El libro de Estela Canto Borges a contraluz (Espasa Calpe, Madrid, 1989) puede leerse como un capítulo ideal de una conjetural historia de la literatura argentina.
El texto contiene varias zonas: una de rememoración personal, otra de examen de obras borgianas, una tercera de cartas de amor enviadas por Borges a la autora.
A mediados de los cuarenta, Borges se enamoró de Estela Canto y una posible crónica de aquellos amores, hecha sin gazmoñería y sin truculencias sexuales, queda en estas páginas. Algunos extremos que comenta Canto nos son conocidos o sospechados: que Borges vivía bajo el control de su madre, a la cual llamaba constantemente por teléfono para hacerle saber su situación, sus actividades, su compañía; que tenía cierta fobia a todo lo corporal, sobremanera a lo sexual; que su vida amorosa iba al encuentro de la privación y la desdicha.
Canto explica sus contactos personales y profesionales con Borges (bastante distanciados unos de otros) y el proceso de intervención de un psiquiatra, que razona la timidez sexual de Borges, su horror al coito, a partir de una escena de la adolescencia, durante la cual su padre, para obligarlo a iniciarse sexualmente y superar su timidez y su posible homosexualidad, lo hace acostar con una prostituta que ha sido su amante. Borges queda sometido a un secreto dictamen paterno de ineficacia, que lo retrae de por vida ante todo posible acto sexual.
Sus intentos de matrimonio han sido maneras de compensar la culpa que ambos elementos le producían: la impotencia y la devaluación paterna. Es el antepasado borgiano, que castra al descendiente, privándolo de su brío guerrero, su escritura, su capacidad de engendrar, la vida y la muerte que faltarán siempre a la «vida» de Borges.
Puede el lector preguntarse acerca de la utilidad de textos como éste, en el sentido de aportar elementos de juicio sobre una literatura que es, en definitiva, lo único relevante en la vida de Borges. Si éste no fuera el autor de sus libros ¿qué importancia tendrían sus problemas sexuales y psicológicos? Y, siéndolo ¿qué importancia tienen?
Lo mejor de esta clase de textos reside en observar cómo un gran escritor eleva a la calidad de mito, es decir de historia contada y recontada por todos, sus circunstancias personales, su contingencia, la vanidad cotidiana de una vida entre otras vidas.
La nostalgia de Borges por la vida no vivida (una casa, una mujer, unos niños, la vuelta cotidiana al hogar, la comida familiar) se traduce en la nostalgia universal por todas las vidas no vividas, por el ansia humana de totalidad. La descorporización como base de la cultura, la identificación del alma con lo fantasmal y lo escrito, la producción de un cuerpo de palabras, deviene toda una poética.
Hasta la erótica misma de Borges, la devoción por la amada lejana o muerta, es una variante del amor cortés y del romántico, cuya condición de existencia es el ser amado como ausente, aunque su cuerpo esté al alcance de la mano. Estela Canto es eso: una estela, una huella efímera en el agua, y un canto, un perfil y algo que canta en los versos del enamorado Borges. Él la ve siempre de costado o de espaldas, como pasando hacia la lejanía. Y la mujer lo evoca como una ausencia en su vida, una vida no vivida, el amado lejano.
Tal vez, sin deliberarlo, Estela Canto se muestra como una invención de Borges, parecida a la de ciertas páginas de El retrato y la imagen o El muro de mármol.
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en la revista Cuadernos Hispanoamericanos. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.