“Con las ametralladoras cargadas y los visores centelleantes, nuestros cazas Corsair revolotean como halcones sobre territorio ocupado por el enemigo. Bajo nosotros está la jungla, que se extiende por las colinas de Nueva Irlanda… Volamos a una altura de 2.400 (pies). Nuestra base es una pista de coral aplanado en las islas Verdes (la isla Nissan), a 640 kilómetros, al este de Nueva Guinea, cuatro grados al sur del ecuador. Es el 22 de mayo de 1944. Esta es mi primera acción de guerra.”
El autor de estas líneas es el legendario aviador Charles Augustus Lindbergh. En aquel momento, su país, Estados Unidos, había llegado a su cenit como potencia económica y militar. Ya era la nación más poderosa del mundo. De hecho, durante la guerra alcanzó la primacía imperial.
Lindbergh fue el primer piloto en cruzar el Atlántico, una hazaña que logró en 1927 a bordo del Espíritu de San Luis, un avión monomotor. Sin embargo, en contraste con ese hecho admirable, su vida refleja claroscuros que también eran propios de aquel imperio. Por ejemplo, fue condecorado por Göering y abanderó el grupo aislacionista estadounidense America First Committee (AFC). También fue antisemita.
Entre otros muchos estadounidenses, apoyaron al AFC los futuros presidentes John F. Kennedy y Gerald Ford, el arquitecto Frank Lloyd Wright, la actriz Lillian Gish y el futuro juez del Tribunal Supremo Potter Stewart. Aquel grupo se disolvió inmediatamente después del ataque japonés a Pearl Harbor.
Lindbergh intentó enrolarse en las fuerzas aéreas, pero Henry L. Stimson, secretario de Guerra, lo rechazó por instrucciones directas del presidente Roosevelt. Con posterioridad, logró trabajar en el diseño de aviones. Como analista técnico del Vought F4U Corsair, terminó sobrevolando el Pacífico en acciones contra los japoneses.
Tras la guerra, escribió un libro sobre su histórico vuelo, titulado The Spirit of St. Louis (Charles Scribner’s Sons, 1953), por el que se le concedió el Pulitzer en 1954. Ese mismo año, fue rehabilitado por el presidente Eisenhower, quien recomendó su nombramiento como general de brigada del Comando de Reserva de la Fuerza Aérea. Para entonces, el contexto internacional ya estaba marcado por la Guerra Fría.
Posteriormente, Lindbergh estuvo ligado a causas de defensa del medio ambiente. Falleció en Hawai en 1974.
El recuerdo de la faceta más inquietante del aviador se lo debemos a Philip Roth, y en concreto, a su libro La conjura contra América (2004). En esta ucronía, Lindbergh llega a ser presidente de los Estados Unidos en 1940, y pacta con Hitler durante una entrevista en Islandia. Como Secretario de Interior nombra a otro conocido antisemita, Henry Ford. La novela también recoge, dándole otro tratamiento, el secuestro del hijo de Lindbergh, de 20 meses, que en la realidad acabó en tragedia.
Aunque sea una historia alternativa, La conjura contra América incluye detalles autobiográficos de la infancia del propio Roth, nacido en 1933, en Newark, Nueva Jersey, y nos proporciona un claro testimonio de las tensiones antijudías que el escritor vivió en esa época.
En diversas ocasiones, el novelista reflexionó sobre este raro personaje, héroe y filonazi, representación de una «amenaza antisemita verdaderamente extendida (…), insidiosa y autóctona, capaz de surgir en cualquier parte» ‒así la define en ¿Por qué escribir?: Ensayos, entrevistas y discursos (1960-2013)‒. «Lindbergh, como fuerza sociopolítica en los años treinta y cuarenta, destacó no solo por su aislacionismo, sino por su actitud racista contra los judíos y sus opiniones mezquinas e intolerantes que han quedado ponzoñosamente reflejadas sin tapujos en sus discursos, diarios y cartas. Lindbergh era, ante todo, un supremacista blanco, un racista ideológico en el sentido eugenésico, y, dejando de lado su amistad con algunos judíos concretos como Harry Guggenheim, no podía percibir, ni percibía a los judíos, como grupo, como los iguales genéticos, morales o culturales de los blancos nórdicos como él mismo y no los consideraba ciudadanos estadounidenses deseables más que en un número escaso».
Entrevistado por Charles McGrath, Roth resumía, una vez más, esa contradicción moral que aún nos impacta: «Puede que Charles Lindbergh, tanto en la vida real como en mi novela, fuese un verdadero racista, un antisemita y un supremacista blanco que simpatizaba con el fascismo, pero también era ‒debido a la extraordinaria hazaña de su vuelo transatlántico en solitario a los 25 años‒ un auténtico héroe estadounidense trece años antes de que yo decidiese que ganase la presidencia. Históricamente, Lindbergh fue el valiente joven piloto que en 1927 cruzó el Atlántico volando, sin escalas, desde Long Island hasta París».
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