“… Y si me tocas, te mato”. ¿Quién no recuerda esta mítica frase de Bruce Willis en El último boy scout (The Last Boy Scout, 1991), pronunciada segundos antes de matar a un sicario hundiéndole el tabique nasal en el cerebro de un solo puñetazo?
Hasta que vi Kiss, kiss, bang, bang, esta era mi película favorita guionizada por Shane Black, guionista estrella del cine de acción, y cuyo trabajo adoro.
Dirigida por el fallecido Tony Scott en 1991, la cinta representa una de las cimas del cine de acción de los ochenta y principios de los noventa, y convirtió a Black en el guionista mejor pagado de Hollywood: jamás se habían entregado antes 1,75 millones de dólares por un guión (Poco después el libreto de Instinto básico le arrebataría el primer puesto.) Esa cifra era siete veces superior a lo que él mismo cobró por Arma Letal (1987), su anterior y primer guión, vendido antes de cumplir veinticinco años.
Precoz y no muy pródigo: sus trabajos apenas exceden de la media docena.
Si por algo se caracteriza el estilo de nuestro escritor, además de las generosas dosis de testosterona y adrenalina y el desenfrenado sentido del ritmo, es por sus brillantes diálogos, aderezados con sal gruesa; en ellos pueden intuirse tanto la sombra de Billy Wilder como el estilo literario de Raymond Chandler, creador del detective Philip Marlowe e influencia reconocida por Black.
El último boy scout, como todas las películas escritas por él, es una buddy movie, fórmula en la que dos protagonistas antagónicos deben vencer sus odios recíprocos y hacer causa común.
No creo que esto sea casual, ya que otra de las influencias confesas de nuestro guionista es Walter Hill, director y guionista de la seminal Límite: 48 horas y de Danko: Calor rojo, otras dos cintas englobables en dicho formato.
En El último boy scout, el cincuenta por ciento del dúo protagonista es un detective privado de tres al cuarto, Joe Hallenbeck (Bruce Willis), ex agente del Servicio Secreto caído en desgracia, con una vida privada próxima al desastre.
La otra mitad es Jimmy Dix (Damon Wayans), ex estrella del fútbol americano, expulsado de la liga por su implicación en apuestas ilegales y por sospechas de consumo de drogas. Jimmy es un tipo cuyo pasado está marcado por una tragedia familiar.
Ambos personajes se ven unidos por dos asesinatos aparentemente inconexos. A partir de ese punto, empiezan a sucederse las explosiones y a llover cadáveres. Todo ello acompañado de brillantes frases, seguidas de no menos brillantes réplicas, contrarréplicas y réplicas a cada contrarréplica.
Por cierto, Black tiene el honor de ser el primer guionista que metió a Willis en la piel de un poli paria, personaje que el actor ha repetido hasta la saciedad: véanse Persecución mortal (1993), La Jungla de Cristal 3 (1995) y Hostage (2005), por citar sólo tres títulos.
Pese a que, con el tiempo, la cinta ha alcanzado un estatus de culto, en el momento del estreno los resultados no contentaron a nadie. Si bien la taquilla no funcionó mal, ésta quedó por debajo de las expectativas del estudio, y eso que, posteriormente, la película obtuvo buenos resultados en el mercado del vídeo de alquiler.
No obstante, el nivel de amargura alcanza niveles estratosféricos cuando los principales partícipes en el proyecto hablan sobre él; el común denominador es que muchos la consideran su peor experiencia profesional.
Tony Scott denunció que Willis y el productor Joel Silver, el padrino del cine de acción moderno, reescribieron sobre la marcha el guión, modificándolo a su antojo y obligando a Scott a aceptar los cambios bajo amenaza de reducción de sueldo o de despido.
Quien desee conocer los cambios realizados, puede encontrar fácilmente en la red el texto original de Black, quien suele cargar contra la enésima reescritura de guión por parte productores, ejecutivos, etc.
Pese a estas decepcionantes circunstancias, El último boy scout es uno de los títulos claves del reciente cine de acción. Este largometraje permitió a Shane Black llegar a la cumbre para luego caer, renacer de las cenizas y retomar su carrera con gran éxito. Pero esa es otra historia…
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