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Crítica: «T2: Trainspotting» (Danny Boyle, 2017)

¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Veinte años? Cuando en 1996 se estrenó Trainspotting, los espectadores entendimos que aquella película era pura mitología urbana. Un relato febril, subversivo, moderno en el mejor sentido, sobre todo porque en su metraje podían verificarse con facilidad las enfermedades sociales de aquel tiempo.

Como dije, se han esfumado un par de décadas, y tanto los personajes de aquel film como su público original hemos entrado en esa etapa de la vida en la que el tic-tac del reloj suena con odiosa insistencia.

Este tipo de secuelas suele ser vista con cierta reticencia, y sin embargo, la producción de T2: Trainspotting me parece más que justificada. Para empezar, se trata de una comedia negra rebosante de nostalgia y acidez. Boyle aprovecha las cenizas de aquella hoguera de 1996 para invitarnos a pensar en cuestiones con las que es fácil identificarse. Por ejemplo, el hecho de saldar cuentas con el pasado, sea a través de la redención o de la venganza. O el deseo de ser medio feliz cuando a uno le han contagiado un insuperable tedio existencial. O la dificultad de que alguien se encarrile moralmente cuando lleva toda la vida perdiendo los estribos y ensangrentando sus nudillos.

Esta vez, los protagonistas ensayan algún gesto de ternura y miran hacia el porvenir, pero en el fondo, no dejan de ser un puñado de inmaduros que ha dejado pasar demasiados trenes. Llegado cierto momento, le dan la vuelta a un viejo refrán. Para la mayoría, es mejor estar solo que mal acompañado. Pero para estos cuatro tipos, es mejor estar mal acompañado que solo.

Boyle dirige el relato con nervio, equilibrio y precisión, como corresponde a una crónica sentimental de estas características. Una vez más, demuestra que prolonga esa estirpe de visionarios británicos, fundada por el dúo Michael PowellEmeric Pressburger y consolidada por cineastas tan explosivos e irregulares como Lindsay AndersonKen Russell y Nicolas Roeg. Quien firma el guión es John Hodge, que lógicamente se inspira en las dos novelas de Irvine WelshTrainspotting y Porno.

En una película tan autorreferencial, marcada por el ayer, todo gravita en torno a los cuatro protagonistas, Mark «Rent Boy» Renton (Ewan McGregor), Daniel «Spud» Murphy (Ewen Bremner), Simon «Sick Boy» Williamson (Jonny Lee Miller) y Francis «Franco» Begbie (Robert Carlyle).

El punto de partida no podía ser otro que éste: Mark vuelve a Edimburgo, en busca de lo mucho que dejó atrás, y se reencuentra con los viejos colegas a quienes traicionó. «Spud» todavía es un yonqui. «Sick Boy» tiene un pub en el barrio de Leith, pero en realidad, continúa fuera de los márgenes de la ley. Y Begbie cumple una condena de veinticinco años sin tomarse la molestia de reducirla por buena conducta.

Gracias a una banda sonora que recupera viejos éxitos ‒Iggy Pop, Blondie, The Clash, The Prodigy, Queen…‒ para enmarcar los sonidos de hoy ‒ Young Fathers, High Contrast, Wolf Alice…‒, Boyle nos introduce con facilidad en ese universo retrospectivo en el que aún siguen los personajes. Y créanme, uno se suma a ellos con esa facilidad con la que reanudamos una conversación con viejos camaradas de juventud.

McGregor y Miller bordan sus papeles, pero quienes acaban robando la función son Bremner ‒con esa descoyuntada fragilidad‒ y un Robert Carlyle que impregna de melancolía y humor soterrado cada uno de sus delirios sociópatas. Por otra parte, es todo un placer volverles a escuchar hablando con un cerrado acento escocés, cargado de slang.

Como nos sucede a casi todos a medida que cumplimos años, algunas asperezas han ido limándose. La heroína intravenosa de 1996 se convierte aquí en una cicatriz del tiempo, y aunque no escasean los momentos duros, T2: Trainspotting tiene un corte voluntariamente menos afilado que el de su predecesora. Ahí va un ejemplo: frente a la icónica persecución por Princess Street del primer film, aquí recordaremos una charla de café en la que Mark define la contagiosa frivolidad digital.

Sin embargo, en el Edimburgo de la película ‒y sobre todo en ese Leith de colores fríos‒, la realidad sigue golpeando con puño de hierro. Seguramente por eso, el patetismo de muchas situaciones continúa llegándonos hasta las entrañas.

Entre sonrisas y golpes de efecto, el film nos conduce, finalmente, a ese punto en el que algunos sentimos cómo se hace realidad el viejo tango de Gardel: «Las ilusiones pasadas / ya no las puedo arrancar. / Sueño, con el pasado que añoro. / El tiempo viejo que hoy lloro / y que nunca volverá».

Sinopsis

Cuando los vimos por última vez…

Los cuatro amigos de toda la vida / socios / enemigos acérrimos habían viajado a Londres para vender una bolsa de heroína obtenida fortuitamente.

Mientras los demás duermen, Mark Renton se da a la fuga con todos los beneficios: 16.000 libras en efectivo. Se marcha sin más. No vuelve la mirada hacia atrás.

Le deja 4.000 Libras a Spud en una taquilla. Un regalo generoso, que resulta ser una bendición y una maldición para su receptor, un hombre con una irremediable adicción a la heroína.

Sick Boy, que jamás ha sentido sentimientos de lealtad, siente amarga envidia al igual que ira. Si alguien podía haber traicionado a sus amigos, tendría que haber sido él. Maldice su propia debilidad sentimental y sueña con la venganza.

Frank Begbie ha pasado la mayor parte de su vida adulta cual granada de mano. Renton simplemente tiró del pestillo. Puede que su rabia sea auto destructiva, pero es probable que no sea la única víctima.

Danny Boyle recuerda: «Nos topamos con la primera entrega de sopetón. Acabábamos de terminar Tumba abierta, con la que nos fue bastante bien, y de repente todos querían que hiciéramos otra. Teníamos entre manos el extraordinario libro de Irvine que seguía obsesionándonos. John Hodge comenzó a trabajar en el guion y supimos de repente que la haríamos. Entregó 20 páginas y dije algo así como `si, la haremos. Así que básicamente nos tropezamos con ello».

El productor Andrew Macdonald dice: «Nos preocupaba en aquel entonces que la película funcionara ya que trata con temas como las drogas o la cultura juvenil; aparte de parecer muy específicamente escocesa. Dudábamos si alguien la comprendería. Pero, enamorados del libro, estábamos desesperados por hacerla».

«Lo grandioso fue la inexperiencia total», dice el guionista John Hodge. «Si has hecho muchas cosas, no te sorprende lo que pueda ocurrir. Simplemente nos propusimos hacer una película entretenida. Estábamos acabando el guion y la producción así que nos fuimos dando cuenta gradualmente de la creciente oleada de interés que se generó. Mi deseo era que la manera en que humanizamos a los héroes y la forma de apartamos de la tradicional caracterización de las víctimas, resultaran válidas. Y, al igual que el libro, Trainspotting dotó a los personajes de un sentido del humor y perspectiva que habitualmente se les había negado. Esto fue controvertido. A la gente le gustó y le disgustó por las mismas razones».

Para sus muchos seguidores, la película inyectó adrenalina al cine británico, dominado entonces por dramas de época, realismo social y comedias románticas. Con sus visuales psicodélicas, una potente banda sonora y un elenco de inolvidables anti héroes – y apoyada por una innovadora y muy directa campaña de publicidad- Trainspotting capturó perfectamente la esencia de la época.

Danny Boyle amaba la simplicidad de la experiencia en su conjunto: «Si has tenido la oportunidad de hacer un par de películas, empiezas a aprender cosas nuevas. Pero no siempre ayuda. En ocasiones las películas son mejores si se hacen en un estado de dulce ignorancia».

Ewan McGregor, quien interpreta a Renton, recuerda la primera vez que vio la película original. «Fui a verla a una pequeña sala de proyección en Soho con mi mujer y mi tío. Recuerdo la sensación al salir y estar totalmente alucinado. Nos mirábamos el uno al otro sin poder realmente hablar de lo que acabábamos de ver. La fotografía de Brian Tufano, las interpretaciones, la dirección de Danny, la música… todos los elementos eran realmente inmejorables. Y daba la impresión que apestaría. Y no fue así».

«Hace 21 años del lanzamiento de la primera película, y la sabiduría convencional dice que vamos con 20 años de retraso con la secuela», dice Boyle. «El retraso no fue exactamente deliberado – hemos hablado sobre hacer otra durante años. Pero, en realidad, es lo que da a la película su razón de ser. Cuando pones a los actores lado a lado, la comparación de cómo eran hace 20 años atrás, es brutal. Lo miramos hace 10 años y los actores no parecían tan distintos. ¡Yo solía bromear con ellos sobre su uso de cremas hidratantes! Pero 20 años es mucho tiempo y se nota. Los chicos asumieron bien su imagen actual, así como la comparación con el pasado. Fueron sinceros. No han sido tímidos en valorar su estado actual, y de eso precisamente trata la película».

Johnny Lee Miller, quien interpreta a Simon (Sick Boy), concuerda en que esta no es la típica secuela: «Siempre dije que no tendría sentido una segunda parte de Trainspotting salvo que se examinaran temas más profundos. ¿Cómo es el proceso de hacerse mayor? ¿Qué has hecho? ¿Qué le ha ocurrido a los personajes y cuáles son las implicaciones? La secuela porque sí sería insípida, si se limita a quién se salió con la suya y quién se vengó, se torna realmente aburrida. La única forma de hacerla interesante es poner las vidas de las personas entre medias».

«La interrogante principal fue ` ¿puede John producir un guion?» dice Danny Boyle. «Los actores tenían, naturalmente, reservas en cuanto a querer hacer algo que fuera tan bueno como la primera entrega –no embaucar al público con una continuación decepcionante. John intentó un par de versiones, las cuales todos sabíamos –incluido él- que no servirían. Luego fuimos todos a Edimburgo para un último intento – JohnIrvineAndrewChristian y yo. El 20 aniversario se acercaba y decidimos que era ahora o nunca. John se apartó y escribió un guion que, apenas leerlo, supe que podía enviarles a los actores. Pensé que estarían locos si no lo hicieran. Igual podrían haber dicho no por cualquier cantidad de factores, especialmente porque dos de ellos trabajan a tiempo completo en series de televisión. Pero todos accedieron, así que pudimos arrancar con el proyecto».

Al guionista John Hodge le emocionó explorar dónde estarían los cuatro viejos amigos ahora. «La trama y el desarrollo de los personajes ciertamente deben ir de la mano», dice. «De manera que, una vez pensamos en, digamos, Begbie, te preguntas si acaso ahora tiene hijos. ¿Sí o no? Y si los tiene, ¿cómo son? Y si ha salido de prisión… ¿cómo será la relación con su hijo? ¿Es su hijo una astilla del viejo palo? No, es algo distinto. Ha sido criado por su madre específicamente para que no se parezca en nada a Frank. Todo esto te traslada a distintos lugares, afectando la trama consiguientemente. Llegas al punto en que te preguntas: ` ¿a dónde se dirige Begbie ahora?’. Ha alcanzado un punto de aislamiento, alienado de su familia, ¿qué ocurrirá ahora? Y, mientras, hay otra trama entre manos con los cuentos de Spud. Ambas tramas convergen y llevan a Begbie a un autodescubrimiento».

Robert Carlyle (Begbie) sintió un abanico de emociones al adentrarse en el proceso. «Sientes de todo… quizá mayormente nervioso y emocionado. Ha sido una larga espera. Pensé que sería duro, pero de veras que no lo fue. Decirlo suena cursi, pero fue como ponerse un viejo par de zapatos. Conocía a este Begbie demasiado bien. Ha cambiado mucho, pero sigue siendo un personaje muy divertido –con cierta desesperanza a la vez. Ha llevado una vida algo triste. Y es eso realmente lo que explora la película. Es lo que han hecho estos cuatro tíos y dónde están ahora. Es muy emocional, mucho más emocional de lo que me esperaba y creo que mucho más emocional de lo que se esperaba Danny«.

«Creo que siempre supimos que sería un placer volver a ver a estos cuatro personajes juntos», concuerda Boyle, «pero la gran sorpresa está en el impacto emocional. Ves sus caras y el resultado es inmediato. Hay un pathos. Tiene que ver con nuestra conciencia sobre el efecto que el tiempo ha tenido sobre ellos, y sobre nosotros. La película es una vista telescópica en el tiempo –ves por un extremo y el pasado está ahí, tan cercano; miras otra vez – y ya se ha ido. Interesante, T2 es en realidad una adaptación de dos libros: Porno, la secuela escrita por Irvine 10 años más tarde, pero, aún más, es un bucle directo retrotraído a Trainspotting. Para mí, el libro original es como un Ulises actual. Es inigualable, pienso yo, y leerlo es como un océano que desborda el corazón. La nueva película constantemente regresa a esta órbita y ha sido un privilegio volver a este mundo».

Comentario del novelista Irvine Welsh

«Es algo así como un primer amor. Son los primeros personajes que escribí. Es por eso que te atraen. Como escritor, ves los personajes como una herramienta que has forjado para una tarea. Si quieres un tema que deseas explorar, las sacas de tu caja de herramientas. Te pones al día con ellos en distintos momentos de sus vidas y te interesas por ellos. Un personaje puede estar muerto para ti durante diez años y de repente cobrar interés de nuevo; tal vez por algo que tú mismo has atravesado o algo que has visto en tus amigos. Piensas ¿y si este personaje viviera algo similar?

Creo que la gente quiere ver lo que los personajes están viviendo ahora porque constantemente están intentando ser mejores. Sin importar lo oscuro de la situación, la audiencia les perdonará, siempre y cuando estén tratando de cambiar y conseguir la salida. Debes evolucionar en cualquier tipo de drama: quieres que los personajes cambien y sean distintos al final de la película. Deben adquirir algún tipo de sabiduría, alguna especie de iluminación.

Así que en T2 han pasado 20 años y están todos en lugares distintos. Begbie, como era de esperar, está en prisión. Spud, como era de esperar, está en las calles. Renton sigue huyendo de la venganza de Begbie, al igual que Sick Boy Simon, aunque este último no tanto. Simon sigue con sus trapicheos. Está en circunstancias muy inferiores, pero siempre se siente un poco por encima de su circunstancia actual. No se alegra de que Renton haya vuelto así que trata de emboscarlo para que Begbie se vengue por los dos.

Renton es un espectador. Observa lo que lo que otros hacen y crea reglas sobre la vida basado en ello. Es un narrador, básicamente un analista; lo cual es un papel bastante pasivo en comparación con la locura de la gente que lo rodea. Ewan verdaderamente le aporta carisma e inteligencia al papel. Es por esto que Renton atrae a la gente y la pone de su parte.

Es gracioso que Jonny y Ewan hayan sido amigos por mucho tiempo y fueran socios de negocios en una ocasión. Hay una poderosa relación simbiótica entre ellos comparable a la de Sick Boy y Renton. En la película, ambos personajes quisieran ser el otro. Simon desea ser tan inteligente y desapegado como Renton. Por su parte, Renton quisiera ser tan apasionado y exitoso como Simon. Hay tantas características que codician el uno del otro. Y esta increíble rivalidad y profundo respeto emerge en la película.

Spud es un perdedor entrañable, pero gracias a la interpretación de Ewen nunca se despoja de su humanidad. Hay una sensación de dramatismo y profundidad en su papel actual que viene con la edad. Creo que romperá algunos corazones en esta ocasión.

Por el contrario, Begbie es simplemente una fuerza loca. Y en T2 no está rehabilitado del todo. Todavía existe esta fuerza iracunda. Obviamente se debe mostrar una pizca de cambio en el personaje y lo que ha hecho Bobby le ha añadido matices. Ahora existe la clase de peligro de alguien que sabe que va por este camino, pero no puede evitarlo. Es grandioso verle inyectar esa clase de incertidumbre en la interpretación».

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.