Sin llegar a establecer cuestiones más propias de la teoría literaria, subrayaré en estas líneas una de las claves más sutiles de la obra de Jardiel Poncela: el poso autobiográfico.
Parece insensato reducir a unos cuantos párrafos esta ecuación entre la historia personal y el proceso de trabajo lingüístico. Pero, puestos a trazar un perfil del comediógrafo, no está de más recorrer algunas conexiones, muy estrechas, entre su sentimiento individual y los síntomas que de él nos llegan, embalsamados en una copiosa colección de escritos. Por lo demás, el lector comprobará cómo Jardiel establece una jerarquía ética, un esquema fundamental que subyace como elemento cohesionador de su obra.
El madrileño Jardiel nace en 1901, y ya desde niño experimenta los flujos y reflujos ideológicos del momento. Su padre, krausista, simpatiza con el socialismo. En contraste, el futuro escritor descree muy pronto de los dogmas políticos y defiende una postura escéptica, distante, que no le impide sumergirse en el tumulto juvenil. Así lo explica en el prólogo a su novela Amor se escribe sin hache (1929):
«Promoví huelgas, arengué heroicamente a las masas, establecí ‘timbas’ de bacarrá y siete y media, apedreé tranvías, desarmé guardias, obligué a saludar a todos los cocheros que paseaban por la calle Ancha de San Bernardo, fui elegido presidente de cierto Comité de Huelga que logró el resonante éxito de que un curso de vacaciones de Navidad comenzase en 17 de octubre… Era aquella una época en que los estudiantes no nos metíamos en política ni estudiábamos; es decir, sabíamos ser estudiantes. Lo malo es que pasó demasiado pronto».
Ya se ve que la caricatura permite comprender el desencanto de Jardiel ante los acontecimientos del primer cuarto de siglo. Cada vez más decepcionado, acabará refugiándose en cierto aristocratismo, más bien acomodaticio, expuesto en su introducción a La «tournée» de Dios (1932):
«En Política, las juventudes pasadas se lanzaron briosamente a la lucha por la libertad. Las de ahora corren a combatir por la igualdad y por la fraternidad. Y uno —que tiene siempre presente el espectáculo del Universo— al oír hablar de igualdad, de libertad y de fraternidad, vomita».
En su faceta de dramaturgo, Jardiel revitalizó la comedia burguesa con no pocas dosis de vanguardia. Los estudiosos han detallado los lazos entre su obra y el teatro del absurdo. Piezas suyas como Los ladrones somos gente honrada (1941), Los habitantes de la casa deshabitada (1942) y Eloísa está debajo de un almendro (1943) revelan a un sobresaliente conocedor de la carpintería teatral, ligado a Miguel Mihura y Antonio de Lara Tono en su común empuje contra cierta dramaturgia vacua y evasiva de la posguerra. No debe extrañarnos, por tanto, su condición intelectual, enriquecida por muy diversas —y clásicas— influencias. Traduciéndolo al lenguaje autobiográfico, vean cómo lo expresa en Amor se escribe sin hache:
«En la infancia, mis primeras lecturas fueron alborotadas, incongruentes y diversas, lo cual siempre les acontece a los niños que aman los libros y que han nacido de padres inteligentes. (…) En la actualidad, cada día leo con más cautela. Reconozco que nos hallamos en otro siglo de oro de la literatura: hay en España cumbres portentosas. Pero el autor actual que más me gusta sigue siendo Baltasar Gracián (1584-1658)».
Fue Jardiel comediógrafo, novelista, periodista y también autor de textos humorísticos, como aquellos que escribió durante años en las revistas Buen Humor,Gutiérrez y La Codorniz. Menos conocida es su aventura hollywoodense, que lo llevó hasta la meca del cine junto a Edgar Neville, José López Rubio y Tono. Quien lea esa divertida colectánea que es Lo difícil que es pisar el asfalto en Broadway, descubrirá con detalle por qué Jardiel viajó a Estados Unidos:
«Es la pregunta clave. Yo vengo a Estados Unidos a trabajar, a escribir para el cine, contratado por la ‘Fox’ de Hollywood; pero ya me advirtieron que no declarase semejante cosa. Contesto, pues, lo que me aconsejaron contestar: Turismo».
Y no le falta razón, pues junto a sus amigos cultivó el galanteo en Beverly Hills, confraternizó con las estrellas e incluso, bordeando el surrealismo, llegó a visitar una granja de cocodrilos.
Hablamos de galanteo, y ese puede ser el último trazo de nuestro perfil. Porque Jardiel sufrió de amores. Sin duda, el pesar queda de manifiesto en los personajes femeninos de su obra, siempre fatales, crueles, reflejo caricaturizado y doliente de todas las parejas en que su creador fracasó y que fueron deprimiéndole el carácter hasta el final de sus días, en 1952. Para mejor entendernos, sirve la siguiente cita de la novela ¡Espérame en Siberia, vida mía! (1930):
«Wilde dijo: Una mujer nos sugerirá una obra; pero esa misma mujer nos impedirá realizarla. Wilde tenía razón (Wilde tuvo razón en todo cuanto escribió), pero parcialmente: en un solo caso. Sólo en un caso nos impide la mujer realizar la obra sugerida: en el caso de que ella siga amándonos a nosotros y nosotros sigamos amándola a ella. Es entonces cuando nada puede realizarse… Por mi parte, no me hallé esta vez en esa situación».
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