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Crítica: «Malditos bastardos» (Quentin Tarantino, 2009)

En los años setenta, italianos y españoles se dedicaron copiosamente a los placeres de la serie B. Y lo hicieron sin sutilezas. Aquello era exploitaition en estado puro, y sin embargo, tenía un significado preciso: el entretenimiento popular no necesariamente debía ser de buen gusto.

Ahora que se cumplen treinta años desde aquella moda, muchos espectadores nos vemos obligados a sentir nostalgia por culpa de Quentin Tarantino, otro iluminado lleno de talento, capaz de equiparar estéticamente al spaghetti-western con las producciones de los hermanos Shaw.

Debe de ser por eso por lo que ha fijado su interés en una producción tan disparatada como Aquel maldito tren blindado (Quel maledetto treno blindato, 1978), de Enzo G. Castellari, de la que toma prestado su título inglés –Inglorious Basterds, traducción del original Bastardi senza gloria– y varios guiños (Insuficientes, en todo caso, para que podamos hablar de un remake).

Con una trama enloquecida, ubicada en la Segunda Guerra Mundial, aquella cinta de Castellari pertenecía al subgénero con los americanos describen con un término entusiasta: gung-ho, y que entre nosotros, se resume en la siguiente idea: un puñado de brutos, debidamente motivados, son capaces de emprender una hazaña formidable.

Como seguramente saben, este catálogo va desde Doce del patíbulo (The Dirty Dozen, 1967) y La brigada del diablo (The Devil’s Brigade, 1968) hasta Los violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, 1970), y deja en nuestra memoria un sinfín de títulos que no merecen demasiado recuerdo.

Gracias al apoyo de sus protectores habituales, los hermanos Bob y Harvey Weinstein, Quentin Tarantino ha rodado una película bélica con un reparto excepcional, casi inaudito (Qué no habría dado yo por ver en pleno rodaje a Brad Pitt, Christoph Waltz, Daniel Brühl, Diane Kruger, Maggie Cheung, Mike Myers, y sobre todo, al gran Rod Taylor).

Sabemos que la filmación de Malditos bastardos (Inglorious Basterds) comenzó en octubre de 2008, y que las localizaciones fueron elegidas en Alemania y Francia. Además de la película de Castellari, Tarantino tenía en mente otras referencias. Por ejemplo, los westerns de Sergio Leone y La cruz de hierro (Cross of Iron, 1977), de Sam Peckinpah. Quizá por ello había desarrollado el proyecto con la idea de que lo protagonizase un actor de los que llaman característicos –se habló de Michael Madsen y de Tim Roth–, sin descartar la presencia de estrellas en papeles de lucimiento. Nombres como los de John Travolta, Bruce Willis, Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Harvey Keitel y Eddie Murphy circularon por los medios sin que Tarantino confirmase o desmintiese nada.

Claro que luego el presupuesto aumentó, y los primeros borradores del guión, escritos antes de que nuestro realizador completase Kill Bill, acabaron llenos de tachaduras y correcciones. Es más: lo que en principio pudo haber sido una discreta trilogía, con Madsen encabezando el reparto, acabó resultando una producción de altos vuelos, protagonizada por Brad Pitt.

Tarantino mantuvo, de todas formas, la idea de ambientar Malditos bastardos en la Francia ocupada por los nazis. Con una salvedad: rodaría en páramos y eriales muy similares a esos terrenos de Almería donde se filmó la mayoría de los spaghetti-westerns.

Los buenos actores corren riesgos, y Brad Pitt es consecuente con ello. En Malditos bastardos se hace cargo de uno de los personajes más singulares de toda su carrera: el teniente Aldo Raine, apodado Aldo el Apache, un paleto de las montañas de Tennessee que lidera a un equipo de ocho soldados americanos, todos ellos judíos, empeñados en demostrar un par de cosas a los nazis. Estos últimos, por cierto, están representados por una figura inolvidable, Hans Landa (maravillosamente encarnado por el robaescenas Christoph Waltz), un oficial correoso, cultosofisticado y terriblemente sanguinario.

Sinopsis

Malditos bastardos empieza durante la ocupación alemana de Francia, cuando Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) presencia la ejecución de su familia a manos del coronel nazi Hans Landa (Christoph Waltz). Shosanna consigue escapar y huye a París, donde se forja una nueva identidad como dueña y directora de un cine.

En otro lugar de Europa, el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) organiza a un grupo de soldados judíos para tomar brutales y rápidas represalias contra objetivos concretos. Conocidos por el enemigo como “Los Bastardos”, los hombres de Raine se unen a la actriz alemana Bridget von Hammersmark (Diane Kruger), una agente secreta que trabaja para los aliados, con el fin de llevar a cabo una misión que hará caer a los líderes del Tercer Reich. El destino quiere que todos se encuentren bajo la marquesina de un cine, donde Shosanna espera para vengarse.

Sirviéndose del género de folletín y propagandístico, Malditos bastardos, dirigida por Quentin Tarantino, nos propone una nueva visión de la II Guerra Mundial a través de una historia poco gloriosa, opresiva, real y mayor que la vida misma.

El destino quiere que todos se encuentren bajo la marquesina de un cine donde Shosanna espera para vengarse.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © The Weinstein Company, Universal Pictures y Zehnte Babelsberg. Cortesía del Departamento de Prensa de Universal Pictures International Spain. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.