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«Condorito: La película» (2017), de Alex Orrelle y Eduardo Schuldt

Hace más de diez años que no veo películas de dibujos animados: ver pelis de Nicolas Cage mantiene ocupado todo mi tiempo libre. Sin embargo, este finde rasqué dos horas y compré una entrada de cine para ver Condorito, y así apoyar la producción local.

Condorito, creado por el artista chileno Pepo, es un personaje con casi 70 años de vida, así que si Disney o los teleñecos de Henson tienen problemas con poner al día sus criaturas para apelar a un público de hoy y que a un tiempo no se queje nadie, es lógico que los actuales responsables del pajarraco buscavidas también sufran, sobre todo tratándose de un animal con novia humana. Yo le tengo cariño a Condorito porque de adolescente leí algún tebeo suyo en España, aunque allí nunca prendió.

Respecto a la peli: a mí me moló, pero claro, yo llevo una década sin ver títulos de animación. Los dibujos muy bien, aunque ese tresdé plasticoso siempre parece que pida a gritos una mano de pintura extra. De entre los personajes, el más plano es Yayita, la novia eterna de Condorito, si bien su decisión final de rechazar la propuesta de matrimonio del novio –¡atención: espoiler! Uy, esto debí señalarlo antes tal vez– me parece una gran lección moral y tremendamente útil para la infancia.

Curiosamente, aunque toda actualización desate siempre quejas de puristas o correctos, mi personaje favorito de la cinta es el más peliagudo: Doña Tremebunda, la suegra bigotuda (me encanta la sutileza y naturalidad además con que le detallan el vello del bigote: una peli yanqui lo haría a lo grotesco, seguro), termina por ser la mejor baza, la más humana: los guionistas se esfuerzan por dotarla de más dimensiones psicológicas que al resto de la troupe, y entendemos el deseo de la señora por gozar un poco de fantasía romántica y de glamour, tras tener que soportar una familia tan convencional y, sobre todo, un marido tan soso y desustanciado.

El otro personaje divertido del filme es el jefe de los etés: el líder alienígena al que ninguno de sus subordinados hace ni puñetero caso. Me conmovió ese detalle: él impartiendo órdenes y los extraterrestres partiéndose de risa o yéndose a ver un partido de fútbol, un chiste recurrente de esos que los alemanes no entenderían jamás. Ay, el localismo es lo que le da gusto al guiso cultural… Por otro lado, chapeau al afán del guion por subrayar que los dos mejores personajes sean los más vulnerables. Como dice el eté a Tremebunda: «Yo también sé lo que es ser humillado…».

Dicho esto, a título personal me hubiera encantado que la peli se desarrollara enteramente en el barrio de Condorito –su grupo cantinflero de amigos está muy bien definido y funciona cómicamente a la perfección–, sin aventuras espaciales ni gaitas siderales, sino a pie de calle, para saborear un poco más el aliño autóctono.

Pero claro… ¡siempre se me olvida que estas películas las hacen para los malditos niños!

PD. Nada más salir del cine corrí a comprarme el álbum de Condorito y un sobre de cromos que nunca abriré… Un detalle que me hizo volver a la infancia: el álbum es baratísimo. Me sorprendió hasta que recordé cuando era un mocoso: «¡Claro, el álbum lo ponen tirado de precio para que piques y así te enganchen comprando los cromos todo el puto día!».

Ay, qué bonito es sentirse niño otra vez… ¡Gracias, Condorito!

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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