Borges, escritor exigente y más que letrado, convocó por medio de sus libros a una capilla de lectores igualmente afectos a guiños y sutilezas, pero se halló, en su madurez y hasta su muerte, asediado por una gloria mediática e institucional nada borgiana.
Viajes, traducciones, entrevistas, encuentros con dignidades políticas y académicas, cortejos callejeros, autógrafos, fotos, premios, condecoraciones, audiencias papales en su austero piso de la porteña calle Maipú, la ceguera y los ilegibles libros y la final y serena compañía de María Kodama, trazan un retrato conocido y paradójico.
Gabriel Cacho Millet, escritor argentino residente en Roma, frecuentó a este Borges y narra en El último Borges(2004) unas cuantas escenas presenciadas de cerca. Ayudó al poeta a corregir sus versos para ediciones definitivas, exhumó textos olvidados o abandonados, investigó la imposible relación de Borges con Rafael Alberti, documentó la amistad y el amor cortés que el escritor sintió por Susana Bombal, siguió los pasos borgianos por Italia, tomó nota de algunas conmociones ante la muerte del maestro, en especial la suya propia y la de Bioy Casares.
Sin duda, el libro tiene un valor documental que los curiosos y los biógrafos sabrán estimar. Cacho Millet fue amigo y admirador de Borges (y de Alberti, dicho sea al pasar y teniendo en cuenta la circunstancia), lo cual acarrea las ventajas e inconvenientes de la cercanía. Se ven cosas vedadas a los terceros pero la visión está teñida por muchas deudas sentimentales.
Inevitablemente, Borges deja caer lúcidas precisiones. Por ejemplo: «La literatura no es otra cosa que el manejo feliz de una serie de símbolos arbitrarios y el estudio de ese misterioso manejo, que ciertamente no agotaremos, no puede estar vedado a la inteligencia». O el aserto de que él no fue (ni es, añado) maestro de nadie y sí discípulo de todos.
Molesto por el cerco diario de la historia, atormentado por el amor inevitable tanto como imposible, lector castigado por la invidencia, Borges fue fiel, duramente fiel a una tarea enigmática que, por su insistencia y su promesa de infinitud, hace a la condición humana: escribir, ponderar y dejar fijos unos signos. Por si faltara alguna prueba de esta ética de la significancia, he aquí este libro que suma un manojo de noticias sobre la vida de este hombre que, según propia confesión, fue una vida escasa en vidas y muertes e interesada, con rigor, por ambas.
Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en ABC. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.