Aunque el volumen que nos ocupa incluye otras piezas magistrales de Henry James, la más conocida y prestigiosa de todas ellas es Los papeles de Aspern (1888).
El conjunto, editado y traducido con gran sensibilidad y elegancia por Juan Antonio Molina Foix, tiene un doble aliciente: por un lado nos acerca al modo en que James empleó a los escritores como personajes, y por otro, se abre con una formidable introducción, idónea para comprender los recursos y motivaciones del escritor neoyorquino.
Imagino que más de un lector caerá rendido ante piezas como La lección del maestro (1888) o La casa natal (1903), pero, sin duda, la obra que protagoniza este libro es la citada en el primer párrafo: un relato basado en hechos reales ‒como se dice en los folletines televisivos‒, que se le ocurrió a James en Florencia, donde el poeta Eugene Lee-Hamilton le habló de la anciana Claire Clairmont (1798-1879), hija ilegítima del padre de Mary W. Shelley. La anciana vivía con su sobrina, y Lee-Hamilton deseaba acceder a las cartas que Percy Byshe Shelley remitió a Claire, y que figuraban en el patrimonio familiar de sus anfitrionas.
En su imaginación, nuestro escritor enriqueció este asunto con una historia relatada por la condesa Gamba, sobrina del último amor de Lord Byron, Teresa Guiccioli. Al parecer, la condesa atesoraba un secreto y escandaloso epistolario de Byron, pero se deshizo de él por considerarlo demasiado comprometedor. No hace falta mucho esfuerzo para imaginar el modo en que esta anécdota impactó en alguien para quien la literatura venía a ser, poco más o menos, un culto religioso.
Sin lugar a dudas, esta historia de anhelos, ambigüedad y miradas cruzadas forma parte de la mitología del escritor. Y esto último es evidente incluso en la ambientación que imagina: ese palazzo veneciano donde dialogan el narrador, Juliana Bordereau ‒la antigua amante del poeta americano Jeffrey Aspern‒ y su sobrina Tina.
Este juego de espejos entre la realidad y la ficción invita a ir un poco más allá, convirtiendo al propio James en un personaje ficticio (Algo que, dicho sea de paso, ya sucede en novelas como What Alice Knew: A Most Curious Tale of Henry James & Jack the Ripper (2010), de Paula Marantz Cohen, Felony: The Private History of “The Aspern Papers” (2002), de Emma Tennant, o ¡El autor, el autor! (2004), de David Lodge).
No me extenderé aquí ensalzando los méritos técnicos de Los papeles de Aspern, bien conocidos por sus muchos admiradores, pero conviene citar un detalle que cabe hacer extensible al resto de los textos incluidos en el volumen: la atmósfera… Esa atmósfera tupida de una forma extraordinaria, de modo que sirva como un rasgo psicológico más, y también como un ingrediente de verosimilitud.
En todo caso, uno sale de la lectura de este libro convencido de la certeza que el propio Henry James dejó por escrito en «El arte de la ficción» (Longman’s Magazine nº4, septiembre de 1884): «La realidad de Don Quijote o del señor Micawber [el personaje de David Copperfield] ‒nos dice‒ es un matiz muy delicado. Es una realidad tan coloreada por la visión del autor que, por más vívida que sea, uno dudaría en proponerla como modelo (…) No hace falta decir que no escribirás una buena novela a menos que poseas el sentido de la realidad, pero es difícil aplicar una receta para dar existencia a ese sentido».
Deténganse en la última frase, porque resume la clave, a mi modo de ver, de esa genialidad literaria que James acredita en estas páginas: su habilidad para convertir la experiencia literaria en algo tan penetrante, perceptible y profundo como la propia vida.
Sinopsis
Para Henry James, que convirtió su oficio en una especie de religión a la que se consagró en cuerpo y alma y con total exclusividad, la ficción era «una de las bellas artes» y todo acto creativo era mágico. Esa fidelidad irrenunciable a la excelencia artística, esa búsqueda a ultranza del artista absoluto, fue una de las mayores innovaciones que aportó al nacimiento de la narrativa experimental del siglo XX, cuyo advenimiento él ya había intuido veinte o treinta años antes: la concepción del relato o novela como la más excelsa de las formas artísticas. Que «la vida literaria puede ser un tema precioso» lo prueban sus «literary tales», que tratan preferentemente del conflicto del artista con la sociedad y afrontan los problemas del fracaso artístico desde más de un punto de vista. Para James, el arte debe reflejar la conciencia de un infatigable observador de la vida que sea sensible y a la vez se distancie debidamente. En todos esos relatos lo presenta como un aventurero de la estética y defiende la aventura artística a pesar de sus inseguridades. Su respuesta a la sociedad implica darle la espalda, renunciar a ella, «para encontrar en su arte un ámbito en el que la vida sea esa aventura estética». Esta edición reúne cinco de esos relatos: «Los papeles de Aspern», «La lección del maestro», «La vida privada», «La humillación de los Northmore» y «La casa natal».
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