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Aforismos

Estamos habituados –y mal habituados– a considerar los aforismos como juegos de ingenio, ocurrencias pasajeras, sin causa ni consecuencias, un momento brillante y fatuo de las palabras cotidianas que, de pronto, construyen una pirueta divertida y furtiva. En un libro inteligente, documentado y henchido de sugestiones, Andrew Hui propone leer desde el aforismo una posible historia del pensamiento: Teoría del aforismo. De Confucio a Twitter (traducción de Rodrigo Guijarro Lasheras, Cátedra, Madrid, 2021, 260 páginas).

Hui define el aforismo como “la unidad básica del pensamiento inteligible”. Nada menos. Se remonta lejos para hallar su comienzo legible, el texto de un médico griego que da nombre a su disciplina, Hipócrates. En un principio, esboza una oposición falsa, como es la de enfrentar el aforismo con la filosofía, si por tal entendemos los discursos organizados y desplegados de Platón y Aristóteles. Los presocráticos ya habían señalado otras derivas. Escribían aforismos, los más elocuentes debidos a Heráclito. Cuando no, proponían un poema. La cercanía de lo estético es obvia.

No tanto es lo dado por autores o supuestos autores de prolongadas tradiciones filosóficas, que no escribieron ningún texto: Jesús, Confucio, Zoroastro, Buda, sin excluir a Sócrates, que tanto hizo escribir sin redactar una sola línea perdurable. En su mayoría fueron proponentes de aforismos. Exagerando un poco: sólo sabemos de Jesús lo que dicen los Evangelios, de Confucio lo que dicen sus comentaristas, de Buda lo que han escrito los budistas. Dejaron dichos que son unidades no compuestas de partes, es decir que no son desarmables. Pero también podemos imaginar lo que, por hipótesis y glosas, han redactado quienes atestiguan conocerlos. ¿Son productos de sus respectivas imaginaciones? En rigor, nada importa precisarlo. Pensamos lo que dicen las palabras.

Lo que sí importa es el sesgo enigmático del aforismo, carente de desarrollos. El enigma sugiere un saber oculto, acaso secreto, como si quisiera decir algo pero disimular que lo está diciendo aunque no constituye un misterio. Lo misterioso, esté lejos o cerca de nuestra percepción, es hermético, inabordable. El enigma es descifrable. El aforismo, por su compactidad, invita a inagotables lecturas.

Pensar aforísticamente parece oponerse al pensar por medio de sistemas. La apertura es lo contrario de la cerrazón. No obstante, Hui indica que no hay sistemas conclusos, cerrados. La palabra nunca es la Palabra. El Decir jamás deja de decir. En esta encrucijada se instala el pensamiento romántico, a contar desde Schlegel. Busca forjar dichos apretadamente verbales, objetos absolutos y singulares. Al cabo del ejercicio, advierte que son fragmentarios y todo fragmento lo es de una totalidad. En este juego dialéctico, cualquier sistema deja de estar cerrado y se muestra también como un discurso abierto a lo que no tiene límites establecidos de antemano. Es conceptualmente infinito, o apenas quizás incontable. No lo sabemos. El pensamiento humano lo acecha y lo explora. El fragmento no es la unidad  aunque se formule como tal. El sistema sí es la unidad aunque no la colme jamás.

Es en este punto donde la metafísica, la especulación de todo aquello ajeno a nuestra experiencia, se torna tarea estética, volviendo a los aforismos y poemas presocráticos. Tenemos palabras que no son correlativas al infinito que señalan los enigmas. Hemos de acudir a las metáforas, como hacen los poetas. La metafísica se vale de la estética.

La tarea se prolonga en la modernidad con Erasmo, Bacon y Pascal. Llega al siglo XIX con Nietzsche y al XX con Valéry, Cioran, Borges y suma que sigue. En ellos late la percepción de que todo texto es un fragmento de una totalidad virtual e inalcanzable como cualquier verdadera vocación. Blanchot propone la figura de una conversación infinita. Académicamente se llama hermenéutica. Desciframos las palabras con otras palabras que, a su vez, exigen ser descifradas. Construimos obras cuya condición es la discontinuidad que permite continuar la entrevista. Si se quiere, es uno de los mayores temas de la vida. No lo es de esta modesta página. Por eso la interrumpo con un punto provisoriamente final.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")