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crítica Joker segunda parte

Crítica: ‘Joker: Folie à Deux’ (2024). Un deslumbrante delirio musical

La película de Todd Phillips combina con valentía diversos géneros y nos brinda un espléndido espectáculo, creativo y original

Folie à deux: trastorno de ideas delirantes inducidas, o trastorno psicótico compartido.

«El mundo es un escenario», reza el lema del filme. Y el escenario de Joker es un guiñol de títeres al más puro estilo Punch and Judy, un trampantojo pintarrajeado en fogosos trazos expresionistas. Allí, el polichinela bufón y la autoridad al servicio de la Ley -ambos manipulados por poderes ocultos- dirimen sus cuitas a cachiporrazo limpio y exhiben ante el hechizado público un espectáculo rudimentario, jocoso, grotesco y cruel.

La intro de un cartoon al estilo de Tex Avery nos adentra sorpresivamente en el cortometraje animado Mi sombra y yo, donde la sombra junguiana de Joker se apodera del disfraz del personaje, liberándose así de toda contención moral, y procediendo al disparate cómico propio del género.

Hasta que la caricaturesca bofia lo reduce con sus habituales métodos disuasorios, y la historia nos arroja bruscamente -ahora sí-, a las sórdidas celdas reales de Arkham, para confrontarnos con el rostro agriado de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), purgando la pena por los crímenes cometidos en su anterior aventura.

Sin entrar en spoilers, no espere el espectador de Folie à Deux una simple secuela de Joker, pues si bien lo es narrativamente, en lo conceptual estamos contemplando a un ser de una especie diferente.

No juzguemos estar ante un toro deforme, como hiciera el antiguo explorador, cuando se trata de un rinoceronte nunca antes visto, descendiente -puestos a fantasear-, del mítico unicornio. No nos perdamos el placer de tal posible hallazgo por una mal enfocada taxonomía.

Una fiesta de disfraces libre de prejuicios

Todd Phillips a la dirección, firmando el guion junto con Scott Silver, continúa lo iniciado en Joker (2019), dispuesto a resolver el tortuoso rompecabezas en el que vive atrapado Arthur, pero decidido -con enorme valentía-, a rediseñar estilística y estructuralmente la saga, sin concesiones al fan comiquero, ni en definitiva a nadie que pretenda imponer etiquetas a un proyecto esencialmente artístico y virtuosamente creativo.

A esta fiesta de disfraces está invitado todo el que venga libre de prejuicios, parece decir la película desde su inicio.

El resultado de tamaña osadía supone una delicia para los sentidos, un ácido poema en prosa cosido como un singular Frankenstein de trans-géneros cinematográficos. psico-thriller, musical, carcelario, fantástico, película de juicios, drama social, romántico, distópico… ¿Qué más se puede pedir? Apriétese la coctelera, agítese bien fuerte, y tómese sin moderación.

Música, romance y locura

Y es que la presente obra es una fantasía onírica, plástica y conceptualmente, en el sentido más puro que pueda ofrecer un producto fílmico que aprovecha los privilegios del mainstream para salirse por la tangente, pese a correr el riesgo de convertirse -muy probablemente-, en objeto de incomprensión y puching ball para haters. Un reflejo -uno más-, de lo que la propia película expone, de su esencia argumental: la paranoide controversia reinante, y la bipolaridad que experimenta la sociedad postmoderna del siglo XXI.

Regresando a la historia, a este Arkham patibulario y aislado como un Alcatraz para trastornados, Arthur conoce a la dulce Harley Quinn (Lady Gaga), quien se exhibe a lo largo del filme ataviada con todo un catálogo de outfies sutilmente arlequinados.

Ambos juguetes rotos quedan, al instante, atravesados por las flechas envenenadas de algún disfuncional Cupido, entre la fascinación que ella siente hacia el clown justiciero, y la dependencia enfermiza de afecto que éste padece. Y unidos también por la música, esa extraña bandada de pajaritos negros que revolotean ansiando libertad, indefectiblemente atrapados en la alambrada del pentagrama.

Catarsis colectiva

La irrupción de Joker en el mundo ha provocado una catarsis colectiva, y ha generado un ambiente social enrarecido, dividido y anárquico. El dinamizador de fiestas ha resultado ser un dinamitador de estructuras. Como ya vimos en la anterior entrega, su figura se ve entronizada por un movimiento popular antisistema, mientras los cimientos de la civilización se tambalean.

Hay mucho en juego cuando el gran bufón afronta el juicio por reventarle la sien al rey, donde se debatirá si es real o fingida su inestabilidad mental, esa que se columpia vertiginosa como un chiflado Hamlet entre el «ser o no ser» de la razón. Algo huele definitivamente a podrido en Gotham.

Este Joker 2 es al primero, lo que Alicia a través del espejo a la del País de las Maravillas: una proyección marginal de dualidades y sombras especulares, intencionadamente excesiva y contenida a un tiempo; paradoja ésta que sólo tiene sentido en el mundo schrödingeriano de Arthur-Joker, cuyo carácter estupefaciente implosiona con la sobredosis de amor que Harley Quinn inyecta en el ya de por sí confuso torrente sanguíneo del hombre-payaso.

Un musical desbordante

«Utilizamos la música para equilibrar las fuerzas conflictivas», explica la psiquiatra del centro. Y así asistimos a esta terapia musical que tiene lugar en la mente de nuestro desequilibrado mesías, quien busca denodadamente ese contrapeso del que ha carecido toda su vida, y que llega de la mano amorosa de Harley, y a través de las melodías compartidas entre ensueños y dramas.

Ambos actores se muestran brillantes en sus papeles, poseídos por el espíritu de sus personajes sin exorcista que lo remedie.

Joker y Harley son los Jack y Sally de Pesadilla antes de Navidad, entonando las románticas locuras del mundo paralelo que habitan, ese mundo turbado en el que sus almas se funden «locamente enamoradas», mientras regalan serpientes venenosas suplantando a Santa Claus.

Música de cuerda grave y contrabajos deprimidos, chirriante como grillos moribundos, se entrevera y contamina las notas del jazz cool y del colorista cabaret, del musical clásico, de la balada crooner y de la orquesta circense. Y el aire se tiñe de patetismo, provocando sensaciones como la que causa la contemplación de una hermosa estatua de cera derritiéndose en un incendio.

El filme posee una fabulosa banda sonora de un cariz elegante, melancólico y luminoso, un engarzado de interludios en los que se sostiene estructuralmente la historia mientras esta avanza.

Lady Gaga y Phoenix, gimotean más que cantan las lacónicas letras de esta sucesión de hits, transformados aquí en artefactos químicamente inestables. Los arreglos musicales sinfónicos son más bien desarreglos, distorsiones sonoras chorreantes como lágrimas enturbiadas de rímel. Un trabajo de orfebrería instrumental, un acierto absoluto.

Meticulosas coreografías en escenarios vintage

La poética visual detallista, y una paleta de colores que va del arco iris al gris mugriento, pintan con pincel fino un lienzo enorme y áspero.

La cámara dibuja meticulosas coreografías en escenarios vintage decadentes, entre el inhumano mecanismo industrial de la ciudad, y las sórdidas salas de tortura de Arkham. La belleza de lo roñoso se apodera del espectador con un inconfesable placer estético.

Algo más que «una simple muy buena película», Joker: Folie à Deux es una experiencia inmersiva, una poderosa obra shakesperiana de tintes melodramáticos, teatral y multidimensional como una arquitectura de Escher.

La puesta en escena es un sofisticado encaje de bolillos, que va más allá de su estructura argumental o de su consistencia narrativa, y escapa a todo intento de disección para sobrevolar el mundo con alas propias. Y si cae, como le sucediera a Ícaro, será por querer volar tan alto como el sol -o porque los francotiradores la abaten a tiros-, que no por falta de iniciativa ni talento.

De lo sublime a lo patético media una tirada de dados, en la vida real y en el presente filme, que es un grabado fiel de la patológica esencia del propio Arthur Fleck.

No debe añadirse más sobre el film sin «reventarlo», pero queda abierto un camino a la continuidad de este títere de hilos cercenados: un Joker que, cual Quijote, vio una vez murciélagos gigantes donde no había sino máquinas de aplastar semillas, y apostó a «todo o nada» por derribar su monstruosa existencia.

Sinopsis

En Joker: Folie à Deux Arthur está internado en el psiquiátrico de Arkham en espera de juicio por los crímenes que cometió como Joker. Mientras lucha con su doble personalidad, Arthur no sólo se da de bruces con el amor verdadero, sino que también encuentra la música que siempre ha estado dentro de él.

La nueva película está protagonizada por Joaquin Phoenix que vuelve a encarnar el doble papel de Arthur Fleck/Joker que le valió el Oscar, junto con Lady Gaga (Ha nacido una estrella) también ganadora del Oscar. También cuenta con los nominados al Oscar Brendan Gleeson (Almas en pena en Inisherin) y Catherine Keener (Déjame salir, Capote), junto a Zazie Beetz, retomando su papel en Joker.

Todd Phillips, nominado al Oscar por dirigir, escribir y producir Joker, ha dirigido Joker: Folie à Deux con guion de Scott Silver y Phillips, basado en personajes de DC.  Phillips, la nominada al Oscar Emma Tillinger Koskoff y Joseph Garner son los productores de la película. Los productores ejecutivos son Michael E. Uslan, Georgia Kacandes, Silver, Mark Friedberg y Jason Ruder.

Copyright del artículo © Fernando Mircala. Reservados todos los derechos.

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Fernando Mircala

Artista, escritor, traductor y fotógrafo. Premio Lazarillo en el año 2000. Entre otros libros, es autor de 'Ciudad Monstrualia' (2001), 'El acertijo de Varpul' (2002), 'Eclipse en Malasaña. Una zarzuela negra' (2010), 'Lóbrego romance, pálido fantasma' (2010), 'Compostela iconográfica' (2012), 'Pentagonía' (2012), 'En un lugar de Malvadia' (2016; ilustrado por Perrilla), 'Pánico en el Bosque de los Corazones Marchitos' (2019), 'Versos para musas y cuatro cuentos de Edgar Allan Poe' (2019) y 'Concéntrico' (2022).