Osamu Tezuka es conocido por crear personajes de aspecto y naturaleza agradables, como Astro Boy (1952-1968) o Kimba, el león blanco (1950-1953). Quienes a menudo lo comparaban con Walt Disney puede que se sorprendieran al leer la que está considerada como una de sus obras cumbres, Adolf, serializada entre 1983 y 1985 y ambientada en la Segunda Guerra Mundial. En ella se cuentan las vidas de tres personajes, todos llamados Adolf, desde la celebración de las Olimpiadas de Berlín en 1936 hasta el Israel de los años ochenta, pasando por los años que abarcó el conflicto bélico.
El primer y –paradójicamente– menos relevante de los tres Adolf es el propio Hitler. Aunque sí aparece como actor en este drama, su intervención directa en los acontecimientos que se narran es secundaria. Es su papel en la Historia, concretado a través de su ideología y sus acciones, el que constituirá el motor de la vida de los otros dos Adolf. Éstos son dos jóvenes de la ciudad japonesa de Kobe que comienzan siendo amigos en los años de la preguerra.
Adolf Kaufmann es el hijo de una japonesa y un diplomático –en realidad espía– alemán. Adolf Kamil, por su parte, es el hijo de un humilde judío alemán exiliado al país nipón. Pero su amistad está condenada a desaparecer barrida por la política y el odio racial. Kaufmann es enviado a su pesar a Alemania para estudiar en una escuela nazi, donde acabará siendo convertido a la causa aria; Kamil, por su parte, se verá obligado a luchar por su vida.
Uniendo los destinos de todos y actuando como referente moral está Sohei Toge, un periodista japonés que se encuentra involucrado en la caza de un documento de increíble valor: el certificado de nacimiento de Hitler, en el que se demuestra que tiene sangre judía. Aunque se trata de un documento ficticio, Adolf sí integra momentos históricos y, especialmente, evoca con ánimo documental los efectos que la Segunda Guerra Mundial tuvieron sobre Japón. Desde un punto de vista rigorista, Tezuka comete algunos fallos, como retratar de forma inexacta las ceremonias judías, pero son equivocaciones menores y su intención es buena.
Adolf, además de una intriga ambientada en tiempos de guerra, es un drama coral que examina las vidas rotas de una serie de personajes. Vidas truncadas por el amor perdido, la desesperación, el miedo y la venganza. Gente anónima comparte protagonismo con personajes históricos: vemos en sus páginas a Hitler, Goebbles, Richard Sorge o Eichmann, pero el foco se centra en aquellos que no llegaron a las páginas de la Historia aunque sus vidas fueron profundamente afectadas por ella: gente que perdió a seres queridos, que se vio obligada a morir por sus ideales o renegar de ellos, a sobrevivir en tiempos de horribles penurias morales y materiales.
No es una historia maniquea, pero sí moral. Tezuka sabe distinguir entre el bien y el mal y lo deja claro en todo momento, pero también que la vida es una gama de grises. Por ejemplo, aunque en ningún momento disculpa las acciones del partido nazi, a través de los ojos y los pensamientos de Adolf Kaufmann se nos muestra cómo muchachos generosos y amables son transformados en asesinos fanáticos. Por el contrario, los villanos de la historia, principalmente los policías secretos japonés y alemán, están construidos sobre tópicos y carecen de matices: son clara y exclusivamente malvados, crueles, vengativos y despiadados.
Tezuka, además, critica con conocimiento de causa el Japón que a él le toco vivir en su niñez (nació en 1928 y vivió –y recordó– muy bien el periodo que narra en Adolf): las barbaries del ejército japonés en China, el anticomunismo rayano en la locura, el papel político del servicio secreto y la policía, la alianza con la Alemania nazi, el fanatismo de los militares…
El dibujo de Tezuka, que se adapta con naturalidad a la caricatura, no acaba de encajar del todo bien con el tono oscuro de la historia. De hecho, la apariencia cómica de algunos personajes o las expresiones y perspectivas forzadas hasta el ridículo pueden distraer de la tragedia que se narra. Aun así, la fuerza de la historia es suficiente como para superar estos inconvenientes. Por otro lado, los fondos y la ambientación son excelentes, apoyados en una exhaustiva documentación y retratados con minuciosidad pero sin exceso gracias a una inteligente distribución de la línea, la sombra y la trama.
Adolf es uno de los mejores mangas y una excelente elección para aquellos que normalmente no leen cómic japonés. Sus 1.300 páginas son un compendio de géneros: comedia costumbrista, thriller político, intriga y espionaje, crónica histórica, drama folletinesco… Hay humor, pero también actos monstruosos que desafían el entendimiento; hay acción, peleas, combates y persecuciones, pero también momentos de reflexión y amor; hay épica y, simultáneamente, cotidianidad.
Adolf es una obra emotiva pero no sensiblera, un trabajo muy complejo y a menudo impactante que demuestra que los cómics no tienen nada que envidiar a muchas novelas-río.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.