¿Qué pensarías si alguien te entregara su tarjeta de visita y leyeras bajo su nombre: Ingeniero, químico, matemático, escritor y prestidigitador? ¿Y si leyeras detrás una ristra interminable de las sociedades de las que era miembro como la Sociedad de Gentes de Letras, la Asociación de Deportados de la Resistencia, la de Amigos del Juguete, el Círculo de Aficionados a la Novela Policíaca Gaston Leroux, Computer Arts Society, la Asociación Francesa de Artistas Prestidigitadores, la Asociación internacional de insultos y malas palabras, etc.?
François Le Lionnais fundó en 1960 el Oulipo, un grupo de experimentación literaria que reunía la literatura y las matemáticas, organizado como un club selecto y secreto del que formaron parte Italo Calvino, Georges Perec y Raymond Queneau.
El Oulipo era un procedimiento de creación. Los ejercicios de estilo de Queneau mostraban hasta 99 formas distintas de contar un mismo e insignificante episodio sucedido en un autobús
Le Lionnais empezó a experimentar pasión por la magia en el palacio de los espejos del Museo Grevin, donde la realidad se multiplicaba hasta el infinito.
Literatura, matemáticas y prestidigitación. El Museo tenía una pequeña sala donde ofrecía, aún ofrece, espectáculos de magia y para llegar a ella era preciso atravesar además del Palacio de los espejos, un palacio árabe, un templo egipcio y un bosque.
Fue en ese pequeño teatro donde conoció a Méliès. Era un niño y el viejo mago, cuando actuaba allí, le hacía salir al escenario. Fuera de escena, aunque el niño lo intentó, no cruzaron jamás una sola palabra. Cero palabras. Extraña literatura, sorprendentes matemáticas, increíble prestidigitación como la de esa vocal –que en un libro de Perec– se calla y desaparece del texto.
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