De un modo un tanto elitista y condescendiente, hay quien dice que las películas al estilo de Aliados son “películas para señoras”. Quizá haya cierta verdad detrás de dicha categoría, pero sería un poco ingenuo pensar que a todas las señoras les gustan las mismas cosas, o que films como Aliados sólo puedan ser disfrutados por ellas.
¿De qué tipo de películas hablamos? Melodramas de corte clásico, en principio poco llamativos para el público más joven (se podría abrir un interesante debate al respecto), con sus escenas románticas de sabor añejo, protagonistas guapos con estilismos elegantes, lagrimones, tensiones, secretos, mentiras, ambientación de época y un poco de acción, que nunca viene mal.
Este film, además, ha incluido en su promoción ‒¿de manera involuntaria?‒ un cotilleo relativo a la vida privada de sus protagonistas, algo muy habitual en los tiempos del Hollywood clásico (véase Cantando bajo la lluvia: tanto porque se habla de este asunto, como porque siempre conviene volver a ver aquella maravillosa película).
La pareja formada por un Brad Pitt extrañamente acartonado y una voluntariosa Marion Cotillard son el centro de la historia, cuyo desarrollo es algo renqueante a causa de un guión formado por lugares comunes no muy bien ensamblados. Son muchas las secuencias que funcionan bien, pero el conjunto de la historia no tanto, y es que el trabajo del director Robert Zemeckis queda bastante por encima de la labor del guionista Steven Knight.
Zemeckis lleva muchos años dedicándose al cine comercial, y haciéndolo bien (Regreso al futuro bien podría ser una película perfecta). Tras unos desconcertantes años dedicado a la animación, ha vuelto al cine “de imagen real” (si es que eso existe), sin haber perdido sus superpoderes: recursos audiovisuales al parecer ilimitados, habilidad para llevar al público por donde él quiere, gran sentido del suspense y el espectáculo y uso creativo de los efectos especiales (en esta ocasión, una tormenta de arena de lo más romántico).
Como he dicho, en la película hay escenas muy efectivas (el momento de la baraja con el nazi resulta especialmente estupendo), pero la frialdad de Pitt y el avance a trompicones de la trama impiden que el film sea tan intenso o emotivo como se desearía.
En todo caso, Aliados es una película que rinde homenaje a las historias de la vieja escuela, con romances en plena guerra, lugares exóticos (Casablanca, nada menos) y amor triunfante frente a las adversidades de un… en fin, ese tipo de asuntos.
A veces se agradece el sacudirse el cinismo y volver a las cosas sencillas.
Sinopsis
Para los agentes secretos de la Segunda Guerra Mundial Max Vatan (Brad Pitt) y Marianne Beauséjour (Marion Cotillard), la clave de la supervivencia consiste en que nadie les conozca de verdad nunca. Son expertos en el arte del engaño, la simulación, la anticipación y el asesinato. Cuando accidentalmente surge el amor entre ellos en medio de una misión extraordinariamente arriesgada, su única esperanza consiste en abandonar todas las dobleces, pero en vez de hacerlo, las sospechas y el peligro se convierten en el centro de su matrimonio en tiempos de guerra, cuando las circunstancias hacen que los esposos tengan que superar una creciente y potencialmente letal prueba de fidelidad, identidad y amor… con consecuencias globales.
Hay historias auténticas que escuchas una sola vez y no puedes olvidar jamás.
Esto es lo que le ocurrió al guionista Steven Knight – nominado al Óscar por el thriller de Stephen Frears Negocios ocultos y galardonado por la película de David Cronenberg Promesas del este, además de guionista y director del atrevido drama individualista Locke‒ tras escuchar la historia de dos espías infiltrados en la Segunda Guerra Mundial que se enamoraron locamente.
Dicen que todo vale en el amor y la guerra, pero cuando amor y guerra se combinan de la manera más volátil que quepa imaginar, las certezas morales del mundo pueden irse de las manos rápidamente.
La historia que obsesionó inmediatamente a Knight giraba en torno a un espía canadiense y una maestra de escuela francesa convertida en combatiente de la resistencia que se conocen en una misión y después, en son de reto, deciden casarse, decisión desaconsejada por las agencias de inteligencia. En cualquier caso, parecía un final feliz, hasta que abruptamente, uno de ellos es desenmascarado como doble agente que está facilitando información esencial al enemigo, poniendo su amor y sus vidas en un peligro inminente.
Knight replanteó la historia para centrarla en un asesino especialmente implacable y competente, Max Vatan, que no era del tipo que permiten que un coqueteo nuble su raciocinio. Convirtió a Max en miembro del legendario SOE, los operativos especiales de la agencia de inteligencia de alto secreto que recibió la orden de Winston Churchill de «dar fuego a Europa», y que eso fue exactamente lo que hizo, en colaboración con la resistencia francesa, en una serie de audaces misiones de sabotaje e intentos de asesinato tras las líneas nazis.
A continuación, Knight creó a un tipo de mujer atractiva, enigmática, a la que ni siquiera Max pudiese resistirse, encarnándola en Marianne, la combatiente de la resistencia francesa que es tan inteligente, hábil y dura como Max, aunque puede que no sea lo que parece. El error que suele cometerse en estas situaciones es tener sentimientos, dice Marianne, pero ninguno de los dos puede hacer caso omiso al deseo que siente por el otro. Desde el principio, Max y Marianne están constantemente poniéndose a prueba y provocando al otro de manera desenfadada, pero ese desenfado se convierte en un asunto mortalmente serio cuando Max se ve obligado a seguir como una sombra a su amada esposa para responder a la pregunta más inesperada: ¿realmente puede ser una traidora?
El productor Graham King sabía que necesitaba un director que pudiese aportar una sensibilidad dinámica y contemporánea a una panorámica narrativa expansiva digna del Hollywood de la Edad de Oro, que abarcaba todos los campos, desde el espionaje y el asesinato a la seducción, la traición, el temor, el coraje y el amor inquebrantable.
Paradojas de la vida, ese director acabó presentándose por sí solo ante el productor. «Bob Zemeckis se presentó en mi oficina un día y me dijo, ‘Me encanta este guión de Steve Knight y quiero dirigirlo’. No le conocía, nunca habíamos hablado, pero era un gran admirador de su obra», recuerda King. «Más tarde descubrí que Bob quería hacer una película sobre la segunda guerra mundial desde hacía mucho tiempo».
King prosigue: «Contar con Bob en el equipo fue absolutamente esencial para que la película se hiciese de la forma en que se ha hecho. Es el motivo por el que la película tiene el estilo visual que tiene y también es una gran parte de la razón por la que pudimos incorporar al reparto a Brad y Marion. Puede que Bob tenga una gran fama como genio técnico, pero también da una gran importancia a los personajes. Es dificilísimo encontrar ambos rasgos en la misma persona… y eso es exactamente lo que necesitaba esta historia».
Dice Zemeckis: «El guión tenía un hálito romántico, épico, arrebatador. Lo que más me gusta como director es conmover al público, y cuando cuentas una historia tan impactante como esta, con tantos altibajos y vaivenes emocionales, tienes a tu disposición unas oportunidades insuperables para hacerlo. Este tipo de historia es perfecta para un cineasta como yo, porque me gusta despertar sentimientos en el público y utilizar todas las herramientas que tengo a mi disposición para lograrlo».
En cuanto leyó el guión, Zemeckis tuvo una inspiradora visión sobre el estilo de la película, que captaría no solo la devastación de la segunda guerra mundial, sino también la exuberante y apasionada vida de las personas embriagadas por el asombroso milagro de la supervivencia. Recrea, con el ímpetu del estilo del siglo XXI la tensa, pero espléndida elegancia de la Casablanca de la ocupación; la austera belleza del desierto marroquí recorrido por el viento; los sombríos corredores de las oficinas de la SOE en Baker Street; el polvorín de Dieppe, Francia, en donde una fallida incursión aliada dejó tras de sí la ocupación nazi y una resistencia francesa sumida en dificultades; y el maltrecho pero valientemente desafiante Londres del bombardeo aéreo alemán.
Uno de los mayores desafíos de rodaje de Aliados es que la acción tiene lugar en mundos que ya no existen y que resultan cada vez más difíciles de recrear. Pero ese desafío no hizo sino estimular el poderosísimo instinto creativo de Robert Zemeckis. Concibió la película como una sucesión ininterrumpida y nunca vista de localizaciones de exterior, platós de rodaje extraordinariamente convincentes y efectos visuales que hicieron posible que el reparto y el equipo de rodaje recorriesen el mundo «virtualmente», mientras la cámara disfrutaba de libertad para moverse de la manera creativa que Zemeckis deseaba.
Aunque utilizó efectos que el Hollywood de la época no podía ni imaginar, es indiscutible que Zemeckis quería hacer su propio homenaje a la apreciada película de Michael Curtiz con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. «Queríamos que nuestra película evocase a la Casablanca que conocemos gracias a la película clásica Casablanca, que refleja cómo era realmente la ciudad en aquella época. Era una ciudad muy elegante, estilosa y sofisticada, en la encrucijada de la guerra», afirma.
Ahora, sin embargo, Casablanca está llena de casas de pisos y nuevas construcciones y no se parece nada a lo que era hace medio siglo. Así que los cineastas forjaron una recreación híbrida a partir de localizaciones en las Islas Canarias, de los detallados escenarios de Gary Freeman y de efectos digitales.
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