Un amigo me recomienda con entusiasmo el libro de Orlando Figes Los europeos que Taurus ha editado en Madrid con traducción de María Serrano. Figes pertenece a la línea de historiadores que al igual de Shama, Winock y Norwich, entre tantos otros, conciben su tarea como una narración. Ésta implica la aparición de personajes, que pueden ser tanto nombres de los fastos, personas memorables, como gente del común, cuyos nombres se han borrado de los archivos pero cuyas vidas encarnan la historia humana. En efecto, siempre los hechos históricos le ocurren a alguien, no son meras abstracciones de ideas y estadísticas.
En el caso –sigo la relación de mi amigo– Figes historia la deriva de Europa en el siglo XIX a partir de la construcción de ferrocarriles, el incremento de la comunicación por ellos y el género de vida que producen líneas, estaciones, albergues y demás instituciones sociales relativas. Lo hace, además, siguiendo la huella de un ménage à trois: la cantante Pauline García, el historiador Louis Viardot y el escritor Iván Turgueniev. Ellos, marido y amante, eran muy amigos y la trama se pudo establecer hasta el punto de repartirse la autoría de los embarazos de Pauline.
Como aficionado a la ópera me cabe detenerme ante esta figura. Hija de Manuel García, el fundador de la moderna técnica del canto, y hermana de la legendaria María Malibrán, Pauline fue no sólo una estrella de primera fila sino también maestra y compositora. Mientras María falleció en plena y hermosa juventud, Pauline llegó a la vejez, cuando devino una bella mujer que no había sido de moza. Despertó pasiones: Gounod le dedicó su ópera Safo y Meyerbeer, El profeta. Berlioz rehízo Orfeo y Eurídice de Gluck para que Pauline se travistiera de cantor mitológico. Saint-Saëns pensó en ella para su Dalila, aunque no alcanzó a cantarla en público.
El matrimonio Viardot–García habitaba en Bougival, frente a la casa de Turgueniev, de modo que se podían ver a diario abriendo las ventanas. Cruzando el río, Bizet componía Carmen y Pauline lo ayudaba a buscar y combinar músicas españolas para ambientar la que iba a ser una de las óperas más favorecidas por la posteridad. Pauline, por su parte, era una intelectual de convicciones que molestaron a la policía de Napoleón el Pequeño, la cual la molestó a su vez.
Más o menos, doy por sentado que todo este entretejido arropa la narración de Figes. Sólo quiero añadir un efecto que la obra de Viardot produjo en la historia intelectual y social de la Argentina. Justamente, fue leyendo a Viardot que el joven Bartolomé Mitre, durante su exilio en Uruguay y mientras estudiaba la carrera militar, descubrió su vocación de historiador. Pasados los años, iba a ser presidente de su país, al cual empezó a unificar dinámicamente por medio del ferrocarril, como ocurrió con la Europa de Figes.
Para lo que ahora importa, es decir el vínculo entre Viardot y Mitre que el francés no llegó a conocer, hay que anotar que el argentino escribió sendas historias de los próceres fundacionales de su país: Manuel Belgrano y José de San Martín. Mitre pensó que un pueblo joven y sin apenas pasado registrable, necesitaba una historia, un relato nacional para hacerse a sí mismo. Había que estructurar un pasado, fuera largo o breve, para difundirlo por la escuela, el periódico, el discurso político, en fin: la vida pública de una sociedad en forma de narración. Así, Mitre se subió al tren de la historia, como Figes indica que lo hizo Louis Viardot. Fue la misma historia la que anudó al maduro maestro francés con el joven discípulo argentino. Ellos fueron, al mismo tiempo, tejedores y tejidos. Lo dejaron escrito y bien escrito.
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