El Primero de Mayo de 1954 Jean Cocteau asistió a una corrida de toros que dio lugar a un libro suyo titulado, justamente, «La corrida del 1 de mayo». Su vistazo libre y agudo le permitió hacer desenfadadas consideraciones sobre España, país que le producía una especial fascinación y al que amó con desenfado, según corresponde.
Ahí va una de sus viñetas españolas: «España no sabe de avaricia. Tira su dinero por los balcones, maravillosos balcones de plantas verdes y de flores. Quiero decir que España gasta y da todo lo que tiene. El resultado es que España es un país pobre que es rico y Francia es un país rico que es pobre.»
La España que Cocteau había recorrido no es la actual. Sin embargo, la crisis nos permite mosquearnos con las similitudes. En el mundo de hoy, ciertamente, lo de rico y pobre tiene sus bemoles. Un país sin grandes recursos naturales, digamos el Japón, puede, por su ingenio industrial, pasar al frente. Otro, abundante en dones originales, digamos la Argentina, anda a trompicones. ¿Y España? ¿Qué hemos creído acerca de ella durante la década y media prodigiosa en la que soñamos con el crecimiento indefinido? ¿Fuimos los modestos que nos persuadimos de no serlo?
Cocteau diría que esto es inherente al español, el a vivir que son dos días y mañana ayunaremos. Desde luego, una actitud vital más simpática que la del ahorrativo francés que guarda sus onzas en un calcetín de lana. La vida arrojada a la calle desde un balcón se convierte en verbena perpetua.
La crisis nos ha hecho más pobres a todos. Esto quiere decir que hemos de repartir lo que nos falta. Es un cepo para economistas pero la economía nos ha tendido ya tantas trampas que bien podemos abrirle una nosotros, los del pan y queso.
Imagen superior: Jean Cocteau y Pablo Picasso en Vallauris. Fotografía de Brian Brake.
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