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Borges, un célebre sordo

Varias veces se declaró Borges sordo a la música. Hasta en la última de las conferencias que pronunció, ésta en la ciudad argentina de Córdoba, reiteró su confidencia. Quizá para compensar esta característica, dedicó algún poema a cierto gran músico, por ejemplo Brahms, y páginas ocasionales a su peculiar y algo caprichosa noción del tango y la milonga, pero nunca en lo musical.

No obstante, este elemento, como todo lo denegado, vuelve en sus obras. A veces para admitir que el sentimiento amoroso sólo se puede decir sin palabras, con un rasgueo de guitarra. Otras, para elogiar el ritmo, lo melódico o la armoniosa solución estructural de un poema ajeno. Otras para suscribir el principio romántico de que todas las artes propenden a la música, como si ella fuese el Arte por excelencia, con lo cual las demás quedarían en plan de aprendizas más o menos aventajadas o atrasadas. Otras veces, por fin, para cincelar alguna inteligente definición: “esa forma misteriosa del tiempo que es la música”. Para un sordo musical, no es poca cosa.

Más extensamente se manifestó en una entrevista concedida a la revista Sur de Buenos Aires (anuario de 1974). En ella se ocupa del cine, una disciplina que lo atrajo especialmente, aunque a cierta altura de su vida hubo de renunciar a ella por el mal estado de su vista. No obstante tal admiración, Borges juzga al cine un arte bastardo, más aún que las otras artes en las que se apoya, sumadas a la técnica de la fotografía. En contra: “…todas las artes, salvo la música, adolecen de ese carácter dependiente. La música no. Por de pronto, usted no puede contarla…Pienso que es también el arte más profundo.”

Menuda confesión de tan célebre sordo al arte sonoro. Me detengo en el adjetivo profundo: lo que no tiene fondo. La música se sostiene a sí misma, se blinda al no dejarse contar –ni traducir, como el propio Borges observa en alguna ocasión– y ese sostén carece de medida. Lo infinito acución repetidamente a Borges. Lo tentaba hasta la fascinación pero huía de él en pos de una mesurada claridad clásica. Quizá por ello soslayó (¿renunció?) a la música, desde tan respetuosa distancia. Era un hombre de letras, “pobre y enigmático”, según su autodefinición. Y así embridó su prosodia, tan melodiosa con frecuencia, como reconocimiento y ofrenda a lo que hace todo poeta: cantar.

Imagen superior: Jorge Luis Borges fotografiado en 1951 por Grete Stern.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Publicado previamente en Scherzo y editado en Cualia por cortesía de dicha revista. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")