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Mika: «Life in Cartoon Motion» (2007)

Producido por Greg Wells y el propio Mika, Life in Cartoon Motion (Island Records / Casablanca Records) lanzó al estrellato a su creador, y de paso, popularizó a su primera formación, integrada por Martin Waugh (guitarra), Michael Choi (bajo), Cherisse Osei (batería) y Luke Juby (teclado).

El éxito fue inmediato, y no sólo se notó en las listas de discos más vendidos. Así, en enero de 2008, ese prodigio escénico y musical que es Michael Holbrook Penniman Ismaili recibió un premio Brit Awards. Al agradecerlo, probablemente reflexionó sobre los vaivenes de la suerte. No había pasado tanto tiempo desde que ensayaba arias de ópera junto a su profesora Alla Ardakov. El caso es que su agenda de la temporada 2007-2008 demuestra lo meteórico que fue su ascenso: en sólo un año, completó una gira mundial, actuó en la ceremonia de los Grammy y tuvo tiempo para grabar un segundo álbum.

Mika nació en Beirut, y lo cierto es que sus inicios en la industria no fueron sencillos. El rechazo de distintas discográficas y agentes queda reflejado en la letra de su primer éxito, la canción «Grace Kelly», que le sirvió de pasaporte para emprender su primera gira europea.

Nos encontramos ante un artista sumamente original. De hecho, ese adjetivo también puede aplicarse a su ingreso en el mercado. El primer sencillo de su carrera, «Relax, Take It Easy», fue difundido a fines de 2005 por BBC Radio 1, y el segundo, «Billy Brown», pudo adquirirse poco después en la tienda virtual de iTunes. El resultado de ambas campañas fue tan optimista que hizo a muchos fijar su atención en el recién llegado.

Aun sin disponer de un CD a la venta, los críticos empezaron a discutir sobre el modo en que Mika lucía sus destrezas. Luego, como suele ocurrir en estos casos, vinieron las lecturas generacionales. Obviamente, este es un cantante de muchos quilates –basta con atender a su registro vocal en «Grace Kelly»−, pero lo que llama poderosamente la atención es su valor expresivo, heredado de Elton John, de Harry Nilsson, de Rufus Wainwright y de Freddie Mercury.

Más que genialidad desaforada, en ese Mika de los comienzos impresiona su pasmosa seguridad, fruto de una formación clásica que es infrecuente en el mundo del pop. Y aunque muchos quisieran ver en él a un seguidor aventajado de los Scissor Sisters, lo cierto es que su juego vocal era más incisivo y colorista.
El ejemplo definitivo de todo ello viene dado por el tema elegido por Universal para aquel primer lanzamiento. En cierto sentido, «Grace Kelly» es una canción claramente deudora de las páginas musicales del vodevil. Por esta vía, Mika conecta bien con la tradición de Queen: material grandilocuente y un juego melódico virtuoso, donde el cruce de estilos e influencias es la meta más codiciada.

Dueño de notables recursos técnicos, el artista anglo-libanés tiene una biografía que viene muy a cuento para explicar el estilo musical de su primer disco. Expatriado del Líbano a los nueve años, se refugió junto a su familia en París y luego en Londres. Como alumno, pasó por el Liceo Francés Charles de Gaulle, la Westminster School y el Royal College of Music. Una dislexia dificultó su integración, a tal extremo que llegó a tener serios problemas comunicativos.

El acos al que le sometieron algunos compañeros de clase marcó su carácter. A modo de terapia, su madre le hizo estudiar música con una rígida disciplina que, al parecer, surtió buenos efectos. La excentricidad que demostró durante su adolescencia −ropa escarlata, maneras de dandy− fue todo un síntoma de lo que vendría después.

Alternó sus tempranas intervenciones en la Royal Opera House (alta cultura) con la escritura de jingles publicitarios para British Airways y los chicles Orbit (cultura de masas en su nivel más popular). No es raro, con esos antecedentes, que debamos buscar los antecedentes de «Grace Kelly» en una ópera como Las bodas de Fígaro.

Gracias a la impecable producción de Greg Wells, Life in Cartoon Motion se conviritió en la respuesta a una frustración que el intérprete resumía de este modo: el rechazo inicial de los sellos independientes y la desconfianza de las grandes compañías. Dicho de otra forma, Mika era demasiado comercial para el sector indie y demasiado raro para el circuito convencional.

Una vez superada aquella reticencia, Mika ingresó con paso firme en el negocio del espectáculo. La cordialidad de su música y lo espectacular de sus resultados justificaron que convirtiera en un producto mediático. No es casualidad que el diseñador Paul Smith contase con él como imagen de su compañía de modas. En esto, y a pesar de que a él le incomodase la comparación, el joven cantautor también seguía las huellas de Mercury.

La experiencia en directo

Voy a pedirle al lector que me acompañe ahora en un recuerdo personal: el primer concierto con el que Mika, en abril de 2007, presenta su repertorio en España.

Todo comienza en la semioscuridad de un escenario madrileño. Bajo la mortecina luz de los focos, la espera se ve sacudida por súbitos arranques de entusiasmo. Con impaciencia, el público −treintañeros y veteranos de la escena independiente− reclama a la estrella con silbidos y breves coros, que ceden su lugar a los aplausos cuando un regidor enciende su linterna y alza su mano. Se trata de la señal convenida.

Es entonces cuando el aparato eléctrico de la sala Mynt emite sus primeros destellos. De fondo, suena una de las canciones más frívolas e inolvidables de Dolly Parton, «Nine to Five», que sirve de indicio a lo después vendrá.

Súbitamente, la iluminación adquiere tonos rojizos y empieza a interrumpirse con un parpadeo epiléptico. El público aplaude. Los reporteros aplauden. Todos aplaudimos, y mientras la banda sube al escenario, se ve premiada con nuevas aclamaciones. Hay un cierto orgullo entre los asistentes ‒»Yo he descubierto a Mika antes de se haga famoso»‒ que se transforma en algo parecido a una fraternidad.

De espaldas, el cantante fija su mirada en el suelo, donde un papel detalla la lista de canciones que completan el programa. Viste una sudadera con detalles glam, y pantalón de color violeta, sujeto con tirantes. A su izquierda, se sitúa el guitarrista Martin Waugh, y a la derecha, el bajista Michael Choi. Con su maquillaje de estilo egipcio, la bulliciosa Cherisse Osei cruza las baquetas sobre la batería, mientras Luke, pianista de sólida formación, enciende el sintetizador y frunce el entrecejo ante las señales de estática.

Con sus compases de marcada puntuación, la caja de ritmos gana enteros y el show empieza a palpitar. Suena «Relax, Take It Easy», y el público, al oír las primeras notas, se desliza sobre el ritmo y otorga a Mika toda su complicidad. Él lo sabe, y por eso se acerca al micrófono con una promesa: “El de hoy es el último concierto de nuestra gira… Y algo me dice que también será el más divertido”.

Mika posee una gran expresividad, y el tema elegido para comenzar la velada es alegre. Sin embargo, este vigor escénico no evita que este joven delgado y sensible, con un inimitable encanto, no oculte un fondo de melancolía. O como él mismo dice: “Una letra oscura en un tema alegre es lo que refuerza el mensaje”.

Vivir es recordar, y la música también es añoranza. Por empatía, me asalta una pregunta: ¿qué pensarán hoy los bárbaros que, en otro tiempo, hicieron la vida imposible a este tipo encantador? Me refiero a los alumnos que, por pasatiempo, le insultaban en su colegio de South Kensington. Matones que no aceptaban el colorido de su vestimenta ni la fragilidad de sus maneras, y que, por lo bajo, acaso envidiaban su formación y ciertas costumbres. Porque −no sé si ya lo saben− Mika habla francés sin apenas acento y ha crecido en un ambiente cultivado.

A los once años, temiendo que su dislexia fuera a peor, su madre lo sacó de las aulas. Por entonces, la tristeza del muchacho fluía como una torrentera, y sus perspectivas sociales eran devastadoras. Mientras se gestionaba su matrícula en un nuevo centro, una profesora de canto hizo las veces de hada madrina. Si fingimos que es real el desenlace amable de Cenicienta, entenderemos cómo la calabaza se convirtió en carroza. O lo que viene a ser lo mismo: cómo un chico acomplejado descubrió la tesitura de soprano y halló la plenitud sobre el escenario de la Royal Opera House.

Con toda una primavera por delante, Mika se transformó en un dandi adolescente, soñó con transformarse en contratenor, y al correr del calendario, fue ganándose a pulso su seguridad frente a la orquesta.

Mientras le escucho, compruebo que la confianza en sí mismo es una de sus cualidades. Salta sobre la banqueta del piano, alza su índice hacia el techo y obtiene esa energía que cuelga de las cornisas más elevadas. Desde ahí arriba, reclama afecto −“Why don’t you like me?”, “Love, love me”− y cobra nuevos bríos al saberse respondido.

¿Les hablé de Dolly Parton? Pues algo hay de sus requiebros en «Big Girl (You Are Beautiful)», el tema que suena a continuación. Según él mismo cuenta, Mika lo compuso tras ver un documental de Victoria Wood sobre mujeres obesas. Esta simpatía por una saludable corpulencia no es casual, pues entre los Penniman de la generación previa abundan las mujeres con curvas (¿no lo es, acaso, la propia Dolly?).

Llegado este momento, el recital se convierte en una demostración de poderío. Mika es hábil en la balada convencional («My Interpretation»), sabe emular a los Beatles cuando éstos aún se divertían juntos («Billy Brown») e incluso recuerda un ritornelo del campo clásico (·Over My Shoulder·).

Para sorpresa de más de uno, su versión de «Everybody’s Talkin’», de Harry Nilsson, es muy respetuosa con el original. No ha de extrañar, porque Mika habla de Nilsson como quien recuerda a un maestro. Al fin y al cabo, ambos provienen de la misma estirpe: pianistas y cantantes de vodevil, en la línea de Ivor Novello y otros solistas de pelo engominado y corazón turbio.

No sé hasta qué punto la audiencia de ese concierto de 2007 prefiere a este Mika íntimo, de atractivos medios, amante de las sugerencias y de los matices, por encima del maestro de ceremonias que, desde un punto de vista generacional, se sabe dueño de la fiesta. Él mismo calibra esta duda, y cede ante la segunda opción. Después de todo, la velada tiene que iluminarse, y por eso hilvana cuatro canciones enormemente pegadizas, ceñidas a los tonos y a la lujuria estética de los ochenta: «Stuck in the Middle», «Ring Ring» y una novedad irónica, «Holy Johnny», a la que sigue el pop refrescante de «Love Today».

“Hace dos años −dice en español, mientras se toma una pausa para reflexionar−, estaba muy enfadado… Entonces escribí esta canción…, y no imaginaba que iba a cambiar mi vida”. Con estas palabras −muy festejadas por la concurrencia−, «Grace Kelly»el single de la velada, adquiere su genuina identidad. Ya saben de qué hablo: el flujo y reflujo de una ambición que se frustra por culpa de ideas preconcebidas y ejecutivos asustadizos.

Mientras el público repite el estribillo, creo que más de uno se aplica el cuento y piensa, al igual que Mika, en lo que ha de hacer para que lo admitan de una endemoniada vez. ¿Es el camino lento el más correcto? Así lo parece, según la estrella se encarga de repetir, como quien propone un enésimo homenaje a freaks y nerds.

Con máscaras de animales, el cantante y su banda improvisan luego un número infantil, que a estas alturas de la noche tiene su gracia. Luego, llega la propina: «Lollipop», un tema indefinible, sumamente dinámico, en el que se traban el funky, el reggae y las tonadillas de vodevil antiguo.

Este colofón, de una sonoridad pujante, roza los bordes del exceso, pero no los sobrepasa. Y si bien la calidad de los números ha sido variable, nadie puede hallar debilidades flagrantes. Al contrario, Mika y su banda permanecen dentro del buen gusto y se benefician de una técnica incisiva, intensa, llena de convicción.

¿Genialidades? Algo hay de ello… Pero hablamos de un debut. El artista era joven en 2007, y su progresión fue formidable. Algo lógico en un vocalista magnífico y de una inteligentísima personalidad escénica.

Hay algo que no ha cambiado desde aquellas fechas ‒ya lejanas‒ en que nos presentó en Madrid y en Barcelona Life in Cartoon Motion: Mika gana en la distancia corta y sin el apoyo de los altavoces. Echen un vistazo a sus registros acústicos −con piano y guitarra, o con cuarteto de cuerdas, por citar dos ejemplos−, y entenderán por qué en ellos la emoción circula tan calurosamente.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.