Cualia.es

Crítica: «De amor y monstruos» («Love and Monsters», Michael Matthews, 2020)

Es curioso. Los críticos y muchos cinéfilos se emocionan cada vez que nombran una película originalísima, fuera del carril, pero les cuesta apreciar la artesanía cuando la tienen delante de sus ojos. Debemos asumirlo: en esta época ha ido desapareciendo el viejo culto a los productos bien hechos, genéricos y a la vez primorosos, a los que la industria del cine debe su razón de ser.

¿Es De amor y monstruos una pieza artesanal? Me dirán que es una producción de estudio (Paramount), envasada por una plataforma (Netflix), y lo peor, dirigida a un público mayoritario, sin otra ambición que la de (atentos a la herejía) divertirse y olvidar los malos ratos. Lo que viene siendo cine industrial, vaya. Y sin embargo ‒aquí viene el «pero»‒, nos hallamos ante una cinta con mucho corazón, rodada con esmero a partir de materiales de segunda mano.

No encontrarán en la película de Michael Matthews ni una sola novedad. Su argumento es un constante homenaje a las películas de monstruos y a los films apocalípticos de toda la vida. En el colmo de la inercia, Matthews se permite citas bastante obvias (el cine de John Hugues, Un muchacho y su perro, Zombieland, Temblores…). Y a pesar de todo, su película entretiene. Incluso emociona.

Sin tensar la nostalgia ni echar mano de ese cinismo tan típico de nuestros días, De amor y monstruos es lo mejor que uno se puede regalar en una tarde de sábado. Matthews tiene a sus personajes hechos un pincel, y por si fuera poco, plantea una narración reconocible, fácil de seguir y nada impostada. Familiar incluso en sus momentos más terroríficos.

Como verán, ese es el secreto de su poción mágica.

¿Y qué decir del reparto? Aquí todos los actores están en su sitio. El protagonista, Dylan O’Brien, encarna con mucha convicción a Joel Dawson, un chaval que nos transmite lo difícil que es vivir en un mundo postapocalíptico. Háganse a la idea: la lluvia química, generada por la destrucción de un asteroide, ha transformado a los seres invertebrados en criaturas monstruosas.

Sobrevivir en un búnker es la única manera de no ser devorado. Pero lo peor no es eso: Joel tuvo que interrumpir su noviazgo con Aimee (Jessica Henwick) cuando todo se vino abajo.

Cuando en un determinado momento descubre que ella vive en otra colonia, el chico decide subir a la superficie e ir en su busca. Le basta con echar un solo vistazo para ponerse en lo peor. Sin embargo, una serie de encuentros inesperados ‒el perro «Boy» y dos supervivientes, Clyde Dutton (un poderoso Michael Rooker) y la niña Minnow (Ariana Greenblatt)‒ irán cambiado esa tenebrosa perspectiva.

Los secundarios, incluidos los más fugaces, trabajan al mismo nivel que los actores principales. En especial, Bruce Spence (el viejo Pete), que a algunos nos trae siempre a la memoria su papel en Mad Max 2: El guerrero de la carretera.

Una luminosa y alegre fotografía (Lachlan Milne) y unos efectos especiales que funcionan como un reloj (Mill Film) son el toque final de este más que apreciable entretenimiento.

Sinopsis

Siete años después de sobrevivir a la invasión de los monstruos, el adorable pero desafortunado Joel abandona su cómodo búnker para lanzarse a la búsqueda de su exnovia.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © 21 Laps Entertainment, Paramount Players, Entertainment One, Paramount Pictures, MTV Films, Netflix. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.