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«El cazador de las llanuras», de Karl May

A la manera de SalgariKarl May brindó a los europeos de varias generaciones un sinfín de fantasías exóticas en las que cada aventura venía a ser un soplo de libertad. De su extensa bibliografía, lo que mejor ha perdurado han sido sus novelas del Oeste: un Far West germánico, animado por todos esos tópicos de la frontera que tanto fascinaron a los alemanes del XIX.

De las obras de un autor como May, ya saben, lo que nos interesa es que tengan buena carpintería y una imaginación desbocada. El resto ‒el estilo, el mensaje‒ nos preocupa más bien poco, porque de lo que se trata es de sentarnos en un corro junto a la hoguera, deseando que nos cuenten historias que no olvidaremos jamás. Y ya que saco a relucir la memoria: ¿cómo olvidar aquellas adaptaciones infantiles de May que fueron nuestro primer pasaporte al mundo de los apaches? ¿Quién, nacido antes de 1970, no disfrutó alguna vez de aquellos tebeos de Bruguera en los que se resumían aquellas mismas obras?

No creo que todo eso haya pasado de moda. El escritor alemán aún nos envuelve en un Oeste que sólo pervive en sus libros, y que en realidad sólo existió en sus páginas. De hecho, nosotros ‒los de entonces, como dijo Neruda‒ llegamos tarde a la fiesta de Karl May.

Miles de chavales devoraron sus entretenidísimos libros antes que nosotros: en los cincuenta, en los cuarenta…, a fines del XIX. Y todos ellos soñaron con acompañar algún día al buen jefe Winnetou y a su hermano de sangre, el alemán Old Shatterhand.

Que nadie imagine que estos dos nobles personajes se parecen a su creador. En realidad, casi conviene olvidar la biografía de May a la hora de disfrutarlos, porque el humanismo y el carácter compasivo que trasluce en ellos casa mal con las estafas que protagonizó el escritor antes de alcanzar la fama. Pero no seamos injustos: el novelista llegó a la vejez como un modelo de conducta, obsesionado por el pacifismo y con unas aspiraciones trascendentales muy propias de su tiempo. Y además, como recuerda Fernando Savater, en la figura de Old Shatterhand se idealizan los recuerdos juveniles del autor, que a su modo, también probó los peligros de la vida antes de apreciarla filosóficamente.

Leer El cazador de las llanuras es el mejor modo de adentrarse en el romanticismo de Karl May. Algunos ya lo sabíamos, pero va siendo hora de que los más jóvenes se unan a la caravana y se dejen guiar por el bravo y místico Winnetou. Hay muchas razones para ello. «El Oeste ‒nos dice el novelista, por boca de uno de sus personajes‒ se parece al mar, que no suelta al que entra en él y con él se encariña».

Sinopsis

Traducción de Alejandro Gago.

El cazador de las llanuras pertenece a la serie de Winnetou en la que se reúnen las aventuras de Old Shatterhand y su amigo Winnetou, joven jefe de una tribu apache. Es uno de los más logrados clásicos del género y la obra más reeditada y memorable de todas las que salieron de las manos de Karl May. Quien se asome a estas páginas generosamente llenas de emoción y de intriga, de humor y de aventura, no podrá permanecer indiferente ni abandonar sin más ni más su lectura. Es solo un aviso.

Karl May (Ernstthal, 1842-Dresde, 1912), autor traducido a más de cuarenta idiomas y de cuyas obras se han vendido más de doscientos millones de ejemplares. Sus libros, escritos todos en primera persona, se sitúan primordialmente en dos escenarios geográficos: el Oeste estadounidense y el Oriente próximo. Las novelas del Oeste tienen como protagonista a Old Shatterhand y su amigo, el indio apache Winnetou. Las que se sitúan en Oriente están protagonizadas por Kara ben Nemsi y su amigo Halef Omar.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Editorial Renacimiento. Ediciones Espuela de Plata. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.