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El regreso de Adriana Lecouvreur (Teatro Real, 2024)

La producción teatral de David McVicar, repuesta por Justin Way, es de 2010, año en que se estrenó en la Royal Opera londinense

La ópera más difundida de Francesco Cilea, Adriana Lecouvreur, se ha estrenado en la presente temporada del Teatro Real. Una llegada algo tardía si se considera que la ópera vio la luz en Milán (no en la Scala sino en el Teatro Lírico) en 1902, con un tenor aún no legendario pero camino de serlo: Enrico Caruso.

Caruso, cinco años atrás, también le había estrenado a Cilea su Arlesiana, poniendo el aria del tenor (el llamado «Lamento de Federico») como obligado objeto de deseo de su cuerda de tenor hasta nuestros días.

Madrid ya había tenido oportunidad de escuchar Adriana Lecouvreur en 1988 y en 1974, ambas, por supuesto, en el Teatro de la Zarzuela. Y ya que se hizo referencia a quien estrenara a Maurizio di Sajonia, en esas ocasiones madrileñas dicho papel fue asumido por Jaime Aragall y José Carreras, a quien las funciones del Real homenajean al cumplirse el cincuentenario de tal interpretación.

El reparto alternativo al del estreno madrileño del 23 de septiembre, sobre el papel sin duda muy llamativo (Ermonela Jaho, Elina Garanča, Brian Jagde, Nicola Alaimo), se puede adelantar que resultó eficiente para soportar comparaciones.

La interpretación de Maria Agresta

Como Adriana Lecouvreur consolida la buena relación con el teatro de la soprano Maria Agresta, un escenario donde ha cantado partes tan extremas como Norma y Tosca. Adriana, dada la actriz evocada de la Comédie-Française del siglo XVIII, cuenta con una escritura vocal dotada de amplias expansiones melódicas que precisan un férreo control del fiato, combinadas con un expresivo recitato que ponen a prueba el talento dramático de una cantante, sobre todo al final con un largo momento de la Fedra de Racine. No escasean tampoco impetuosos instantes de intensidad, ya que se trata de una obra del género verista, por muy «aristocrática» que sea.

Agresta dominó esos dos aspectos de manera ejemplar: incisiva y elegante en los recitados, musicalísima en los cantables, y certera en las intenciones. Volvió a demostrar que es una cantante de suficientes recursos para sacar adelante cualquier cometido de su repertorio patrio.

Las actuaciones de Matthew Polenzani y Manel Esteve Madrid

Matthew Polenzani, voz preferentemente de carácter y colorido líricos, aprovechó sus dos hermosísimos ariosi que dirige a las heroínas femeninas, destacando los arcos melódicos que definen la seducción y carisma del un tanto ambiguo y manipulador príncipe. Superó igualmente sus momentos de mayor exigencia vocal en Il russo Mencikoff. En general, su continuo juego entre emisión en piano y forte fue el esperado para definir su jugosa parte. Soprano y tenor se crecieron en el extraordinario dúo final.

Michonnet, el fiel enamorado de Adriana, viene descrito principalmente por medio de un expresivo fraseo que permite al intérprete demostrar su capacidad para darle relieve. Algo que Manel Esteve Madrid consiguió sin desmayo, dándole así toda su bonhomía y ternura. Sobresaliente retrato.

Los papeles de Ksenia Dudnikova y Maurizio Muraro

La parte de la agresiva Princesa de Bouillon está concebida para una mezzo aguda, una falcon a la francesa. La voz de Ksenia Dudnikova se encuadra justamente en ese tipo de vocalidad, sobrada de registros y potente en la emisión. A ello, la cantante rusa añadió el fuerte temperamento asociado a la orgullosa aristócrata, además de una imponente presencia escénica.

Maurizio Muraro, veterano cantante, fue un impecable Príncipe de Bouillon, personaje al que es bastante afecto; dejando la sensación de que es aún un cantante merecedor de roles de superior enjundia. Josep Fadó dio el relieve necesario al sinuoso y pisaverde Abate. El resto del reparto mantiene la impresión de cómo el teatro cuida a los personajes de apoyo, con el asombro añadido de encontrar a la excelente mezzosoprano Monica Bacelli en el papel de Dangeville.

Dirección y puesta en escena

El trabajo de Nicola Luisotti fue el esperado: la orquesta sonó elocuente, reflejando los variados matices líricos o dramáticos de manera tan clara y contundente como para ofrecer una narración modélica, sin detrimento o sumisión de los cantantes. Una labor de sólido concertador e imaginativo artista. El coro, dócil a las indicaciones de José Luis Basso.

La producción teatral de David McVicar, repuesta por Justin Way, es de 2010, año en que se estrenó en la Royal Opera londinense (publicada luego por Decca). Puede ser considerada un clásico. La dirección de actores es detallada, solucionando las dificultades donde coro y comparsería ponen mayores problemas en los actos I y III. Los decorados de Charles Edwards son los que corresponden a la época y situaciones. En particular, la escenografía del primer acto, entre las bambalinas de la Comédie-Française, es un modelo de imaginación y efectividad con sus diferentes espacios. El vestuario modélico de Brigitte Reifenstuel completa los resultados. Un ejercicio de sutil manejo de la luz (Adam Silverman) aparece al final del acto II. La coreografía de Andrew George es la apropiada (elogio extensible a los bailarines). Es, por tanto, un montaje modélico, con una alargada fecha de caducidad.

Teatro Real, 1-X-2024. Cilea: Adriana Lecouvreur. Maria Agresta (soprano), Matthew Polenzani (Maurizio), Ksenia Dudnikova (Princesa de Bouillon), Manel Esteve Madrid (Michonnet), Maurizio Muraro (Príncipe de Bouillon), Josep Fadó (Abate). Coro y Orquesta del Teatro Real. Director: Nicola Luisotti. Director de escena: David McVicar.

Copyright del artículo © Fernando Fraga. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © Teatro Real. Reservados todos los derechos.

Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).