¿Qué es el plano secuencia? Para no extenderme con definiciones prolijas, iré directo al grano: es una secuencia que se resuelve en un solo plano. No hay cortes. No hay montaje. Las páginas de guión que ocupa se ruedan de un tirón. De principio a fin. Punto. Ahora bien, no es tan fácil hacerlo como decirlo.
Habitualmente, la cámara se mueve buscando la acción y los personajes, y en otros casos (los menos) permanece quieta y son los actores los que entran y salen de cuadro.
Un buen plano secuencia es un prodigio de la técnica y lo mismo cabe decir de la coreografía que se establece entre los que están delante y detrás de la cámara.
Los técnicos han de saber cómo y cuándo mover la cámara a medida que se desarrolla la acción. El ayudante de cámara debe ajustar perfectamente el foco allí dónde el personaje principal dice su texto. Los actores han de entrar y salir del encuadre deteniéndose en marcas precisas en el suelo (sin que se note que las miran) para que el plano esté bien compuesto. Por otra parte, han de decir sus frases con convicción, y moverse por el decorado como si nada de todo esto estuviera previsto (y sin tropezar con los muebles, como diría Cary Grant).
La imposibilidad de cortar cuando algo sale mal es la clave. Un pequeño fallo en cualquier momento de la toma obliga a repetir todo desde el comienzo. Esto sucede cuando un actor que no se para donde debe, y que por tanto, no está «a foco», queda fuera del cuadro o no “coge” la luz precisa. También ocurre cuando los maquinistas que empujan la cámara por el travelling no se detienen a tiempo, y el cámara no encuadra debidamente a todos los personajes. O simplemente, cuando la toma no tiene la fuerza necesaria que el director desea, y eso implica volver a rodarla.
Para complicar las cosas, un plano secuencia dura frecuentemente varios minutos, así que la lista de inconvenientes o de posibles fallos se amplía todavía más.
Por otra parte, hay que tener un sentido del ritmo cinematográfico muy importante, ya que un plano secuencia no puede editarse, es decir, no podemos introducir dentro de él otros planos en el montaje. Ha de colocarse en el metraje de la película tal y como ha sido rodado.
Hay ejemplos memorables de este recurso. Pensemos en el plano secuencia más recordado de Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990): a lo largo de tres minutos y diez segundos, Martin Scorsese nos conduce por distintos escenarios, logrando que su Steadicam complete una secuencia fluida y prodigiosa. Hay más ejemplos. El plano secuencia en el que Paul Newman desarrolla su alegato en Veredicto final (1982) se prolonga a lo largo de 3 minutos y 50 segundos. En Plácido (1961), Luis García Berlanga elabora algunos de sus planos–secuencia más memorables. También es espléndido aquel con el que se inicia Snake Eyes (1998), de Brian De Palma, o el sorprendente plano secuencia de Children of Men (2006), de Alfonso Cuarón.
Ni que decir tiene que los ensayos son fundamentales a la hora de enfrentarse a este tipo de planos. No es cuestión de intentarlo una y otra vez con película en el chasis de la cámara (o el disco duro de las más modernas). De ahí el pulso que ha de acreditar un buen director para que el metraje resultante tenga el tono, la duración y el ritmo adecuado.
Y lo que es mejor: después de todas estas dificultades, después de toda esa virguería técnica y artística, un buen plano secuencia no debe ser percibido como tal por el espectador. Es decir, ha de fluir. Ser invisible…
Un buen plano secuencia contiene todos los planos dentro de él: desde un plano general a un primer plano, pasando por distintos planos medios y, sin embargo, el espectador no debe notar que no hay cortes. Ahí reside su grandeza.
Son muchos los ejemplos de este recurso narrativo en la historia del cine. En España, el experto en este tipo de escenas era Berlanga: cualquiera de sus películas está llena de planos secuencia maravillosos. Cuando veáis una película del maestro valenciano, buscadlos. Son su marca de fábrica.
Este tipo de plano se utiliza también en muchas ocasiones para “unir” decorados. Es decir, para que los personajes y la cámara vayan atravesando diversos espacios, dando sensación de continuidad y verosimilitud al universo en el que ocurre la acción.
En el cine actual y gracias a los procesos digitales, en muchas ocasiones nos encontramos con “falsos” planos secuencia. Me explico: se ruedan distintos planos, diversas tomas, incluso en decorados muy alejados entre sí y luego, gracias a los efectos digitales, estos se unen formando parte de lo que sería una toma única. Es un proceso complejo y laborioso pero los resultados a menudo son impactantes.
Os dejo aquí una muestra de cada variante. Comencemos por un plano secuencia clásico, sin trampa ni cartón, “hecho a mano” y quizá el más famoso de la historia de cine.
Es el que se suele citar como ejemplo en todos los manuales. Son los títulos de crédito de Sed de mal (1958), de Orson Welles. Cuando tengáis la oportunidad de ver la película, fijaos en su planteamiento: comienza con un primer plano y termina con un plano general. Además, funciona también como secuencia de créditos.
El segundo ejemplo que os recomiendo ver es el de El secreto de sus ojos (2010), de Juan José Campanella. Está lleno de efectos digitales de esos “que no se notan” y que sirven para dar continuidad a la toma. Hace el recorrido inverso al visto en la película de Welles: comienza con un gran plano general y termina con un primer plano del protagonista. Y es igualmente magistral.
Seguid el recorrido de los personajes y de la cámara en ambos ejemplos y pensad en cómo han sido hechos. Os daréis cuenta de la dificultad que ha entrañado su rodaje a la vista de lo que os he contado. Qué perfecta coreografía la de todos los que intervienen delante y detrás de la cámara…
Veréis que ambas secuencias fluyen, y de hecho, pasa desapercibido para cualquier espectador que están resueltas en un solo plano. Por eso ambos trabajos son tan buenos.
Disfrutadlos.
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