En 1938, en plena guerra civil, la editorial Molino publicaba en Barcelona una novela más pulp y más celulosa que ninguna, debido a las circunstancias. Se titulaba Manos en la obscuridad y formaba parte de una serie protagonizada por un personaje oculto bajo un sombrero de ala ancha, una bufanda roja y un abrigo hasta los pies. Un fantasma que recibía el nombre de La Sombra. Se enfrentaba a sus enemigos mediante poderes psíquicos superiores, secundados por dos pistolas.
Imaginad a alguien ‒un adolescente quizá‒ leyendo estas historias en medio de los bombardeos dantescos de la aviación de Mussolini. La pulpa de papel frente a las bombas.
La novela la firmaba Maxwell Grant, pseudónimo del escritor y mago profesional Walter Brown Gibson. Durante la década de los 30 Gibson llegó a escribir más de 10.000 palabras diarias para satisfacer en los lectores ávidos el deseo de que el misterioso fantasma venciera al mal.
Gibson concibió varios juegos que aún hoy se venden en las tiendas de magia. Fue negro de Houdini, Thurston, Blackstone y Dunninger.
Su sueño fue crear un detective mago que resolviera cualquier problema. Para ello se inspiró en Harry Blackstone. Sin embargo ese personaje positivo perdió la partida con su propia sombra, con aquel otro ser fantasmal, sin cuerpo tangible, pero repleto de pasiones, dobleces, misterios y complejidades que no se despegó de sus talones hasta el fin de sus días.
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