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La magia de los Magos

Ciertamente, los Magos eran reyes absolutos, o sea que ningún otro poder estatal podía limitar ni controlar el suyo propio. Pero es que, además eran magos, con minúscula.

Ante todo: quien suscribe estas líneas cree en los Reyes Magos. Por lo mismo, sin intentar convencer a nadie de su existencia, pretenderá o pretenderé describir una creencia. Lo hago por la doble similitud que estos señores guardan con los sueños: actúan de noche y nadie los puede ver. Desde luego, la nocturnidad de los sueños es una mera convenció, dado que la mayor parte de la gente duerme de noche. Pero me vale para seguir: oscuridad, invisibilidad, disolución con la luz y restos tangibles. Los regalos por una parte y, por la otra, lo onírico. Los sueños son meros sueños, su espuma se borra al estallar sus burbujas, etcétera. Pero ¿quién niega realidad a los deseos, bellos o siniestros, que se nos aparecen ellos, así como los regalos nos sorprenden la mañana de Reyes junto a los oportunos zapatos?

Más preguntas: ¿para halagarnos con regalos hacen falta estos hombres que representan a una institución tan vetusta como la monarquía? ¿Qué hacen en pleno siglo XXI? En efecto, los Magos de las Escrituras no son monarcas constitucionales como nosotros los reconocemos en la actualidad. Éstos son apenas Jefes de Estado, es decir que representan a una entidad tan inasible como el Estado cuando hace falta que se haga visible y tangible, corporizada en el cuerpo de alguien, si vale el eco. Son personas protocolarias que cobran unos haberes para prestigiar ciertas ceremonias.

Ciertamente, los Magos eran reyes absolutos, o sea que ningún otro poder estatal podía limitar ni controlar el suyo propio. Pero es que, además eran magos, con minúscula, porque tenían esa profesión que poco y nada tiene de la magia de los prestidigitadores y transformistas. La magia de entonces es la ciencia de hoy, la astrología es la astronomía y la previsión del visionario, el antepasado del físico puro. Por eso, tal vez, los pintores del Renacimiento y el barroco se atreven a darnos su imagen visible. Los visten con complicados y lujosos atavíos como los mandones del Renacimiento y el barroco. Los hacen guapos y variados: un blanco, un negro y un amarillo. Y se ve que son pudientes pues regalan oro, de ese que hoy escasea en nuestros Bancos Centrales.

Esto de volver tan visibles –en los cuadros del pasado y en las caravanas de nuestros días — a los seres de la noche que nunca aparecen y no se dejan ver cuando depositan sus regalos, suena a impostura. Tal vez lo sea pero contiene su lógica. Nos gusta ver a los Reyes Magos porque creemos en ellos y el creyente es confiado. Por eso en nuestras revistas del periodismo rosa y en nuestros magazines de la tarde se muestran los reyes a pleno sol. Más aún, los suelen acompañar duques y duquesas, condes y condesas, marqueses y marquesas. No son individuos que gocen de privilegios estamentales como en otros tiempos. No están exentos de pagar impuestos ni se los ahorca con lazos de seda em vez usar alambres o toscos cordones de esparto.

Estos personajes, aunque no ya sabios en astronomía ni en física cuántica, siguen, a pesar de todo, alimentando nuestro imaginario de lo prestigioso. Así elogiamos a alguien llamándolo caballeros o noble. Una mujer hermosa y elegante es como la dama de compañía de otra a la cual coronamos como reina de esta fiesta de este cumpleaños. Tal jugador de fútbol es todo un duque  y si se hace construir una mansión, dirá que es su castillo.  En lo suyo, las categorías de eso que los historiadores suelen denominar estamentos señoriles siguen dotándonos de modelos relativos a nuestras virtudes. Por ejemplo ¿me reconocería el lector/la lectora el ser un gran señor de las letras? Sí, por favor, aunque más no sea por una noche de Reyes y sin que se me vea, para evitar detalles inconvenientes.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")