Desde que China recuperó Hong Kong, el cine de la ex colonia británica ya no ha vuelto a ser el mismo, ya sea por la fuga de talentos o por la de inversores (la industria cinematográfica era una de las principales tapaderas para las tríadas).
Por otro lado, gracias a la absorción de los profesionales hongkoneses, el cine chino ha experimentado un incremento en su nivel de espectáculo, amén de una apertura a los circuitos comerciales internacionales, anteriormente restringidos a las salas de versión original o los festivales. Así pues, el peculiar régimen comunista aprovecha la moda oriental para vender las maravillas paisajísticas y culturales de su país con películas como Hero o esta Guerreros del Cielo y de la Tierra, inmejorables vehículos de captación turística en las que los valores espirituales y el nacionalismo de tufillo imperialista se sirven mezclados con el espectáculo marcial, listos para ser comidos con tenedor por el espectador occidental no familiarizado al uso de los palillos.
Pero si Hero era un despendole zen sin trama férrea, Guerreros del Cielo y de la Tierra no se entretiene mucho en el tema espiritual, en este caso el budismo puro y duro, sino que se trata más de una clásica historia de aventuras cuyo modelo se acerca más al cine japonés y, sobre todo, al occidental. Aun así, las reliquias de Buda son algo más que un McGuffin a la hora del desenlace, constituyendo una especie de justificación histórica de la integración del Tibet en China o bien una reconciliación del régimen con la milenaria religión, ustedes deciden.
Pero sin buscarle los tres pies al gato, el film no es más que una de esas historias de viajes llenos de peligros (aunque no tantos como el espectador desearía), que aprovecha la gran gama de espectaculares paisajes del país.
Protagonizada por personajes honorables a la antigua usanza, destaca el trabajo del protagonista Kiichi Nakai, quien mezcla con precisión el punto melancólico y la eficiencia homicida del samurai desarraigado a la fuerza que encarna. También es destacable la relación entre el teniente Li y sus hombres, lo cual recuerda en cierto modo los westerns crepusculares de Sam Peckinpah, en los que el pasado vuelve para reclamar un canto de cisne.
El obligatorio comentario heterosexual que solemos colocar en estas reseñas va dedicado al nada convencional atractivo de Zhao Wei, una de las máximas estrellas asiáticas vista en éxitos como Shaolin soccer o So close (editada en DVD con el indescriptible título El control de la venganza). Su papel en Guerreros del Cielo y la Tierra tiene el mismo peso e interés que los que le endilgan a Penélope en Hollywood, una pena teniendo en cuenta el talento interpretativo de la actriz (la china, claro está).
Como ya hemos dicho, la película tiene bastante que ver en la forma con el cine occidental, lo cual supone un grave problema a la hora de mostrar las luchas y batallas, esenciales en un film de estas características. Porque, sorpréndanse, lo peor de la película es la acción. ¡En un film chino!
No se trata tanto de que las coreografías prescindan prácticamente de cables, lo cual es casi un alivio con tanta avalancha de guerreros planeadores, sino que el director se apunta a la maldita moda de la cámara-coctelera, complicando bastante al espectador la tarea de seguir los movimientos de los expertos luchadores, hecho frustrante porque se intuyen excelentes momentos por parte de los espadachines, destacando la fiereza de la pelea que se desarrolla a través de los troncos de una cabaña.
Por otro lado, la historia toma casi media película en arrancar, centrándose demasiado en los preliminares de cómo esos personajes llegan a esa situación, cuando lo que interesa realmente es la aventura en sí. Como ven, este es un film potencialmente sabroso estropeado por cierta occidentalitis más que innecesaria. Esperemos que no sea el comienzo de una epidemia.
Sinopsis
Tras décadas sirviendo al Emperador chino, el emisario japonés Lai Xi (Nakai Kiichi) desea volver a su país, pero como última misión es enviado al este para capturar y ejecutar al teniente Li (Jiang Wen), quien se negó a cumplir la orden de matar a mujeres y niños prisioneros. El destino los lleva a posponer su duelo a muerte para escoltar por la ruta de la seda a un pequeño monje budista, portador de unas reliquias sagradas.
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