Hollywood parece obstinado en no dejar sin su versión moderna a ningún clásico del cine de terror de los 70 o los 80. Ahora le llega el turno a la deliciosa joya vampírica de 1985 Noche de Miedo, y el resultado es una más que digna actualización. Divertida , fiel al espíritu del original, pero con personalidad propia.
Aunque carente del encanto del film de Tom Holland, este remake se sitúa por encima de nuevas versiones del terror ochentero tan aburridas, torpes y olvidables como Viernes 13 (Marcus Nispel, 2009), Pesadilla en Elm Street (Samuel Bayer, 2010) o Terror en la Niebla (Rupert Wainwright, 2005), por citar algunos de los demasiado abundantes ejemplos.
Tampoco hay que obviar que algunos de los remakes del siglo XXI han logrado hacerse interesantes bien por superar al original –Las colinas tienen ojos, 2006– o bien por gozar de una personalidad propia y alejada del film de referencia –Halloween II, 2009–. Esta nueva Noche de Miedo destaca por ser fiel a la esencia del film de Holland, aunque adaptándose a los nuevos tiempos, y sin por ello ser estúpida, posmoderna o condescendiente.
Hay que recordar que la película de Holland forma parte de la renovación del cine de terror que se produjo desde finales de los años 70 y a mediados de los 80 gracias a nombres como Stephen King, John Carpenter o Steven Spielberg.
La amenaza de ultratumba abandonaba los castillos rumanos, las mansiones victorianas, los pantanos de las Antillas o los brumosos páramos de la Inglaterra decimonónica para trasladarse a los tranquilos pueblos y seguras urbanizaciones contemporáneas, haciendo la amenaza más cercana, posible y verosímil.
Los fantasmas podían atacar a una familia en su recién construido chalet, las entidades primordiales maléficas comerse a los chavales en un instituto moderno o un asesino demente e inmortal podía merodear durante la noche de Halloween en tu misma calle.
En Noche de Miedo, el vampiro clásico abandonaba los Cárpatos para hacerse vecino de un chaval normal y corriente, al que nadie creía, en lo que era un divertidísimo y tenso film que combinaba a Hitchcock con Tales from the Crypt y Bram Stoker.
El vampiro –al igual que su secuaz– seguía el modelo y las normas del no–muerto establecidas en la novela Drácula, y parecía encontrarse a sus anchas en un apacible núcleo suburbano norteamericano, concepto que luego explotaría con brillantez Joss Whedon con su cazavampiros Buffy.
Tanto el original como el remake, aparte de la básica diversión basada en el concepto «mi vecino es un vampiro», cuentan con el interés añadido de ofrecer una visión juvenil y masculina del Drácula de Stoker.
Si Francis F. Coppola, John Badham o incluso Werner Herzog contemplaban al Conde desde una perspectiva más femenina, cercana a Mina y Lucy, donde el vampiro era un trágico héroe romántico o, cuanto menos, un sujeto que rezumaba peligroso y oscuro erotismo, en Noche de Miedo nos ponemos del lado de Jonathan Harker: el vampiro no es sólo un asesino, sino un macho alfa que quiere seducir a nuestra madre y robarnos a la novia, con lo cual debe ser destruido.
La nueva versión se actualiza no sólo por el radical microcosmos en el que se desarrolla la película: una idílica urbanización totalmente rodeada de desierto, cercana a Las Vegas. En este caso, la aristocrática elegancia del vampiro y el cazavampiros del film de 1985, herencia del modelo establecido por la Universal y la Hammer, da paso a la vulgaridad reinante en este nuevo siglo, aunque siempre desde una perspectiva irónica y consciente.
Un chupasangre Colin Farrell toma el relevo de Chris Sarandon –quien realiza un divertido cameo–, y divierte al personal creando un improbable vampiro con más pinta de chulopiscinas o de hustler que de noble centenario.
David Tennant, famoso por su excelente encarnación del Décimo Doctor Who, deja atrás el sucedáneo de Van Helsing del gran Roddy McDowall para ofrecernos a un malcriado y burdo mago de Las Vegas con ínfulas góticas.
El resto del reparto también está a la altura de las circunstancias, incluyendo a la pizpireta Imogen Poots, quien interpreta a la novia del protagonista.
En otro ejemplo de actualización, en esta ocasión la pareja del chaval no es la «estrecha», sino más bien al revés.
A pesar de que la primera mitad de la película, plagada de efectivo suspense, sea algo más interesante que la segunda –más entregada a la acción y unos efectos digitales inferiores en todos los sentidos a los trucos analógicos del film de 1985–, el director Craig Gillespie demuestra que hay vida más allá del estilo visual YouTube, y se toma su tiempo y esfuerzo en la creación de escenas bien filmadas, desarrolladas y editadas. Incluso la versión 3D de la película funciona a la perfección, algo que es de agradecer.
A esta Noche de Miedo de 2011 le sobran vampiros infográficos y sangre pixelada. Echamos de menos los maquillajes, los animatronics e incluso la stop–motion de los viejos tiempos. Tampoco goza del sense of wonder propio del cine de los 80, pero es un film indudablemente divertido, no especialmente insultante para el público juvenil y respetuoso con el original.
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