Los lectores conocen bien los elementos con que Lem contribuyó al imaginario de la ciencia ficción. El escritor desarrolló en libros inolvidables su búsqueda filosófica a través de dos temas recurrentes: nuestra postura frente a una eventual aniquilación y esa barrera que nos impide comunicarnos ‒en la ficción, se entiende‒ con inteligencias extraterrestres.
Sin embargo, ambos asuntos tan sólo nos permiten describir muy por encima al escritor polaco. Una lectura más atenta nos habla a las claras de su densidad intelectual, que él aplicó a un campo tan complejo como la prospectiva, o lo que viene a ser lo mismo, la futurología. De hecho, como sucede con Asimov, las reflexiones de Lem nos sirven para analizar el porvenir desde un prisma que, desde todas sus perspectivas, resulta apasionante.
Aunque está claro que su calidad literaria queda por encima de cualquier otra consideración, lo cierto es que con sus libros uno corre el riesgo de ir en busca de mensajes o de subtextos, como si cada párrafo tuviera un trasfondo.
En realidad, la literatura de Lem es de carácter moral. Nuestro autor detesta a partes iguales el mal y la estupidez, y considera que ambas cualidades se alimentan mutuamente, impidiéndonos tomar las riendas de un destino tecnológico que se nos va o ya se nos fue de las manos.
De ahí que este autor siempre haya preferido a los críticos con una cierta formación científica, porque, en el fondo, buena parte de sus relatos y novelas deben ser leídos como si fueran los ensayos de un filósofo de la ciencia. Un filósofo, eso sí, tirando a desencantado.
Podemos aplicar a Astronautas (1951), su primera novela de ciencia ficción, parte de lo que llevamos dicho. Esta obra de juventud nos muestra a Lem en su etapa inicial, cuando aún escribía pensando en el gran público y la utopía comunista figuraba entre sus certezas. O mejor, dejémoslo en aparentes certezas, dado que Polonia, por aquellos años, estaba sometida a los preceptos de la dictadura, y la inspiración soviética venía a ser una regla de estilo en la literatura popular.
Por eso mismo, y a pesar del placer que podamos sentir hoy al leer sus páginas, Astronautas figura entre los títulos menos gratos para el escritor, quien la consideraba una obra ingenua y ceñida a los mitos del Bloque del Este y a otras obligaciones de los censores.
Al margen de esta salvedad, la novela alterna ingredientes tan atractivos como la caída del famoso meteorito de Tunguska, la posibilidad de una utopía planetaria, la formación de un equipo internacional para investigar una probable amenaza y su viaje interestelar para llegar a Venus y salvar la Tierra de un inquietante destino.
Impecablemente traducida por Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz, Astronautas es una obra irregular y primeriza, pero llena de alicientes, entre los que no excluyo su reflejo de las fantasías que intentaba propagar el totalitarismo soviético. Y aunque es posible que a los admiradores de Lem les sorprendan el didactismo de esta aventura y su visión idealista del porvenir, lo cierto es que en ella figuran los elementos que luego encontraremos ‒eso sí, mucho mejor moldeados‒, en sus piezas de madurez.
A los más curiosos les interesará descubrir una versión cinematográfica de esta obra, rodada en 1959. Se trata de Estrella silenciosa (Der Schweigende Stern), filmada en la antigua RDA por Kurt Maetzig. No lo negaré: la película resulta hoy bastante indigesta, pero tiene su gracia compararla con Star Trek, otra aventura interplanetaria, rodada pocos años después.
Sinopsis
Lem reflexiona sobre la relación entre los humanos y la tecnología, la búsqueda aparentemente infinita de conocimiento y control, y los motivos que se ocultan detrás de estos intereses.
Astronautas, jamás editada antes en castellano, es la primera novela que el maestro de la ciencia ficción, Stanisław Lem, publicó en forma de libro. Tras haber pasado por múltiples contiendas y luchas sangrientas, en el siglo XXI la humanidad ha dejado atrás toda forma de capitalismo y ha logrado un equilibrio sostenible en el planeta. Colosales trabajos de ingeniería, como la irrigación del Sáhara o el control del clima con soles artificiales, dan cuenta del progreso de la especie. Durante uno de estos proyectos, en la siberiana Tunguska se halla un objeto que es identificado como un archivo extraterrestre. Tras lograr descifrar alguno de los datos que recoge, se descubren ciertos detalles alarmantes del viaje de una nave que debió de estrellarse en la zona. El Gobierno de la Tierra decide enviar la recién construida nave Cosmocrátor al planeta Venus, donde sus tripulantes localizarán los restos de una civilización infinitamente más avanzada que la nuestra.
Stanisław Lem nació en la ciudad polaca de Lvov en 1921, en el seno de una familia de la clase media acomodada. Aunque nunca fue una persona religiosa, era de ascendencia judía. Siguiendo los pasos de su padre, se matriculó en la Facultad de Medicina de Lvov hasta que, en 1939, los alemanes ocuparon la ciudad.
Durante los siguientes cinco años, Lem, miembro de la resistencia, vivirá con papeles falsos y se dedicará a trabajar como mecánico y soldador, y a sabotear coches alemanes. En 1942 su familia se libró de milagro de las cámaras de gas de Belzec. Al final de la guerra, Lem regresó a la Facultad de Medicina, pero la abandonó al poco tiempo debido a diversas discrepancias ideológicas y a que no quería que lo alistaran como médico militar. En 1946 fue «repatriado» a la fuerza a Cracovia, donde fijaría su residencia. No tardaría demasiado en iniciar una titubeante carrera literaria. Se considera que su primera novela es El hospital de la transfiguración (Impedimenta, 2007), escrita en 1948 pero no publicada en Polonia hasta 1955 debido a problemas con la censura comunista. De hecho, esta novela fue considerada «contrarrevolucionaria» por las autoridades polacas.
No fue hasta 1951, año en que publicó Astronautas (Impedimenta, 2016), cuando por fin despegó su carrera literaria. Las novelas que escribió a partir de ese momento, pertenecientes en su mayoría al género de la ciencia ficción, harían de él un maestro indiscutible de la moderna literatura polaca: Edén (1959), La investigación (1959; Impedimenta, 2011), Memorias encontradas en una bañera (1961), Solaris (1961; Impedimenta, 2011, por primera vez en traducción directa del polaco), Relatos del piloto Pirx (1968), La voz de su amo (1968) o Congreso de futurología (1971).
Lem fue, asimismo, autor de una variada obra filosófica y metaliteraria. Destaca en este ámbito, aparte de su obra Summa Technologiae (1964), la llamada «Biblioteca del Siglo XXI», conformada por Vacío perfecto (1971; Impedimenta, 2008), Magnitud imaginaria (1973; Impedimenta, 2010), Golem XIV (1981; Impedimenta, 2012) y Provocación (1982, de próxima publicación en Impedimenta). Lem fue miembro honorario de la SFWA (Asociación Americana de Escritores de Ciencia Ficción), de la que sería expulsado en 1976 tras declarar que la ciencia ficción estadounidense era de baja calidad. Falleció el 27 de marzo de 2006 en Cracovia, a los ochenta y cuatro años de edad, tras una larga enfermedad coronaria.
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