El best-seller de David Foenkinos se hace película por obra y gracia del parisino Rémi Bezançon. El resultado es un film tremendamente entretenido, en el que se narra una trama de investigación en tono de comedia ligera, con algún que otro toque de drama.
Un pulso narrativo modélico se ve reforzado por el excelente trabajo de su reparto, en especial por un Fabrice Luchini que se lleva el gato al agua interpretando al carismático Jean-Michel Rouche, un crítico literario y presentador de televisión en crisis. Una crisis causada (mejor dicho, acentuada) por un nuevo fenómeno literario que le huele a chamusquina: el éxito de una novela póstuma, al parecer escrita en secreto por un pizzero de pueblo.
Su actitud excesivamente crítica y altanera respecto al popular fenómeno es la gota que colma el vaso de la paciencia de la cadena de televisión donde trabaja y de su pareja, con lo cual se ve desempleado y solo por culpa de su actitud. Pero, lejos de pedir perdón, el protagonista se embarca en una investigación para confirmar sus sospechas sobre la verdadera autoría de la novela.
En un principio, el espectador siente rechazo por dicho personaje, el clásico francés antipático de manual, algo ególatra y carente de empatía. No se puede decir que nos apiademos de su situación, pero la buena narración y el trabajo de Luchini provocan que nos interesemos cada vez más en su investigación, y de repente nos encontramos deseando que tenga razón, que la bonita historia que narra la joven la editora (Alice Isaaz) sea un truco publicitario fraudulento.
No hay asesinatos, persecuciones o peligros mortales en esta historia, pero no deja de ser una película de detectives. Se habla de ello en más de una ocasión, en especial cuando el protagonista se hace con una colaboradora-ayudante (Camille Cottin), nada menos que la hija del pizzero difunto.
Si la solución al misterio es previsible o no, queda para el espectador. Aquí no revelaremos nada, pero la película sabe jugar con las expectativas del público más avezado, y nos despista mediante pistas demasiado claras y bromas al respecto.
Un film entretenido y ágil, sin grandes ambiciones dramáticas y con un espíritu juguetón que se agradece.
Sinopsis
En una peculiar biblioteca que alberga libros rechazados por las editoriales, una joven editora descubre una novela magistral. Su autor es alguien llamado Henri Pick, un pizzero fallecido dos años antes. Según su viuda, Pick jamás leyó un libro y lo único que escribió en su vida fue la lista de la compra. Cuando la novela se convierte en un éxito de ventas, un crítico literario escéptico y obstinado se une a la hija de Pick para desentrañar el misterio: ¿tenía el autor una vida secreta?
Entrevista con Rémi Bezançon y su coguionista Vanessa Portal
P: Es la segunda vez que adapta una novela. ¿Por qué ésta en particular?
Rémi Bezançon: Me interesó el principio de la investigación literaria, un género híbrido bastante inesperado. Además, tras cuatro películas más bien introspectivas, tenía ganas de cambiar de universo, había llegado al final de un ciclo. Al acabar el libro de David Foenkinos, se lo pasé a Vanessa, con quien coescribo los guiones.
Vanessa Portal: De pronto, me encantó esa idea tan visual de una biblioteca de libros rechazados, ese refugio para los manuscritos que los editores no han querido, un homenaje a Richard Brautigan, autor que adoro.
P: ¿Cuál fue el enfoque para la adaptación?
RB: Si hubiéramos adaptado la novela tal cual es, con su multiplicación de personajes, el resultado hubiera sido una película coral. Hemos preferido concentrarnos en uno de ellos, el del crítico literario Jean-Michel Rouche, a quien encarna Fabrice Luchini. En el libro no aparece hasta la mitad de la narración. Hemos optado por convertirlo en el personaje principal y que sea él quien lleve la investigación. Es una variante de la misma historia, otro punto de vista.
VP: Uno de los resortes cómicos del film está en el hecho de que este personaje no es un investigador profesional, lo que lo lleva a equivocarse las más de las veces. Sospecha de todos, y para sostener sus sospechas se inventa motivos para cada uno que no tienen nada que ver con la realidad.
RB: Así es, se hace permanentemente sus películas; esta impostura literaria hace que su imaginación vuele. Se trata de una forma de mise en abîme de la ficción.
P: ¿A qué desafíos han tenido que enfrentarse?
VP: Principalmente, justo el de la investigación. Los mecanismos del suspense se resisten a ser aprehendidos. Pero jugar con los códigos del polar nos pareció tanto más lúdico cuanto que en esta historia no hay ni cadáver ni policía. Es un whodunit en el que no se busca «quién es el asesino» sino «quién es el escritor».
RB: Inicialmente, la investigación no era sino un MacGuffin para nosotros, como hace Hitchcock –por otro lado, se ve un fragmento de Los 39 escalones en la película–, o como en Misterioso asesinato en Manhattan, de Woody Allen. No era más que un pretexto para hacer que nuestra pareja de detectives evolucionara. Tanto más exultante cuanto que se evidencian perfectos aficionados que no hacen sino contradecirse todo el tiempo.
P: Pero un MacGuffin no representa nada normalmente, no posee valor simbólico alguno. Ahora bien, en la película lo que está en juego es un libro…
RB: Cierto, un libro es un objeto en cierta manera más significativo que un microfilm o una maleta llena de billetes. Nos ha permitido evocar directamente nuestro principal tema, la frontera inconstante que separa ficción de realidad.
VP: También nos importa la relación de los personajes en el libro, de qué manera una ficción puede insinuarse en la realidad y cambiar el curso de las cosas. La novela de Henri Pick, Les Dernières Heures d’une histoire d’amour, deshace cuando menos dos parejas, crea una tercera y acaba por ayudar a una inconsolable viuda a superar el duelo.
RB: Mi principal desafío, finalmente, consistía en escenificar una paradoja: perseguimos la verdad, pero sobrevivimos gracias a las ilusiones que creamos.
P: La cinta apunta con ironía la importancia de la promoción en el recorrido de un libro…
RB: La historia de un libro no es suficiente, también es necesario contar la historia en torno al libro. «La novela de la novela», como dice Rouche. La narración. De hecho, el marketing ¡hace la ficción exponencial!
VP: Podemos divertirnos, como lo hacemos en la película, al imaginar que una editorial como Albin Michel decide publicar a un autor rechazado treinta y dos veces tan sólo para evitar salirse de las tendencias. Asimismo podemos inquietarnos. Cuando las leyes del marketing ya se entrometen en la selección de los textos, el riesgo de uniformización y de degradación cualitativa se hace real.
RB: Los editores, como los productores por cierto, han de ser para los autores interlocutores apasionados en lo artístico, eso me parece esencial. El cine es un arte colectivo.
P: ¿Cuándo le pusieron rostro al personaje principal?
RB: Mientras leía el libro ya visualizaba a Fabrice Luchini en el papel.
VP: Le enviamos el guión y respondió en menos de una semana. Estábamos tan contentos que escribíamos con su foto sobre el escritorio.
RB: Luego nos vimos, discutimos, y nos reímos lo nuestro.
P: ¿Y por lo que respecta al personaje de Joséphine que interpreta Camille Cottin?
RB: Fabrice tuvo la ocasión de actuar con Camille en la serie Dix pour cent, y le encantó la experiencia. Por mi parte, la he dirigido en mi film previo, Nos futurs. Todos deseábamos trabajar de nuevo juntos. Era pues obvio elegirla.
P: ¿Cómo fue para el resto del reparto?
RB: Para el papel de la joven editora Daphné Despero, buscaba a una actriz que pudiera expresar a un tiempo inocencia y misterio. Alice Isaaz posee ese aire de rubia hitchcockiana, enigmática, inasible. En cuanto a Bastien Bouillon, supo fundirse con gran inteligencia en su papel de compañero de ella, un joven escritor sin suerte. Por lo que se refiere al resto de personajes, me incliné más bien por actores de origen teatral: Josiane Stoléru, Vincent Winterhalter, Florence Muller, el humorista Marc Fraize. Y tuve el inmenso privilegio de que Hanna Schygulla, la musa de Fassbinder, aceptara participar. Finalmente, para todos los personajes de Crozon, di con actores bretones que aportaron mucha autenticidad en las escenas rodadas en el Finisterre bretón. La península de Crozon resulta un lugar sublime, un personaje más de la película. Como dice Jean-Michel Rouche: «Allá se siente la fuerza de los elementos».
P: Es su primera colaboración con Fabrice Luchini, ¿cómo se han preparado?
RB: A lo largo de los tres meses que precedieron el rodaje, me telefoneaba todos los días: «¿Tienes cinco minutos?» Y ahí que iba: «Secuencia 48…» Me interpretaba la escena encarnando todos los papeles. De todos modos, la preparación lo es todo. Junto con mi equipo, siempre disponíamos un storyboard y varios moodboards sobre los que reagrupar nuestras intenciones, nuestras inspiraciones; ello nos permitía armonizar nuestra visión del film con anticipación. Una vez delimitado el aspecto técnico, me siento más libre para concentrarme en la dirección de los actores.
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