lydia es un genio con G mayúscula, y no tiene miedo a la hora de mostrarlo, ya sea dirigiendo a una clase de estudiantes de la Escuela Juilliard (en la que se burla de su rechazo a los compositores canónicos masculinos blancos como Bach, mientras se describe orgullosamente como una «lesbiana camionera») o ejerciendo su poder sobre sus músicos mientras monta un ambicioso arreglo de la quinta sinfonía de Mahler.

Quienes soportan el peso de todo ello son su esposa Sharon (Nina Hoss), también violinista en la orquesta, y su sufrida asistente Francesca (Noémie Merlant, de Retrato de una mujer en llamas). El trabajo de Francesca consiste en llevar el equipaje de Lydia al extranjero, atenuar los vaivenes políticos de los músicos e ignorar y eliminar de forma diplomática los correos electrónicos, cada vez más apremiantes, de un exalumno «loco». Pero como cualquiera que haya leído las noticias en los últimos tiempos podría decirle a la protagonista, las acusaciones tienen una determinada forma de abrirse camino en la conciencia pública, y la aparentemente insumergible Lydia Tár no tarda en encontrar su lugar en la cima del peligro.

De forma inevitable, Tár será catalogada como un “drama del #MeToo”, y más o menos encaja en ello. Como dejan claro las referencias a la pandemia y a otros eventos actuales, esta es, en buena medida, una historia que transcurre aquí y ahora. Pero la mayoría de las películas realizadas hasta este momento bajo esa premisa parecen haber sido hechas con un determinado desenlace en mente. Dicho de otro modo: sus personajes y situaciones son manipulados de manera inversa para conducirnos a un sórdido ajuste de cuentas. Tár, en cambio, es ante todo un estudio de personajes. Y aunque Lydia Tár no es una persona real, la película se presenta de forma ocasional como un biopic, con la vida de la protagonista y su lugar en el mundo (reconocible en su autenticidad) cincelados en piedra.

Tár es una historia sobre el poder y la arrogancia, y sobre los mecanismos que derrocan a aquellos que se sienten demasiado cómodos en su corrupción. A decir verdad, Lydia Tár se habría derrumbado de una forma u otra. Que su perdición llegue como un escándalo de acoso sexual se debe, simplemente, a que su historia tiene lugar en 2022. En este sentido, Tár no es un drama del #MeToo, sino un drama de Lydia Tár.

No resulta muy exagerado decir que este personaje es la meta hacia la que se ha encaminado la carrera de Cate Blanchett. Desde que Adam Sandler encarnó a Howie Ratner en Diamantes en bruto, no se había visto un papel más ajustado a las dotes de un actor. Lydia le permite a Blanchett resultar dominante y etérea, divertida y aterradora, brillante y sumida en un profundo desgarro. La actriz parece disfrutar con cada movimiento del personaje y entiende cómo desplegar cada línea de diálogo para obtener el máximo efecto (por no hablar del hecho de que es ella, en realidad, quien dirige la orquesta de la película ).

Cuando uno ve Tár, puede entender con facilidad cómo esta mujer puede doblegar el mundo a su antojo y tomar el control de cualquier estancia. Te gusta ella, por su ingenio, por su talento, incluso cuando es evidente que sería una pesadilla conocerla. Cuando su mundo comienza a desmoronarse, una parte de ti todavía quiere verla llegar a lo más alto. Como ha sucedido y sucederá con tantas figuras de la vida real, sabes que probablemente sea un monstruo, pero es muy entretenida.

En gran medida, esto último también contribuye a separar este film de otras películas similares del ciclo #MeToo, que tienden a relacionarse (de forma comprensible) con el asunto del castigo. Tár probablemente no sea el ideal de una película para sentirse bien, pero Field y Blanchett conducen el asunto con un nítido ingenio y con un sentido de la ironía tan seco como el de la propia Lydia. Una de las primeras escenas ‒aquella en la que el personaje engatusa a una joven e ingeniosa violonchelista‒ destaca tanto por su siniestro encanto como por su comprensión del declinante espíritu de nuestra época («¿Qué álbum?», le pregunta Lydia cuando la joven menciona a Anna Netrebko como su mayor influencia. «Los videos de YouTube», responde. Ella se encoge de hombros y un leve gesto de vergüenza surca el rostro de Lydia).

Por lo demás, la toma final constituye el remate cinematográfico más sombríamente gracioso desde el desenlace de El callejón de las almas perdidas. A pesar de todo ello, Field y el director de fotografía Florian Hoffmeister filman los acontecimientos con una objetividad metódica y desconcertante. Es un material denso, pero se aborda con un toque lo suficientemente ligero como para que nunca agobie al espectador.

Lo que hace que Tár sea una película tan convincente es su voluntad de penetrar en áreas grises de la moral en un momento en que el discurso popular es cada vez más binario. Lydia Tár es una gran artista, y acaso también sea un monstruo (La película se desarrolla con la suficiente ambigüedad como para que uno pueda argumentar su inocencia, pero todos hemos pasado por esto suficientes veces para sacar conclusiones. Como cantó una vez Liz Phair, presagiando #MeToo hace un cuarto de siglo, “Las biografías que venden en los aeropuertos suelen contar la verdad”).

Esta no es una historia sobre el abuso a las víctimas, ni es una diatriba instintiva contra la cultura de la cancelación. Ya hemos visto ambas películas (la última más a menudo de lo que nos gustaría). Tár es es algo nuevo: una mirada perspicaz y mordazmente divertida sobre el poder y el estado de la cultura actual. Dada su valentía, su precisión y su poderío, uno sospecha que incluso Lydia Tár aprobaría el resultado, aunque probablemente lo haría trizas de todos modos.

Copyright de las imágenes © Focus Features, Emjag Productions, Standard Film Company, Universal Pictures. Reservados todos los derechos.

Copyright del artículo (CC© Oscar Goff. Este artículo se publicó originalmente en inglés en Boston Hassle y se traduce en Cualia con permiso del autor.

Oscar Goff

Oscar Goff es escritor y crítico de cine. Vive en Somerville, Massachusetts. Es editor de la sección de cine y crítico sénior de la aclamada revista 'Boston Hassle', donde escribe desde 2013. Su trabajo también ha aparecido en el periódico mensual 'Boston Compass' (donde fue editor de la sección de cine desde 2015 a 2020), así como en publicaciones como 'The ARTery' e 'iHeartNoise'. Asimismo, Oscar ha sido invitado a programas de televisión y mesas redondas, y ha presentado proyecciones y sesiones de preguntas y respuestas en el Teatro Somerville y en el Museo de Bellas Artes de Boston. Es miembro de la Boston Society of Film Critics y de la Boston Online Film Critics Association, y es un crítico aprobado en Rotten Tomatoes.