Hannah Arendt identificaba, en Los orígenes del totalitarismo (1951), los dos casos en que sendos Estados se convirtieron en totalitarios: el Tercer Reich y la Unión Soviética de Stalin.
La característica que convertía un régimen autoritario o dictatorial en totalitario estaba ligada a la intervención en la vida cotidiana; al hecho de que no hubiera en la actividad humana ningún aspecto que se escapara al control estatal.
Imagen superior: Hannah Arendt, París, 1935.
El mecanismo por el que ambos sistemas, el nazi y el estalinista, llegaron a dicho control es muy diferente. Es consecuencia del tipo de sociedad previa sobre el que operaban. La Alemania de los años 1930 era una sociedad avanzada, sofisticada, y compuesta por ciudadanos con intereses muy diferentes. La soviética, en cambio, era una sociedad en la que la estructura era mucho menos compleja.
Los nazis se basaron en el control social, un mecanismo indirecto. Utilizaron a los jóvenes, a las nuevas generaciones, a los que se aduló y se dio el poder de la denuncia. Las Juventudes Hitlerianas denunciaban a profesores y se convirtieron, en el ámbito familiar, en los abanderados de la “nueva era”.
Fotograma de «Cabaret» (Bob Fosse, 1972).
A su vez, los miembros del Partido y las SA denunciaban a comerciantes, a quienes simpatizaran con los judíos y cualquier desviación del gran objetivo: la limpieza étnica y la supremacía de la raza aria. La ferocidad con que se llevó a cabo se sustentaba, en última instancia, en el poder de la policía política, la Gestapo, y en la existencia de cárceles, campos, torturas y asesinatos al margen de todo control jurídico.
Por su lado, en el régimen estalinista el núcleo del poder se basaba en el terror puro; nadie estaba a salvo. Al contrario, el terror se ejercía de forma indiscriminada. No era posible cumplir con las normas y estar tranquilo. El Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) actuaba con total arbitrariedad, mediante juicios amañados, en los que se exigía la confesión de los acusados. Esto dio lugar al asesinato y al envío a los campos siberianos (el Gulag) de millones de personas.
Ambos sistemas utilizaron con extrema habilidad la propaganda y las nuevas tecnologías. Se basaron en las doctrinas del darwinismo social para conseguir la mejora de la raza aria y la conquista del paraíso del proletariado. En última instancia, son el resultado del desmedido orgullo que propiciaron los avances científicos de fines del siglo XIX y principios del XX. El orgullo que hace que los hombres se sientan superiores a los dioses, que los antiguos griegos consideraban sacrílego y conocían como hybris, una transgresión a la que se refería Churchill respecto al nazismo. Su castigo lo determina el antiguo proverbio: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.
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