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Crítica: «Sonic, la película» (Jeff Fowler, 2020)

Tras ver esta película, escribo a contracorriente. Quizá porque me cansan los videojuegos. Nunca he entendido del todo su importancia. No tengo una consola, ni soy adicto a esas partidas interminables que a más de un amigo, con buen perder y buen ganar, le alegran la vida. No esperen, pues, un homenaje a los grandes éxitos de Sega, ni una minuciosa comparación entre el Sonic de la gran pantalla y el que añoran los jugadores más veteranos.

En todo caso, está claro que el cine actual es el arte del reencuentro. Su gasolina es la nostalgia, y eso contribuye al encanto de Sonic, la película, una cinta ligera, neutral, inocente, sin pretensiones. Dirigida a todos, y muy similar en sus objetivos a otras dos producciones familiares de Paramount: Bumblebee (2018), de Travis Knight, y Monster Trucks (2016), de Chris Wedge.

Su referente es un cine que ustedes y yo, se supone, veíamos los sábados por la tarde, mucho tiempo atrás. Películas toleradas para menores, con el marchamo de Amblin o de Disney, que se rodaban con la seguridad de que los cines y los videoclubes cubrirían su apuesta.

Como a veces sucede, Sonic también es una película que llega a los cines tras un auténtico purgatorio. Su plan de producción comenzó en los años noventa del siglo pasado. Sony Pictures adquirió los derechos en 2013, pero ninguna de sus opciones fraguó. En 2017 Paramount tomó el relevo, pero cuando por fin inició el lanzamiento, el primer tráiler cayó a plomo en internet. El porcentaje de críticas ‒dejémoslo en simple odio‒ que motivó su diseño digital que el estudio recogiese velas. Meses más tarde, tras la recreación de la criatura protagonista y el retoque de otros detalles, el film se somete a la confianza del público.

Todo esto que acabo de contarles tendrá poca o ninguna importancia dentro de unos años. Pero en este momento, cuando la película de Jeff Fowler logra por fin estrenarse, adquiere relevancia. Y es así porque el resultado es positivo. Paramount nos ofrece aquí un entrenenimiento fluido, simpático, bien resuelto, intrascendente pero agradable, sobre todo si uno acude al cine en familia.

James Marsden, en la piel del sheriff de Green Hills, cumple como acompañante de Sonic en su aventura terrestre, y lo mismo cabe decir sobre el plantel de secundarios. Sin embargo, como todos esperábamos, el centro de atención es Jim Carrey. Aquí da vida al Dr. Robotnik: ese científico loco que, cuando tiene que elegir entre dos caminos, elige siempre el más desquiciado.

El incombustible Carrey vuelve a las rutinas que le hicieron famoso: gesticula con agresiva insensatez, tirita y se conmueve, salta, baila, se agita sin pedir permiso, y como un dibujo animado, nos regala una feriz caricatura de sí mismo, incluso cuando lucha por pararse frente a la cámara. Todo eso funciona, claro, y uno agradece que Robotnik adquiera esa enloquecida libertad.

Y déjenme que diga otra cosa: son películas como Sonic las que crean industria. No necesitan ser originales. Les basta con divertir a la platea y justificar el precio de la entrada.

Sinopsis

Una comedia de aventuras de acción real donde Sonic, el descarado erizo azul basado en la famosa serie de videojuegos de Sega, una de las más vendidas en todo el mundo, vivirá aventuras y desventuras cuando conoce a su amigo humano y policía, Tom Wachowski (James Marsden). Sonic y Tom unen sus fuerzas para detener al malvado Dr. Robotnik (Jim Carrey), que intenta atrapar a Sonic con el fin de emplear sus inmensos poderes para dominar el mundo.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Paramount Pictures, Marza Animation Planet, Blur Studio, DJ2 Entertainment, Paramount Animation. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.