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Crítica: «Sherlock Holmes 2: Juego de sombras» (Guy Ritchie, 2012)

Al plantear su primera aproximación al personaje, Guy Ritchie exploró detenidamente el canon holmesiano –los escritos de Conan Doyle– y actualizó al personaje con humor y acción, sin perder el respeto a su perfil literario. Hubo polémica, y más de un ruidoso malentendido por parte de críticos que desconocían u olvidaron los textos originales. Por suerte, aquello se saldó con un rotundo éxito comercial que justifica esta segunda parte: Sherlock Holmes: Juego de sombras (Sherlock Holmes: A Game of Shadows).

En esta segunda entrega, Ritchie se muestra en plena forma y es incapaz de provocar un solo bostezo. Guy Ritchie pone su creatividad al servicio de un sentimiento general que oscila entre el cinismo, la insolencia y la fatalidad. No sé por qué, pero el cine de este inglés inspira una simpatía que va más allá de sus méritos como narrador. Lo suyo son las situaciones extremas, abordadas con un dinamismo casi publicitario, que funciona impecablemente en la gran pantalla.

Entiendo que a los que se ponen firmes, en primera posición de saludo, cuando se habla del Holmes de Basil Rathbone, la versión de Ritchie les provoque ansiedad o rechazo. Pero creo que sus méritos son suficientes como para no despertar las iras de los holmesianos al viejo estilo, que pueden disfrutarla como un cómic muy meritorio.

Además, el film tiene multitud de referencias: de las que se esconden –esos matices sutiles que recomiendan los Irregulares de Baker Street– y de las que se lanzan a la cara, como la habilidad pugilística de Holmes o su afición a los disfraces.

En realidad, Sherlock Holmes: Juego de sombras es aún mejor que su predecesora, y su relato está mejor tramado. Por otro lado, el villano James Moriarty tiene una estupenda encarnación en Jared Harris, y eso aumenta el vigor de esta entrega, basada precisamente en su rivalidad con el irresistible y libérrimo Holmes que nos brinda –una vez más, y demos gracias por ello– Robert Downey Jr.

Corresponde a Moriarty la habilidad de urdir, desde su refugio en Oxford, un plan que conducirá a una guerra catastrófica. Para lograrlo, se vale de un complot anarquista sumamente elaborado, que a más de uno le recordará las películas de James Bond.

Sobre todo en su cierre, el guión se inspira en el relato El problema final, que podemos leer en las Memorias de Sherlock Holmes. Por supuesto, aquí hay mucho de invención, pero sin enfadar al difunto Conan Doyle. En realidad, tengo la impresión de que el escritor no se habría sentido demasiado molesto ante esas libertades que se toman Ritchie y los suyos.

El vibrante juego de ajedrez que enfrenta a Holmes y a Moriarty a lo largo de Europa tiene piezas conocidas –Irene Adler (Rachel McAdams)– y otras nuevas –la gitana Simza Heron (Noomi Rapace)–, por no hablar de interludios tan divertidos como los preparativos de la boda del buen Dr. John Watson (Jude Law) con su amada Mary (Kelly Reilly).

Los seguidores del personaje se sentirán encantados con otro participante en esta fiesta: me refiero al hermano de Sherlock, Mycroft, a quien interpreta con soberanía y mucha picardía –ya verán a qué me refiero– el gran Stephen Fry.

Deducción, inteligencia y comedia. Un cóctel que, en esta cinta, se aligera con fabulosas e inventivas secuencias de acción, como las que Ritchie integra en los combates de Holmes con sus diversos adversarios, en la fiesta de despedida de Watson o en las escenas del tren, durante el viaje de bodas, y asimismo en las del bosque (No daré detalles que, por cierto, explicita con demasiada claridad el tráiler).

Para que los efectos especiales se integren adecuadamente, esta entrega vuelve al steampunk: nos situamos en 1895, en el Londres victoriano, pero las explosiones son dignas del un thriller futurista. Lo mismo sucede en París o en Suiza, los otros dos escenarios de la historia.

Downey Jr. destila inteligencia, oiginalidad y carisma, virtudes que le permiten ocupar muy dignamente el 221B de Baker Street. Solo por eso ya vale la pena pagar la entrada.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © 2011 Legendary Pictures, Playtone Productions, Village Roadshow Pictures, Lin Pictures y Silver Pictures. Cortesía de Warner Bros. Pictures International España. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.