La fotografía tiene la virtud de inmovilizar la vida y, por ello mismo, salvarla de su efímero transcurrir. La imagen fotográfica no viene del pasado ni marcha hacia el futuro. Es el instante absoluto, la menos imperfecta definición de la eternidad. A veces, contemplando la imagen que sostiene apenas una delgada lámina de papel, se nos escapa un sentimiento de recuperación: esas gentes y esas cosas están ahí, de nuevo vivas y cercanas. Desde luego, es un truco de la magia fotográfica, similar a los espectros: cuerpos sin presencia. Esta falta nos permite hacerlos presentes en nuestra imaginación. Y así nos metemos en un momento del pasado, nos lo adueñamos y le añadimos cuñas de nuestra cosecha.
Estas y otras vivencias estimula el libro de Fernando Castillo Carrete de 36 (Renacimiento, 2021, 321 páginas). Debe su título a las 36 tomas que contenían los clásicos carretes de película virgen fotográfica en la era que ahora conocemos como analógica. Lo componen 36 fotografías de diversos autores, algunos anónimos, cada una acompañada por un texto del escritor y seleccionador, que es reconocido historiador a la vez que fotógrafo.
La antología apunta a la heterogeneidad: lugares, momentos, circunstancias, profesionales, aficionados, firmas, anonimatos. No tiene temática ni tendencia. Es –nada menos– el mundo visto a rachas por un objetivo fotográfico. O, si se prefiere: el siglo XX mostrado a rachas en 36 tomas. Así se advierte que se nos presentan eventos reconocibles al lado de aglomeraciones amorfas, la realidad fluyente que un esfuerzo de composición somete y transfigura en otra cosa (¿la Otra Cosa?), Ródchenko que capta un desfile militar desde gran altura hasta volverlo irreconocible, Strache que muestra una ciudad en construcción que es Berlín semiderruida por un bombardeo, Cavalli que convierte una perspectiva de Fano en un cuadro de Chirico con sus monumentos deshabitados, Steichen que hace de un puente portuario una abstracción donde la Cosa es por fin cosa.
Castillo, aparte de antólogo, es quien hace seguir cada imagen de un texto donde actúa como cronista de época y lugar, explicándonos el contexto social e histórico de cada toma, y como escritor a secas, es decir como un prosista al cual la imagen fija excita a la fluencia de la escritura. De tal modo, quien recorra las páginas bella y cuidadosamente editadas, como de costumbre, por Renacimiento, podrá hacerse cargo de la tenue impavidez de la imagen y de la acechante vida de la prosa. Unos hombres que tal vez apenas pudieron conocerse, se juntan aquí para dar prueba de que anduvieron y vieron, mientras otro hombre se les ha colado y los ayuda a explicarse por medio de la palabra. Una fotografía es muda pero está siempre a punto de hablar. Es en este hiato donde Fernando Castillo instala sus dichos, como escritor y fotógrafo.
Sinopsis
«Bajo cubierta marsellesa, náutica e inmortal de nuestro común amigo Bernard Plossu, lo que el lector tiene entre sus manos es una sugerente colección de treinta y seis instantáneas fotográficas, todas ellas en blanco y negro, y de la autoría de un escogido ramillete de artistas de la cámara, reunidas (a modo de museo imaginario) y analizadas por Fernando Castillo, historiador, escritor y tintinólogo, ocasional practicante también del arte de la fotografía, y del de los pinceles. A la vista de este personalísimo repaso a los frutos de un arte cuya aparición a comienzos del siglo XIX revolucionó todos los demás, pensamos en aquello de Godard de que hay que meterlo todo en una película. Pese a que sólo se trata de una selección breve, el madrileño ha metido en este libro, en apretada síntesis, todo o casi todo lo que le gusta, las ciudades y los agentes dobles, los años oscuros y los días luminosos, los carteles y las passantes, los neones y la arquitectura funcionalista, los submarinos y los cafés… Desfilan por sus páginas fotografías realizadas a lo largo del siglo pasado por Rodchenko, August Sander, Germaine Krull (vía no una obra propia sino una foto encontrada que le hace pensar en ella), Ilse Bing, Herbert List, Sudek el pragués, los porteños Horacio Coppola y Saamer Makarius, Tina Modotti, Dorothea Lange, Manuel Álvarez Bravo, el subjetivista Otto Steinert, Ernst Haas, Nicolás Muller, Jesse Fernández, el propio Plossu… Más cantores obsesivos de París (en la estirpe de Atget) como Cartier-Bresson, Izis o Willy Ronis, o de Nueva York (en la estirpe de Stieglitz) como Steichen, Weegge o Winogrand. No faltan los traspapelados: Horácio Novais, fotorreportero que supo decir como nadie la Lisboa City of Spies de los años de la Segunda Guerra Mundial; el doliente narrador francés Luc Dietrich en su faceta de fotógrafo; el napolitano y metafísico Giuseppe Cavalli; o allende el Estrecho, el africanista Bartolomé Ros, o el tangerino e improbable Félix Candel (el penúltimo libro del autor, por cierto que autoilustrado con fotografías, es sobre esa ciudad mítica), me sospecho (pese a la bibliografía citada) que más primo hermano de Jusep Torres Campalans o de Pavel Hrádok que del autor de Donde la ciudad pierde su nombre. En definitiva, un libro coral, de alta intensidad literaria, que hará las delicias de los amantes de las ciudades, de la fotografía, y de la escritura sobre ciudades y fotografía» (Juan Manuel Bonet).
Fernando Castillo (Madrid, 1953) es ensayista y escritor, autor de varios libros y numerosos artículos en revistas universitarias y especializadas. Entre sus libros destacan los dedicados a la cultura y la historia contemporánea: Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid en la literatura y la sociedad, del 98 a la postguerra; Tintín-Hergé. Una vida del siglo XX; Madrid y el Arte Nuevo. Vanguardia y arquitectura 1925-1936; Noche y niebla en el París ocupado. Traficantes, espías y mercado negro; París-Modiano. De la Ocupación a Mayo del 68; Los años de Madridgrado; Españoles en París 1940-1944. Constelación literaria durante la Ocupación y La extraña retaguardia. Personajes de una ciudad oscura. Madrid 1936-1943. También ha dedicado trabajos a los dos últimos siglos medievales y los comienzos de la Edad Moderna en el ámbito de la literatura, el arte y la polemología como Estudios sobre cultura, guerra y política en la Corona de Castilla (siglos XIV-XVII) y Un torneo interminable. La guerra civil castellana del siglo XV. Ha sido responsable de la edición y prologuista de diferentes obras y ha impulsado y comisariado exposiciones de arte como las dedicadas a Luis Bagaría, Carlos Sáenz de Tejada y Joaquín Valverde, o Tomás Ferrándiz, así como a la obra de Patrick Modiano, a las aventuras de Tintín, a la relación entre pintura y literatura en los años de entreguerras como «Ciudades literarias: Lisboa, Tánger, Trieste, Argel, Estambul y Shanghái» y «El viaje y el escritor 1914-1939», esta última, al igual que la dedicada a las ciudades de Ramón Gómez de la Serna, con el artista Damián Flores. Entre las exposiciones de fotografía realizadas destacan las referidas a la fotografía en el Museo Naval y en el Museo del Ejército, a la combinación de poesía y fotografía por medio de las obras de Juan Manuel Bonet y de Bernard Plossu, al argentino Grupo Fórum y al fotógrafo cubano Jesse A. Fernández.
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.
Copyright de imágenes y sinopsis © Editorial Renacimiento. Reservados todos los derechos.