Además de la pesadillesca canción De niña a mujer (gran éxito de Julio Iglesias), el paso femenino a la madurez ha propiciado un puñado de buenas películas fantásticas y/o de terror donde suelen abundar los simbolismos y las imágenes poderosas.
Ya sean adaptaciones de obras literarias o guiones originales, películas como Carrie (Brian De Palma, 1976), En compañía de lobos (Neil Jordan, 1984), Dentro del laberinto (Jim Henson, 1986) o Ginger Snaps (John Fawcett, 2000) han retratado las sensaciones y descubrimientos de tan traumática fase vital desde una perspectiva en principio irreal.
Crudo parte de este subgénero ‒llamémoslo así‒, e incluso se le podría ver cierto parentesco con la mencionada Ginger Snaps, dado que narra una sangrienta historia sobre dos peculiares hermanas, más peligrosas de lo que cabría esperar, que comparten un macabro secreto.
Aquí hay que señalar que Crudo no se presenta como una película de terror al uso, sino más bien como una combinación de drama y comedia negra, resuelta en un tono propio de David Cronenberg, entre frío y perturbador.
Ducournau nos narra la historia de una chica muy inteligente (Garance Marillier) que entra en la universidad para hacerse veterinaria. Dicha facultad se asemeja más a una discoteca de Ibiza que otra cosa, y todo el mundo parece estar entregado a fiestas decadentes, de una forma tan asidua que habría agotado hasta a John Belushi. (Algún día convendría avisar a los chavales de instituto de que la vida de universitario no se parece en nada a la de las películas. O quizá sea así, y un servidor estuvo demasiado despistado durante la carrera. En fin).
El caso es que la protagonista, que inicialmente se nos presenta como una vegana y animalista virginal, va cediendo a sus impulsos primarios ‒en parte por la presión social, en parte por la liberación que le supone estar lejos de sus padres‒ y se va transformando en una criatura voraz, ávida de carne, sangre, sexo y alcohol.
Crudo triunfa al hacernos sentir incómodos, asustados ante el panorama de esa facultad de veterinaria donde transcurre la acción. Gracias a la buena labor de la directora, notamos esa sensación de extrañeza e intimidación que sufre todo novato ante un entorno nuevo (en este caso, la universidad y la inminencia de la vida adulta).
El problema es que la protagonista se vuelve muy distante. No cae demasiado bien, y de hecho, ningún personaje lo hace, porque prácticamente todos son unos sociópatas ensimismados (¿Se trata acaso de un retrato crítico de los millennials?).
Si le sumamos a ello que algunas escenas de impacto parecen más bien metidas con calzador, con el objeto de llamar la atención, a veces Crudo llega a ser más irritante que perturbadora.
Cuando el gore ya ha dejado de ser transgresor para pasar a la cultura mainstream (piensen en las señoras mayores que ven en la televisión CSI o The Walking Dead como si nada), el truco de mostrar asquerosidades para lograr ruido mediático ya se va quedando viejo.
En todo caso, al margen de un anticlimático chiste final, al estilo Historias de la Cripta, lo cierto es que Crudo genera más preguntas acerca del mensaje que desea transmitir Julia Ducournau que desmayos y arcadas. Y eso que los medios se han encargado de recordarnos que ciertas escenas ya provocaron desvanecimientos en el Festival de Toronto.
Sinopsis
En la familia de Justine todos son veterinarios. Y vegetarianos. Con 16 años, Justine es una estudiante brillante y prometedora. Pero, cuando se matricula en la facultad de Veterinaria, entra en un mundo tan decadente y despiadado como peligrosamente seductor. Durante la primera semana de novatadas, desesperada por sentirse aceptada a toda costa, se aparta de los principios familiares para comer carne cruda por primera vez.
Justine no tardará en afrontar las terribles e inesperadas consecuencias de sus actos cuando su verdadero yo comienza a emerger.
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