El eterno y caótico polvorín que es Oriente Medio, un territorio fragmentado en el que se encadenan los enfrentamientos desde los tiempos bíblicos (o quizá desde antes), siempre es un buen escenario para relatos llenos de tensión.
Beirut es el título original de El rehén, y señala el desolador panorama en el que se desarrolla la trama, que comienza en 1972 y continúa una década más tarde, con la capital del Líbano reducida a escombros a causa de la guerra civil.
Este film del siempre interesante Brad Anderson no opta por la acción espectacular. En realidad, se plantea como un clásico thriller político, con convenientes dosis de suspense realista. No hay que esperar una historia con excesivos vericuetos y exceso de información: la película, sin resultar simple en exceso, es comprensible para el espectador que no esté muy familiarizado con el escenario histórico en el que se desarrolla.
Un magnífico reparto lleva a buen puerto esta efectiva producción, empezando por el apuesto (palabra en desuso) Jon Hamm, quien vuelve a lucir esos trajes de antaño mientras interpreta a Mason Skiles, un personaje tan inteligente y profesional como vulnerable.
El negociador al que Hamm encarna representa un sueño roto, acaso imposible, de Estados Unidos: la pacificación ‒léase como un eufemismo de “americanización”‒ de Oriente Medio.
Le acompaña aquí un sólido plantel de actores secundarios, curtidos en todo tipo de películas y series, en el que destacan Rosamund Pike, Mark Pellegrino y Dean Norris.
No hay lugar para la propaganda política en El rehén. Tony Gilroy, su guionista, deja en mal lugar a todos los frentes, e incluso llega a cuestionarse que haya “frentes” definidos.
Es una historia, eso sí, muy americana, que vuelve a narrarnos la redención de un hombre torturado por la culpa, dispuesto a salvar la vida de un amigo por todos los medios.
Sin inventar nada nuevo, El rehén es un buen ejemplo de relato bien llevado, en el que destaca una atmósfera melancólica y desencantada.
Sinopsis
Un antiguo diplomático norteamericano (Jon Hamm) se ve envuelto en una operación de espionaje en el Líbano que le hará enfrentarse a un pasado traumático. Deberá rescatar a un viejo amigo, agente de la CIA, secuestrado por unos terroristas. En el camino se enfrentará a una trama llena de engaños y traiciones y con implicaciones de alto nivel político.
El rehén cuenta la historia de Mason Skiles (Jon Hamm), uno de los diplomáticos más importantes de Estados Unidos que abandonó el Líbano en la década de los 70 tras un trágico incidente. Diez años más tarde, la CIA lo llama de vuelta a un Beirut devastado por la guerra con una misión que sólo él puede cumplir. Mientras tanto, una agente de la CIA (Rosamund Pike) que trabaja encubierta en la embajada estadounidense tiene la tarea de mantener a Skiles con vida y asegurar que la misión sea un éxito. Sin saber quién está de su lado y con vidas en juego, Skiles debe superar todos los obstáculos para exponer la verdad.
La historia ya le rondaba a Tony Gilroy en la cabeza antes de escribir los guiones del aclamado thriller El caso Bourne, el filme Michael Clayton, que optó al Oscar a mejor película, y Rogue One: Una historia de Star Wars, un éxito en las taquillas de todo el mundo. Allá por 1991, cuando trabajaba en la comedia romántica Pasión por el triunfo, Gilroy conoció al productor Robert Cort, que había trabajado como analista de la CIA. «Hablamos mucho sobre geopolítica y Robert me comentó que la historia de un negociador diplomático podría dar para una película fascinante», comenta Gilroy. «Por entonces, Beirut estaba en boca de todos porque acababa de salir el libro de Tom Friedman titulado From Beirut to Jerusalem. Nos pareció que podría ser interesante contar una historia ficticia sobre un negociador con un trasfondo político real, aunque no estuviera basada en una hechos reales».
Para escribir el guion, Gilroy se basó en algunos de los acontecimientos que ocurrieron en la ciudad, como el secuestro del jefe de la estación de la CIA William Buckley en 1984. «Me pareció que ilustraba bastante bien qué pasaría si secuestraran a un alto cargo de la CIA», apunta Gilroy. «De hecho, encontraron el cuerpo de Buckley justo cuando estaba terminando el guion y salió en todas las noticias, así que me vino bastante bien en ese sentido. Es una historia horrible y dramática».
Durante el proceso de investigación, Gilroy fue descubriendo montañas de información que sirvieron de base para concebir acontecimientos que podrían haber ocurrido en el Líbano tres décadas antes. «Entre que hablé con bastante gente por teléfono y que reuní muchísima documentación, me empapé de todo lo que sucedió en el Líbano durante los tres meses que retratamos en la película», explica Gilroy. «Descubrí un montón de cosas interesantes. Por ejemplo, no tenía ni idea de que la OLP fuera tan compleja, tan jerárquica y tan corrupta. Tampoco conocía los rebuscados motivos por los que Israel quería entrar en el Líbano ni las vueltas que dio Israel para justificar la invasión de la zona. Sabía lo de la administración Reagan y que enviaron para allá a George Schultz, Oliver North y Robert McFarland, y lo de los acontecimientos que desencadenaron el atentado en la embajada de EE. UU. en Beirut. Pero solo me sonaban por encima, no he conocido a fondo todos los detalles hasta que me he puesto a informarme sobre la época».
Gilroy se inspiró en el estilo literario de John Le Carré, máximo exponente del género del espionaje, para desarrollar la psicología de su protagonista al encontrarse en aquel país en ese momento de disfuncionalidad política. «Sus libros me parecen fantásticos, aunque no siempre han funcionado bien en el cine. Será porque resulta muy difícil condensar tal cantidad de información en una película», apunta. «Me motivaba mucho crear un guion al más puro estilo Le Carré, pero adaptado a un metraje de dos horas. La idea de un personaje como Mason, que se lleva un mazazo tan importante, también es muy Le Carré«.
El protagonista es un claro precursor de los héroes imperfectos sobre los que han girado algunos de los proyectos más conocidos de Gilroy. «Con Mason empecé a interesarme por esos personajes en busca de redención, como Jason Bourne y Michael Clayton», confiesa Gilroy. «Al escribir El rehén quería contar la historia de estas personas que están atrapadas por una situación política, pero también la de Mason, que debe enfrentarse a su pasado y a sus inseguridades». Cuando Gilroy completó el guion en 1992, muchos actores y directores de primera empezaron a tantear el proyecto, que entonces se titulaba High Wire Act. Pero el proyecto era demasiado arriesgado, nadie quería lanzarse a llevar a la pantalla este retrato ficticio sobre los tejemanejes de EE. UU., Israel y la OLP en 1982. «El problema es que el guion es muy real», comenta Gilroy. «El comportamiento de la OLP deja mucho que desear. Lo mismo puede decirse de Israel. Y del Departamento de Estado de EE. UU. El único que queda bien en ese momento es el protagonista de esta historia».
A excepción de un día en Rhode Island, Beirut se rodó en los alrededores de Tánger, en el noroeste de Marruecos en el verano de 2016. «Tánger nos pareció la opción perfecta para recrear Beirut porque no se ha modernizado, al contrario que muchas otras zonas de la región», dice el productor Mike Weber. «Al estar en Tánger con todas esas localizaciones, sentías como si hubieras viajado en el tiempo».
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