“El 15 de mayo de 1796 entró en Milán el general Bonaparte, al frente de aquel ejército joven que acababa de pasar el puente de Lodi y de enterar al mundo de que, al cabo de tantos siglos, César y Alejandro tenían un sucesor.” Con esta rotundidad comenzaba Stendhal su libro La cartuja de Parma, publicado en 1839.
Los triunfos militares de Napoleón están íntimamente ligados a su capacidad de planificación, la utilización del Estado Mayor y la artillería móvil. La imagen más característica de las guerras napoleónicas es un armón de artillería con un tiro de caballos.
Imagen superior: «Captura de una batería francesa por el 52º Regimiento en Waterloo» (1896), de Ernest Crofts.
Pocos años antes, en la noche del 25 de diciembre de 1776, George Washington cruzaba el río Delaware. Al día siguiente, derrotó en la batalla de Trenton a los mercenarios hessianos. Fue la prueba de que el ejército continental podía vencer a fuerzas regulares. Washington fue muy hábil en la gestión. Su gran capacidad de organización suplía sus carencias militares.
Imagen superior: «Washington cruzando el Delaware» (1851), de Emanuel Gottlieb Leutze.
Washington y Napoleón construyeron el mundo moderno. Los norteamericanos instauraron la república de “hombres libres” y Napoleón consolidó el fin del Antiguo Régimen. Como siempre, el precio fue alto: en las guerras napoleónicas el número de muertos estimado oscila entre tres y seis millones de personas.
Imagen superior: «Napoleón en Egipto» (1863), de Jean-Léon Gérôme.
Julio César, el antecesor de Napoleón citado por Stendhal, cruzó el Rubicón en la mañana del 11 de enero del año 49 a.C. Cuenta Suetonio, en Vidas de los doce Césares (121 d.C.): “Cuando alcanzó a sus cohortes junto al río Rubicón, que era el límite de su provincia, se detuvo un poco y, reflexionando sobre la magnitud de la empresa que proyectaba, se volvió a sus acompañantes y dijo: «Todavía ahora podemos retroceder, pero si cruzamos este pequeño puente, todo tendrá que resolverse por la fuerza de las armas»”.
Imagen superior: «Vercingetórix entrega sus armas a Julio César» (1899), de Lionel Royer.
Más tarde, César alegó que se había visto obligado a librar una guerra civil para defender su dignitas: su reputación. Desde su juventud, había estado convencido de su superioridad.
Adrian Goldsworthy, en su biografía sobre Julio César, dice que era orgulloso y presumido, y añade “Tal vez, como Napoleón, estaba tan fascinado por su propio personaje que eso le ayudó a embelesar a otros”.
Imagen de la cabecera: «Napoleón cruzando el puente hasta la isla de Lobau» (1912), de Richard Caton Woodville.
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