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Crítica: «Black Phone» (Scott Derrickson, 2022)

Seguro que muchos espectadores de Black Phone sentirán que esta película se acerca al universo de Stephen King. En materia de fenómenos culturales, la genética importa, o al menos eso se deduce de la fuente original del guion: un relato de Joe Hill, hijo del autor de It y Carrie. Por cierto, quien desee leer ese cuento, puede hallarlo en la antología Fantasmas bajo el título «El teléfono negro».

A diferencia de otras cintas de terror recientes, el film de Scott Derrickson tiene una consistencia dramática y una fluidez que parecen de otra época. Esto último, en realidad, guarda relación con la fecha en que se ambienta la trama: 1978.

El protagonista es un chaval retraído e inteligente, Finney Shaw (Mason Thames), hijo de un padre viudo (Jeremy Davies) que ahoga las penas en alcohol y llega a ser violento. En realidad, el ángel de la guarda de Finney es su hermana pequeña, Gwen (la extraordinaria Madeleine McGraw), una niña encantadora que posee el don de la videncia. De hecho, cuando al chico lo secuestra un siniestro asesino en serie (Ethan Hawke), es la pequeña Gwen quien trata de obtener pistas por medio de sus visiones. Pero hay algo más: en el sótano donde está encerrado Finney, un teléfono viejo comienza a sonar con insistencia… pese a tener el cable cortado.

Aparte de la música y el vestuario, la cinta se sirve de mil detalles para hacernos viajar en el tiempo. Black Phone no solo transcurre en los setenta. De una manera sutil, también parece una película de esos años. Sobre todo, porque evita el efectismo digital y se centra en unos personajes bien construidos. Finney y Gwen se hacen querer, en contraste con el implacable secuestrador, al que Ethan Hawke dota de una retorcida personalidad. Y eso que el actor casi siempre aparece en pantalla cubierto con una horrenda máscara, similar a la efigie de un demonio japonés. Que esa máscara esté fabricada con piezas intercambiables le permite transmitir diversas emociones, o incluso la ausencia de ellas.

Derrickson ha calculado bien su estilo, inspirado aquí por cintas como Halloween (1978) o El silencio de los corderos (1991). Con un presupuesto escaso pero bien aprovechado, el director consigue su objetivo: narrar una historia de iniciación, protagonizada por un muchacho que debe enfrentarse al mal en estado puro.

No es ninguna exageración decir que esta pequeña película conforma el retrato de una época al tiempo que ofrece una historia de miedo tan obsesiva y perturbadora como entrañable.

Sinopsis

El teléfono no funciona, pero está sonando.

Un sádico asesino secuestra a Finney Shaw, un chico tímido e inteligente de 13 años, y le encierra en un sótano insonorizado donde de nada sirve gritar. Cuando un teléfono sin conexión empieza a sonar, Finney descubre que puede oír las voces de las anteriores víctimas, y todas están más que decididas a impedir que a Finney le pase lo mismo que a ellas.

Protagonizada por Ethan Hawke –nominado a cuatro Oscar– en un papel aterrador, y por Mason Thames, en su primero en la gran pantalla. Completan el reparto Madeleine Mcgraw (Ant-Man y la Avispa) en el papel de Gwen, la hermana pequeña de Finney; Jeremy Davies (Una historia casi divertida) como el padre de Finney y de Gwen, y James Ransone (Sinister).

En 2012, los cineastas Scott Derrickson y C. Robert Cargill se unieron al productor Jason Blum y al actor Ethan Hawke para realizar Sinister, considerada hasta la fecha como la película más aterradora del siglo XXI. Todos tenían ganas de volver a trabajar juntos y dio la casualidad de que Scott Derrickson volvió a leer el relato «El teléfono negro», de Joe Hill, hijo del legendario autor de terror Stephen King. El relato forma parte de la colección Fantasmas, publicada en Estados Unidos en 2005 [2008 en España]. “Entré en una librería cuando acababa de publicarse el libro”, dice el director. “En la época no tenía ni idea de quién era Joe Hill y menos que era hijo de Stephen King. Me quedé de pie en la tienda leyendo el relato y pensé: ‘Este tío es genial’. Eran unas veinte páginas como mucho, pero el concepto me pareció fantástico para una película. Nunca se me olvidó. De vez en cuando hablaba de la historia y seguí pensando en llevarla a la pantalla, pero el momento nunca se presentaba. Por fin, hará cosa de un año y medio, supe que había llegado el momento. Mi coguionista, C. Robert Cargill, y yo compramos los derechos del libro a Joe y nos pusimos manos a la obra”.

Cargill también estaba enamorado de la historia de Joe Hill: “Scott me pasó el relato. Me gustó tanto que compré el libro inmediatamente y lo leí de tirón. Hay de todo, y es exactamente lo que se pide a una colección de historias de terror”.

Tanto el relato como la película giran en torno a un niño de 13 años llamado Finney, al que secuestra un raptor y asesino en serie de niños conocido como El Captor en un barrio del norte de Denver. Encerrado en el sótano del asesino, Finney descubre que puede oír a las anteriores víctimas a través de un viejo teléfono negro de disco colgado en la pared que está desconectado. La inspiración del relato nace de un recuerdo de infancia de Joe Hill. “Crecí en Bangor, Maine, en una casa muy vieja”, dice. “Había un teléfono en el sótano que no estaba conectado. Siempre me inquietó mucho. No tenía sentido que hubiera un teléfono en un sótano con el suelo de tierra batida y las paredes de cemento. De niño, lo peor que podía imaginar era que ese teléfono empezara a sonar”.

Scott Derrickson siempre había querido hacer una película que explorara la complejidad emocional y el dolor de la infancia, así como la capacidad de los niños para superar la tragedia. “En la película Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut, hay una de las mejores interpretaciones infantiles que he visto nunca en la pantalla”, dice. “No solo retrata los traumas que persiguen a un niño, sino también su resiliencia. Sabía que quería hacer algo en esa dirección, pero no encontraba una historia con esa sensación. Bueno, hasta que leí ‘El teléfono negro’. Después de leerlo, Cargill y yo empezamos a estudiar cómo encajar el relato con el concepto que nos rondaba”.

El resultado es una película que va más allá del género. “Scott y yo estamos convencidos de que una buena película de género no se limita a uno solo, se escoge un género que realmente te gusta para contar la historia, pero en el camino se mezcla con otro”, explica Cargill. “Aquí se trataba de escribir una película del paso de la niñez a la adolescencia interrumpida por una historia de terror”.

En la mayoría de las películas en las que un asesino secuestra a niños, la víctima debe ser rescatada por un detective o un adulto tan valiente como intrépido. En Black Phone, a pesar de que los adultos tienen buenas intenciones, son unos auténticos inútiles, mientras que los niños –el mismo Finney, las voces de los chicos asesinados que se oyen por el teléfono y sobre todo Gwen, la hermana pequeña de Finney– son los únicos que pueden impedir que El Captor torture y mate a Finney. Aparte del terror escalofriante de una buena historia de miedo, la película se centra en la fuerza de los niños, en su facilidad para creer en fuerzas invisibles, y en el poder del cariño y de la familia para ayudar a soportar las situaciones más oscuras.

El escritor Joe Hill quedó encantado con la adaptación. “El cuento nació queriendo ser una novela, pero nunca encontré la forma de alargarlo sin llevarlo a lugares a los que no me apetecía entrar”, dice. “Fue fascinante que Scott y Cargill juntaran el rompecabezas, y enriquecieran el relato con más personajes, historias y sabiduría”.

Para Joe Hill, la recreación de la época se convirtió en algo personal. “Recuerdo perfectamente que, en 1978, las cosas eran así, nuestros padres se comportaban así, y no suele ser algo que se vea mucho en el cine”, dice. “La nostalgia suele describirse con una cálida luz dorada para que todo sea más bonito de lo que era en realidad, borrando las asperezas y la fealdad”.

Para la generación X fue una época carente de toda iniciativa contra el acoso de cualquier tipo. Sobre todo para los chicos, aprender a defenderse de los matones del colegio o del barrio se consideraba parte del aprendizaje. “Mi mayor recuerdo hasta que fui al instituto es la violencia que reinaba en el barrio donde vivíamos”, dice el director. “Y la sensación que más recuerdo de niño es el miedo. Era el más pequeño en una calle llena de matones”.

También fue una época marcada por el miedo en Estados Unidos debido a una serie de crímenes espantosos y asesinos en serie como la Familia Manson, el Estrangulador de la Colina, el Asesino del Zodíaco, el Hijo de Sam, John Wayne Gacy y Ted Bundy, que salían constantemente en las noticias, dando una nueva forma a las pesadillas de los estadounidenses. “Recuerdo que cuando todavía estaba en primaria, al menos en la zona norte de Denver, los asesinos en serie eran noticia”, añade el director. “A mediados de los setenta, todo el mundo contaba leyendas urbanas con los peores asesinos en serie. Y esos horrores se convirtieron en reales en la mente de la gente”.

Ya en los ochenta, los asesinatos de niños empezaron a ocupar los titulares. El primero fue en 1981, con el secuestro y decapitación de Adam Walsh, un niño de seis años, en Florida. Sin previo aviso, de la noche a la mañana, la infancia cambió radicalmente en Estados Unidos. “Cuando asesinaron a Adam Walsh, no había ninguno de mis compañeros que no supiera su nombre, cómo había muerto y la horrible historia de cómo habían encontrado su cuerpo”, explica Cargill. “Teníamos pesadillas e incluso dio pie a un diálogo en el guion: ‘Pasas de ser un chico desconocido durante años, y luego todos saben tu nombre’. Creo que describe bastante bien la época en que crecimos”.

Quizá no sorprenda a nadie que las primeras semillas del futuro artístico de Scott Derrickson fueron plantadas entonces. “Al crecer con tanto miedo siendo niño, llegué a entender la sensación y allí nació mi pasión por el género de terror”, reconoce. “Tanto en la faceta de espectador como en la de creador en el género de terror, me obligo a enfrentarme a algo que me da miedo. Me gusta sumirme en el género. Se trata de mirar a los ojos a algo de lo que no se habla o que da tanto miedo que no puede describirse. Siempre me ha parecido una experiencia catártica, como espectador y como artista”.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Blumhouse Productions, Universal Pictures. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.