Con las naciones del mundo occidental enzarzadas en un conflicto global, las aventuras de superhéroes combatiendo científicos locos y gangsters parecían fuera de lugar. Después de que en 1940 los periódicos narraran la caída de Francia y la Batalla de Inglaterra, la guerra entró a formar parte de los argumentos de los cómics, más aún cuando en 1941 Estados Unidos inició su participación en ella.
Héroes ya bien establecidos como Superman y Batman lucharon contra agentes y soldados nazis y las portadas de los comic-books eran a menudo una llamada al patriotismo y a la unión de todos los norteamericanos contra los alemanes y los japoneses.
DC Comics contaba con los héroes más populares y todos ellos «fueron a la guerra». Pero también otras compañías se apuntaron a la corriente. Quality, por ejemplo, presentó al Tío Sam y al aviador Blackhawk, un personaje inspirado en la serie humorística de Jack Cole Death Patrol, junto a la cual se estrenó en Military Cómics nº 1 (agosto de 1941).
El personaje de Blackhawk había nacido, por tanto, en los sangrientos campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Aviador polaco derribado por los nazis, reunió privadamente un grupo de seis aviadores procedentes de los países aliados: Andre (francés), Chuck (americano), Chop Chop (chino), Olaf (sueco), Stanislaus (polaco) y Hendrickson (holandés). Estaban todos construidos alrededor de burdos estereotipos nacionales y no tenían poderes especiales como tantos de sus supercompatriotas de la época, pero sí vestían uniformes claramente identificativos (gorra, botas altas y emblema de un halcón en el pecho, todo ello curiosamente similar a los uniformes de las SS alemanas) y pilotaban llamativos aviones Grumman XF5F.
Aunque aparecieron casi ocho meses después que la Sociedad de la Justicia de América, editada por DC, podríamos reconocerle a los Blackhawks su naturaleza, en sentido estricto, de primer cómic heroico de equipo. Mientras que los superhéroes actuaban de forma independiente hasta que el clímax de la aventura los reunía a todos, los pilotos Blackhawk vivían y peleaban juntos, no tenían identidades secretas que los distrajese y su único propósito en la vida era pelear contra a los alemanes.
Y lo hicieron bien, porque fue uno de los pocos títulos que consiguieron sobrevivir al final de la Segunda Guerra Mundial. Se pasaron la guerra combatiendo independientemente a los nazis desde su base en Blackhawk Island hasta el número 43 de Military Cómics (1945), momento a partir del cual la colección pasó a llamarse Modern Comics. Sus amenazas se fueron volviendo cada vez más variopintas hasta su cancelación en el número 105 (octubre de 1950). Para entonces ya contaban con su propio título desde 1944 (que retomó la numeración de otra colección patriótica, Uncle Sam Quaterly).
En el apartado creativo, cabe decir que fue inicialmente un trabajo de estudio. En los primeros tiempos del comic-book, antes de que las editoriales crearan sus propios staff de guionistas y dibujantes, encargaban la creación y realización de sus series a talleres independientes que a menudo trabajaban para varias compañías simultáneamente. En este caso, fue el taller del gran Will Eisner el que recibió el encargo de producir una serie de temática bélica.
Escrito inicialmente por Chuck Cuidera y dibujado por el propio Cuidera y Bob Powell, se ha querido a veces incluir al propio Eisner como creador, pero lo más probable es que su contribución se limitara al nombre de la colección y quizá la idea general. La realización de Blackhawk sería más adelante asumida por la propia editorial, beneficiándose de los impecables dibujos de Reed Crandall de 1942 a 1953. Otros nombres asociados al personaje en esta etapa fueron los de los guionistas Manly Wade Wellman, Bill Woolfolk, Bill Finger o Dick French y los dibujantes Al Bryant, Bill Wardy Dick Dillin.
Puede que Blackhawk no fuera una estrella de primer orden, pero sí un superviviente con el suficiente apoyo como para saltar a otros medios, el primero de ellos, el radiofónico. Un serial protagonizado por su grupo de aviadores se emitió los miércoles a las 5.30 pm en la ABC de septiembre a diciembre de 1950. La voz del aviador la ponía Michael Fitzmaurice.
En 1952, cuando los seriales cinematográficos languidecían rápidamente desplazados por la boyante televisión, apareció el último de ellos basado en un personaje de comic-book: Blackhawk, producido por Sam Katzman, un experto en adaptar de forma pedestre al cine héroes de segunda fila. En esta ocasión, además, Columbia estaba poco dispuesta a gastar más dinero del estrictamente necesario.
Protagonizado por Kirk Alyn (que ya había encarnado a Superman en los seriales de ese personaje) y Carol Formancomo la villana Spider Lady, este serial más centrado en la intriga y la ciencia ficción que en el género bélico se prolongó quince episodios dirigidos por un especialista en este formato, Spencer Gordon Bennett.
En 1956, muchos editores de comic-books que habían tratado el año anterior de superar el fuerte descenso de ventas de la industria tras la introducción del Comics Code Authority, finalmente se dieron por vencidos. Uno de ellos fue Quality Comics, que tras brillar como una de las principales editoriales del ramo en los cuarenta, echó la persiana tras vender varios de sus títulos y personajes a DC Comics. Uno de ellos fue Blackhawk, cuyo último número publicado por Quality fue el 107.
En su nuevo hogar editorial y retomando la antigua numeración (108, 1957), Blackhawk se publicó de manera regular hasta el número 243 (noviembre 1968). Las ventas iniciales fueron muy buenas –era una de las razones por las que DC adquirió el título–, pero las vacas gordas no duraron. A mediados de los sesenta el género bélico ya hacía tiempo que había dejado de gozar del favor de los lectores, cautivados ahora otra vez por los superhéroes, y los editores empezaron a dar bandazos intentando encontrar una forma de mantener viva una colección en la que aún tenían fe.
En el nº 133 (1959), por ejemplo, gracias al editor Jack Schiff y el dibujante Dick Dillin, el escuadrón Blackhawk acogía por fin a una mujer en sus filas, la norteamericana Zinda Blake. La dama hizo un primer intento rescatando a uno de sus integrantes del villano Carroñero. Rechazada su solicitud por tratarse de una mujer, Zinda salvó entonces a toda la compañía, hazaña tras la cual no podían negarse a nombrarla Lady Blackhawk.
En el 183, mala señal, presentan a sus mascotas, un halcón y un chimpancé; y con el nº 197 (junio 1964), llega el primer cambio en el aspecto de los héroes, reemplazando los sobrios pero elegantes uniformes originales por unos rojos, verdes y negros de aspecto más superheroico. Las aventuras comenzaron a adoptar un tono más ligero al tiempo que derivaban hacia la ciencia ficción y la aventura fantástica, marcianos, robots gigantes y aspirantes a conquistadores del mundo incluidos.
A mediados de los sesenta, los Blackhawks tampoco pudieron escapar a la horrible moda camp de origen televisivo y en el nº 228 (enero 1967), empiezan a trabajar para una agencia secreta llamada G.E.O.R.G.E. que les proporciona trajes con los que adquieren superpoderes de tercera división. El cómic pasaría a exhibir en sus portadas el logo The New Blackhawk Era, pero aquello no constituía un avance sino la desnaturalización del concepto básico original, firmemente anclado en la Segunda Guerra Mundial. Ese era el verdadero problema y a medida que iban transcurriendo los años los personajes perdían credibilidad. Los editores lo entendían, pero no acertaban a encontrar la forma de reorientar la serie para que mantuviera su actualidad, sucediéndose una tras otra, como hemos visto, ideas de lo más peregrinas.
El intento de reciclaje en superhéroes fue un fracaso y, a pesar de que contaban con un apartado gráfico muy notable, en el nº 242 (agosto 1968), los personajes retornaron a sus uniformes originales y a la tarea que mejor se les daba: la de pilotos de guerra. Pero era demasiado tarde. El número siguiente, el 243, sería el último… por el momento.
Hubo que esperar siete años hasta que la situación editorial de DC permitiera la apertura masiva de nuevos títulos. Blackhawk reapareció en el catálogo de la casa retomando su numeración original (244, enero 1976)… y de nuevo sin suerte. Ahora los cazanazis y aventureros por libre se habían reconvertido en mercenarios a sueldo del gobierno norteamericano. Los personajes, por primera vez, desarrollaron vidas privadas al margen de su trabajo en equipo y las historias, ambientadas en el mundo contemporáneo, eran razonablemente interesantes. Pero una vez más las ventas no acompañaron y el intento, a cargo principalmente del guionista Steve Skeates y el dibujante George Evans, murió al cabo de seis números, en el 250 (enero 1977).
Los rumores de una posible película dirigida por Steven Spielberg reavivaron el interés de la compañía por el personaje, que encargó su revival al guionista Mark Evanier y el dibujante Dan Spiegle que, con el número 251 (octubre 1982) relocalizaron la acción en la Segunda Guerra Mundial, aunque con un enfoque más moderno en cuanto a la caracterización.
Se recuperaron los uniformes clásicos y los enfrentamientos con los nazis, y se adoptó un estilo más realista que añadió profundidad a las historias. Los autores realizaron una labor meritoria en esta vuelta a los orígenes, pero las ventas, otra vez, no acompañaron. Aunque puede que parte de la responsabilidad recayera en la propia compañía. Mark Evaniersiempre se quejó del poco apoyo recibido por parte de la editorial en lo que se refiere a promoción del título, las subidas de precio y el cambio en la periodicidad. Con el número 273 (noviembre 1984) se puso punto y final a lo que había sido una larguísima primera etapa (43 años nada menos) para el personaje.
La segunda comenzaría con una remodelación radical del concepto a manos del guionista y dibujante Howard Chaykin, quien firmó una miniserie de tres números en formato prestigio entre 1987 y 1988 y que, como suele ser habitual en las obras de este creador, despertó pasiones y odios por igual. Unos quedaron encantados con el innovador estilo visual y la narración en múltiples capas; otros se quejaron del poco edificante retrato que hacía de uno de los grandes héroes bélicos de la editorial.
En los años cuarenta, Blackhawk había comenzado siendo un piloto de la fuerza aérea polaca para revelarse más tarde como un aviador norteamericano que militaba como voluntario en aquél ejército. Pues bien, Chaykin devuelve al personaje su origen polaco, rebautizándolo Janos Prohaska. No sólo eso, sino que lo convierte en un comunista cuyas heroicas hazañas al frente de su escuadrón de pilotos le han granjeado la aclamación del público en Norteamérica e incluso la ciudadanía honoraria de ese país. Sus ideas políticas, sin embargo, le atraen enemigos en todos los campos. Entre los Nazis, claro está, de quien es adversario declarado; entre los norteamericanos más reaccionarios, ejemplificados en el senador Shadrack Hightower; y con el propio Stalin, que lo considera un trotskista.
Pero detengámonos un momento en el argumento de esta miniserie, argumento que no resulta nada fácil resumir. Para empezar, la acción se sitúa en un marco temporal alternativo, a finales de los cuarenta o principios de los cincuenta, en el que los nazis parecen haber, si no ganado la Segunda Guerra Mundial, sí llegado a una especie de punto muerto gracias a una alianza con los rusos zaristas, que les ayudaron contra Stalin. Gran Bretaña y los soviets todavía combaten contra los fascistas; y Estados Unidos, que se mantuvo ajeno a la contienda, no se ha librado de la histeria anticomunista, encabezada por el senador Hightower, quien en secreto colabora con agentes del Tercer Reich.
Blackhawk, acusado de comunismo, es requerido para comparecer ante una comisión del Senado y su ciudadanía es revocada. Su popularidad está en caída libre pero entonces la O.S.S. (el servicio secreto norteamericano en su encarnación anterior a la CIA) le pide que colabore con ellos en una misión secreta. Unos gangsters judíos a sueldo del mafioso Emil Bronski han robado el prototipo de una bomba atómica. Cuando Bronski descubre que sus empleadores eran en realidad agentes nazis, rompe el trato y promete vender la bomba a quienquiera que la utilice contra Hitler.
Blackhawk se une a un escuadrón aéreo conjunto anglo-soviético (lo que confirma las acusaciones oficiales de ser comunista) y comprarle la bomba a Bronkski. Viaja hasta Teherán para cerrar el trato con el gangster, pero llega segundos después de que éste resulte asesinado por sir Death Mayhew, un británico agente nazi, as de la aviación y némesis del propio Blackhawk. La bomba aún cambiará de manos dos veces más antes de acabar a bordo de un superbombardero con la misión de arrojarla sobre Nueva York.
Hay un elemento esencial del cómic clásico en sus diferentes encarnaciones que desaparece casi completamente de la actualización de Chaykin: el espíritu de equipo. Como ya dije al principio, los Blackhawks originales fueron un cómic de personajes que actuaban fuertemente unidos. De hecho, los integrantes del escuadrón carecían de vida fuera del equipo y el núcleo de sus aventuras consistía en ver de qué forma se combinaban las habilidades individuales de todos ellos para superar la amenaza de turno. Pues bien, la historia de Chaykin se centra casi exclusivamente en Janos Prohaska y Natalie Reed, la versión modernizada de Lady Blackhawk. En el primer número sólo vemos brevemente a otros dos blackhawks, Chuck y Weng. El equipo al completo aparece en el segundo volumen, pero sólo al final y de forma tangencial, lo suficiente para que muera Stan, una muerte que, al no haber sido presentado adecuadamente el personaje, deja indiferente al lector. Y en el tercer y último número, en el que la intriga alcanza su clímax y desenlace, los únicos que intervienen son Prohaska y Reed.
Está claro que Chaykin no estaba interesado en los Blackhawks y su amplio bagaje clásico, sino en su propia creación, Janos Prohaska. Y, como todos sus protagonistas, éste es un individuo polémico y poco edificante. Su heroísmo corre parejo con una personalidad petulante y autodestructiva y un evidente apetito sexual. Abusa de sus hombres, se toma a las mujeres a la ligera, bebe demasiado, es proclive a la autocompasión… no es precisamente un hombre al que admirar y Chaykin no se molesta en explicar por qué, a pesar de todo ello, sus hombres lo siguen ciegamente. Sí, es valiente y, suponemos (porque apenas lo vemos ejecutando proeza aérea alguna) un hábil piloto, pero su liderazgo nunca llega a demostrarse en esta historia. Al contrario, Prohaska es retratado como un solitario.
Así que no es de extrañar el encendido debate que se produjo sobre si la versión de Chaykin era fiel al auténtico Blackhawk, obviando el hecho de que la exploración de las diferencias entre las versiones idealizadas y realistas ha sido un tema central en el cómic book contemporáneo. Y pionero y especialista en este tipo de deconstrucciones de personajes clásicos fue Chaykin, quien por aquellos años hizo fama y fortuna con obras como American Flagg, La Sombra, Twilight o Power and Glory, todas ellos protagonizados por anti–héroes o versiones poco virtuosas de antiguos héroes sin mácula.
Hay quien dice que Chaykin sólo tiene un personaje, una especie de avatar idealizado de sí mismo que integra una y otra vez en sus historias junto a sus fetiches y obsesiones particulares. Una teoría que en mi opinión no está exenta de base.
La historia en general es abiertamente cínica: en su argumento, en su desarrollo e incluso en sus diálogos. A menudo se asume que esta actitud demuestra un conocimiento de las bajezas de las que el hombre es capaz, pero también acentúa un enfoque negativo que ignora el potencial para la grandeza. Los aviones, el heroísmo y los nazis de tiempos pasados aún están allí, pero la moralidad es más ambigua. Ya no se trata aquí de contar una historia de hazañas bélicas y ases de la aviación, sino un thriller político trufado de desagradables luchas por el poder y un abierto conflicto entre lo aparente y lo real.
En este sentido, Blackhawk es una historia de su época, finales de los ochenta, cuando el cinismo y la codicia que impregnaban la sociedad real acabaron reflejándose en la revisión a la que se sometieron muchos de los héroes clásicos de DC, desde Watchmen a Batman, de La Liga de la Justicia al Escuadrón Suicida. Pero esta orientación de Blackhawk como un individuo desengañado que tras pasar los mejores años de su vida luchando por un ideal se ve ahora incapaz de distinguir claramente los buenos de los malos, gustó a muchos otros, los suficientes para que el personaje –ya en otras manos pero en una línea similar– continuara sus peripecias en otras revistas de la casa (un serial en Action Comics Weekly primero y una serie regular de corta duración después).
Otro de los aspectos de este cómic que desconcertó a muchos lectores fue su estructura narrativa. La realidad alternativa que plantea no está bien explicada y la forma de desarrollar los múltiples hilos de la historia llega a ser confuso debido a las elipsis y la ausencia de textos de apoyo. A esto se suman sus defectos tradicionales: el defectuoso acabado de los dibujos, el abuso de las pequeñas viñetas con planos cortos de caras y ojos, la poca diferenciación anatómica entre algunos personajes (especialmente las mujeres)…
Pero al mismo tiempo, como también era habitual, Chaykin es capaz de disimular sus limitaciones recurriendo a efectos y composiciones que alejaban sus planchas del adocenamiento habitual en el género: integración de artículos periodísticos, anuncios publicitarios o noticieros cinematográficos, viñetas-página que hacen el papel de cubiertas de famosas revistas, transiciones muy bien conseguidas, composiciones de página de gran belleza estética… y por supuesto las tres magníficas portadas, inspiradas en las ilustraciones publicitarias y de propaganda bélica de la Segunda Guerra Mundial.
Cabe destacar la colaboración de tres profesionales que ayudaron a hacer de Blackhawk un cómic gráficamente por encima de la media: Richard Ory, que desde 1986 trabajaba como ayudante de Chaykin, fue quien rediseñó los aviones Grumman F5F (más adelante se pasaría al campo de la animación); el colorista Steve Oliff, que adapta su amplia paleta de colores al momento y lugar en el que se desarrolla cada escena; y, especialmente, el rotulista Ken Bruzenak, que consigue plasmar en forma de insólitas grafías todo tipo de sonidos, idiomas y vocabularios. Su talento para integrar en la viñeta las onomatopeyas más diversas permite afirmar que Blackhawk es un cómic con auténtica banda sonora.
Blackhawk es, en definitiva, una obra anclada en su época y, al mismo tiempo, muy característica de Howard Chaykin, al menos del Howard Chaykin polémico e innovador que era entonces. Contiene todas sus neurosis, fetiches, defectos y virtudes y por ello resulta algo difícil recomendarla sin reservas. Pero de lo que no hay duda es que supo actualizar un héroe clásico mediante una aventura que podían leer también todos aquellos que desconocieran la trayectoria previa del personaje, y que lo hizo llevándolo a su propio terreno, alejándolo de lo que había sido el entorno habitual del héroe y aportando un estilo visual propio y alejado del clasicismo.
Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.