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Crítica: «Donde viven los monstruos» (Spike Jonze, 2009)

Poética y original, la adaptación del cuento Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak, no se dirige tanto a los niños como a los adultos. A partir de un sólido guión de Spike Jonze y Dave Eggers, la película sabe manejar muy inteligentemente los arrebatos y contradicciones del universo infantil.

Si Maurice Sendak significa mucho en la literatura infantil, aún significa mucho más en el campo de la ilustración. Nacido en el barrio de Brooklyn, el 10 de junio de 1928, Sendak debe buena parte de su fama a un libro prodigioso, Donde viven los monstruos (Where the Wild Things Are, 1963), que ya ha sido convertido en ópera por el compositor Oliver Knussen (1980) y en ballet por el coreógrafo Randall Woolf (1997).

Existe la creencia generalizada de que cualquier autor de libros para niños debe ser considerado automáticamente un experto en el universo infantil. La respuesta a esta simpleza es que pocos, muy pocos creadores han logrado reflejar el enfado, la ansiedad, la euforia, el amor y las contradicciones emocionales que un niño es capaz de sentir.
Sendak figura entre esos elegidos, y Donde viven los monstruos es la prueba de ello.

¿Qué queda de ese relato breve y excepcional en la película de Spike Jonze? Inevitablemente, el realizador ha hecho encajar su personalísima voz en esa historia de Max (Max Records), un niño que, tras ser castigado en su habitación, huye de los brazos de su madre, viaja al país donde viven los monstruos y se convierte en su rey, para luego regresar a su hogar, donde la cena, aún caliente, le está esperando.

Hay bastantes elementos del film que no figuran en el breve cuento de Sendak, exclusivamente protagonizado por el niño y los monstruos. En la película, la hermana de Max, Claire, prefiere sus amistades adolescentes a esos juegos un tanto salvajes que constantemente propone su hermano.

La madre de Max, Connie (Catherine Keener), es una mujer divorciada que tiene un nuevo amor (Mark Ruffalo). Con un entusiasmo contagioso, el pequeño reclama la atención de Connie, pero las cosas se tuercen, y Max tiene una facilidad natural para lograr que ella pierda los nervios.

No es corriente describir la personalidad de un niño en términos tan atrevidos y realistas. Evitando los clichés, Jonze plantea una lúcida radiografía de los entresijos mentales de Max, y logra que el espectador comparta su rabia, su dolor y su fragilidad. Las bestias de ese mundo secreto que surge en la habitación de Max también poseen personalidades mucho más complejas que en el libro. Ello justifica que, para darles voz, se haya elegido a un elenco de actores de primera línea: James Gandolfini (Carol), Forest Whitaker (Ira), Catherine O’Hara (Judith), Chris Cooper (Douglas) y Paul Dano (Alexander).

Desde el punto de vista estético y técnico, la resolución de los monstruos –actores con disfraces animatrónicos, mejorados con efectos CGI– es formidable, sobre todo si se tiene en cuenta que la obra de Sendak estaba predestinada a convertirse en una cinta de dibujos animados.  ¿Y qué decir de la dirección artística? La isla que habitan los monstruos tiene una relación muy difusa con la realidad, pero en la película se convierte en un territorio creíble, lleno de texturas, sugerente, peligroso y a la vez hospitalario.

Quien sea cinéfilo de verdad encontrará muchos motivos para disfrutar de Donde viven los monstruos. Hay una densidad y un peso sentimental en ella que no pueden encontrarse en la mayor parte de las cintas en torno a la infancia.  Spike Jonze conecta con el alma del niño, eso está claro, pero no todo lo que descubre en ella es agradable, luminoso o esperanzador.
Precisamente por esto último, no hablamos aquí de un producto para todos los públicos. El propio realizador ha aclarado que la suya es una película sobre la infancia y no para la infancia.
En todo caso, el hechizo que Donde viven los monstruos puede ejercer sobre el espectador adecuado es innegable. Íntima y sabia, la cinta es una producción exigente, destinada a aquellos que aún son capaces de admitir nuevas experiencias cinematográficas.

Un proyecto inusual

Gene Deitch rodó un hermoso cortometraje en 1973, que sirvió de antecedente al proyecto que Disney quiso realizar en los ochenta. Combinando la animación clásica con los gráficos en 3D, Glen Keane y John Lasseter, el fundador de Pixar, completaron unos minutos de prueba. Cuando Universal Studios se hizo con los derechos de adaptación en 2001, fue contratado otro animador de Disney, Eric Goldberg, para que éste desarrollase finalmente el proyecto.

Disconforme con ese plan, Maurice Sendak apoyó la idea de que Spike Jonze adaptara su cuento con actores reales. Por esos vaivenes que tiene el destino, una serie de desacuerdos entre Sendak, Jonze y la Universal hicieron que la película acabase en manos de otra productora, Warner Bros. Bajo el mando de esta nueva compañía, los encargados de construir las enormes marionetas fueron los mejores técnicos de un legendario taller: Jim Henson’s Creature Shop.

Desde que el rodaje comenzó en abril de 2006 en los Central City Studios de Melbourne, Australia, las habladurías fueron constantes. Llegó a decirse que los ejecutivos de Warner Bros. querían empezar desde cero, desechando buena parte del material ya rodado, o que los niños invitados a un pase previo habían sentido excesivo miedo.

Está claro que, más allá de estos rumores, las dificultades han repercutido en beneficio de Donde viven los monstruos: una película de autor, original y madura, elaborada con generoso presupuesto, profundidad psicológica e impecable sentido artístico.

Sinopsis

El innovador cineasta Spike Jonze colabora con el célebre autor Maurice Sendak para llevar uno de los libros más queridos de todos los tiempos a la pantalla grande. Donde viven los monstruos es una historia clásica sobre la niñez y los lugares a los que vamos para descifrar el mundo en el que vivimos.
La película cuenta la historia de Max, un niño travieso y sensible que se siente incomprendido en casa y se escapa a un lugar donde viven los monstruos. Max aterriza en una isla donde se encuentra con criaturas misteriosas y extrañas, cuyas emociones son tan salvajes e imprevisibles como sus acciones.

Los monstruos desean desesperadamente tener un líder para guiarles, igual que Max anhela tener un reino en el que reinar. Cuando coronan a Max, promete crear un lugar en el que todo el mundo sea feliz. El niño pronto descubre que no es tan fácil reinar en su reino, y que las relaciones allí son más complicadas de lo que en un principio parecían.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Warner Bros. Pictures, Legendary Pictures, Village Roadshow Pictures. Cortesía de Warner Bros. Pictures Publicity Dept. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.