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Alas blancas

Crítica: ‘Alas blancas’ (2023): El valor de ser buena persona

Basada en la novela gráfica de Raquel Jaramillo Palacio y dirigida por Marc Foster, ‘Alas blancas’ es un drama emotivo, de hechuras sencillas, narrado con buen estilo

La abuela Sara (Helen Mirren), prestigiosa artista de origen francés, tiene una historia que contarle a su nieto Julian (Bryce Gheisar), estudiante en un uno de esos institutos neoyorquinos de uniforme y corbata. Una de esas historias moralizantes destinada a que el joven no tome el atajo erróneo del prejuicio y el odio al diferente.

Y esa historia es la de una niña judía aficionada al dibujo, que vive junto con sus padres en una pequeña aldea gala mientras las tropas alemanas ocupan el país franco (ese que sólo se ha resistido a las invasiones foráneas en la imaginación de Uderzo y Goscinny), componiendo un relato de lealtades, traiciones, valor, amor y lucha.

Alas blancas (basada en la novela gráfica de R.J. Palacio, White bird, y dirigida por Marc Foster), es un drama emotivo, de hechuras sencillas, narrado con buen estilo, que -si bien no añade grandes notas de originalidad al amplio catálogo del género-, incide en el discurso del crecimiento personal y del respeto a los valores y a la calidad humana por encima de cualquier otra consideración.

El viaje luminoso de ‘Alas blancas’

La película narra la trágica peripecia de la joven Sara Blum (Ariella Glaser), quien se ve obligada a huir de la persecución nazi y ocultarse en un granero gracias a la audaz intervención de Julien (Orlando Schwerdt), su introvertido compañero de clase, quien es objeto de burla y desprecio generalizado por verse obligado a caminar con una muleta debido al daño causado por la polio, y al que cruelmente apodan “el Cangrejo”.

Enseguida veremos asomar el morro a los antagonistas, lobos con piel de cordero, cuyo hedor no engaña; y haciéndoles frente, héroes homéricos, valientes anónimos que, en tiempos revueltos, emergen de la nada con sus corazones de oro y sus principios insobornables.

Nuestra pareja protagonista, en el micromundo del cobertizo, vivirá un romance adolescente entre paseos imaginarios por las calles ensoñadas de París o Nueva York; son solo dos niños embarcados en un viaje luminoso, atemporal, en un tiempo de sombras tenebrosas que se ciernen más allá de la belleza de sus frágiles alas blancas, y que les tiene atrapados en un escenario infestado de depredadores que amenazan con poner fin al dulce vuelo de sus fantasías.

Un producto de intenciones nobles

“El mundo de la realidad tiene sus límites, el mundo de la imaginación no tiene fronteras”, instruye a Sara su profesora poco antes de los terribles acontecimientos tratando de estimular su faceta creativa, lema y consejo que la niña se verá obligada a llevar a la práctica durante su largo confinamiento, donde fantasea con la visión de hermosas ciudades, mientras dibuja pájaros blancos que vuelan libres y puros lejos del panorama corrompido que impera al otro lado de las precarias paredes de madera que la protegen.

Inviernos que parecen no tener fin, prolongados y gélidos como el invierno moral que pudre Europa, aislados en un bosque umbrío entre lobos reales y metafóricos, Sara y Julien sueñan, juegan, aprenden y viven, en espera del milagro liberador que no llega nunca, buscando en la breve paz de la noche un brillo de esperanza entre las lejanas estrellas solitarias.

Alas blancas es un producto correcto, de intenciones nobles, que esquiva el maniqueísmo al que irremediablemente se asoma en las bien señalizadas curvas del guion, y al que le cuesta un tanto provocar la catarsis en el espectador, acaso porque la estructura narrativa y sus recursos resultan demasiado previsibles, y porque la premisa ha sido ya explotada desde todos los ángulos posibles, y en todos los formatos artísticos imaginables.

Un relato ejemplarizante

Pese a todo, la película ofrece un relato blanco -enmarcado en un panorama gris oscuro-, más bonito que hermoso, y más ejemplarizante que filosófico. El resultado es eficaz, y la trama está aliñada con unas dosis de fantasía plástica un tanto naif, que se nos muestra a través de los ojos soñadores de sus jóvenes protagonistas, de sus deseos de vivir, de conocer el mundo, y de echar a volar como pájaros blancos escapando de la jauría que les acecha.

El filme es un canto honesto “al valor que requiere ser buena persona”, que trata de colorear con pinceladas cálidas -como si de un cuento se tratase-, el lienzo rugoso y áspero de unos acontecimientos históricos sobradamente conocidos, y quizá algo gastados en el cine y en la cultura popular de las últimas décadas. En todo caso, dibuja una historia hermosa que deja un buen sabor de boca final, y que subraya sutilmente el hecho de que nadie está libre de ser víctima -pasiva o activa-, del odio irracional y de la persecución, y que del bullying al genocidio sólo hay una casilla en el tablero de la miseria humana.

Sinopsis         

 Alas Blancas es una increíble historia sobre el valor y la bondad, continuando con el universo Wonder, que ya nos enamoró en 2017 con la película protagonizada por Julia Roberts y Owen Wilson.

En esta ocasión, la adaptación del libro de R.J. Palacio cuenta en su reparto con Helen Mirren (The Queen, Golda) y Gillian Anderson (Expediente X, La Caza) entre otros.

Julian lucha por pertenecer a un grupo desde que fue expulsado de su antiguo colegio por maltratar a Auggie Pullman. Para concienciarle, su abuela (Helen Mirren) le revela su propia historia de valentía: durante su juventud en la Francia ocupada por los nazis, un chico le protegió arriesgando su propia vida. Ambos encontraron el primer amor en un asombroso y mágico mundo de su propia creación, mientras la madre del chico (Gillian Anderson) lo arriesgó todo para mantenerlos a salvo.

Copyright del artículo © Fernando Mircala. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Diamond Films. Reservados todos los derechos.

Fernando Mircala

Artista, escritor, traductor y fotógrafo. Premio Lazarillo en el año 2000. Entre otros libros, es autor de 'Ciudad Monstrualia' (2001), 'El acertijo de Varpul' (2002), 'Eclipse en Malasaña. Una zarzuela negra' (2010), 'Lóbrego romance, pálido fantasma' (2010), 'Compostela iconográfica' (2012), 'Pentagonía' (2012), 'En un lugar de Malvadia' (2016; ilustrado por Perrilla), 'Pánico en el Bosque de los Corazones Marchitos' (2019), 'Versos para musas y cuatro cuentos de Edgar Allan Poe' (2019) y 'Concéntrico' (2022).