Cada cierto tiempo le nace a la literatura canadiense un nombre propio, un escritor notable, capaz de agitar el árbol de la narrativa local con una fuerza inesperada. El caso de Martine Desjardins apunta en esta dirección.
No resulta fácil contar en pocos párrafos de qué trata un libro como éste, en el que Desjardins aborda algo parecido a una saga familiar desde su costado más sorprendente. ¿Novela gótica? ¿Folletín con un toque de azufre? ¿Comedia negra, a medio camino entre el humor británico y Delicatessen (1991), de Jean-Pierre Jeunet? Las etiquetas son útiles, pero como los lectores podrán comprobar, se quedan cortas.
Aunque los protagonistas podrían nacer en fechas aleatorias (en realidad, uno se los imagina habitando en una novela victoriana), el hecho es que, a su manera, definen la clase media y alta de Montreal durante la primera mitad del siglo XX (en concreto, se nos avisa de que la acción transcurre entre 1913 y 1963).
Se presta la identidad del principal narrador ‒la propia vivienda en la que habitan los personajes‒ a otras consideraciones interesantes. Como sucedía en La casa (1954), de Manuel Mujica Láinez, la idea de una residencia contándonos lo que ocurrió en sus estancias brinda una dimensión fantástica a una travesía densa y cuajada de acontecimientos.
Antes mencioné la etapa histórica que abarca el libro. En este caso, la perpetuación de la memoria no tiene que ver con letras cinceladas en mármol o con estampas solemnes. Muy al contrario. La cámara verde es una novela divertida, sutil, juguetona, insólita… un libro sobre la avaricia, en cuyas páginas germina la excentricidad, al tiempo que, en un segundo plano, se dibuja el desarrollo del moderno Quebec.
El elenco de personajes me parece inolvidable. Pensemos, por ejemplo, en Louis-Dollard Delorme, señor de la casa y gran maestre de un estrafalario culto capitalista («Dólar nuestro tan apreciado, / abónense tus fondos, / lléguennos tus ahorros, / háganse tus depósitos en el Tesoro como en los libros»), en su mujer, Estelle Monet, en su hijo Vincent o en las hermanas Delorme: Mórula, Glástula y Bástula. Eso por no hablar de la joven Penny Sterling, que llega a la hogar de los Delorme con el destino de zarandear los cimientos familiares.
Martine Desjardins administra el humor y la fatalidad con admirable equilibrio, y gracias a su buen oficio, esta insólita narración se convierte en un retrato de costumbres y personajes tan incandescentes como el filamento de una bombilla.
Sinopsis
Traducción de Luisa Lucuix Venegas.
Una obra maestra del gótico canadiense, deudora del mejor Robertson Davies, y que bien podrían haber firmado Shirley Jackson o Margaret Atwood. Una de las más divertidas y mordaces sagas familiares de los últimos años, galardonada con el premio Jacques-Brossard.
Todas las casas tienen sus pequeños secretos, pero algunas los protegen con más ahínco que otras. Durante años, los engaños y vilezas de la familia Delorme han sido celosamente custodiados por las robustas paredes de su hogar, una mansión gótica situada en Mont-Royal, a las afueras de Montreal. Tras sus sesenta y siete cerraduras, el edificio ha ocultado las historias más perturbadoras de sus habitantes. Sin embargo, todas ellas saldrán a la luz con la irrupción de la intrigante y hermosa Penny Sterling. Con su llegada se desvelarán los pecados de los Delorme, incluyendo los cometidos en la habitación abovedada conocida como «la cámara verde», donde se esconde el espeluznante cuerpo de una mujer momificada que sujeta entre los dientes un ladrillo con una moneda de plata.
Martine Desjardins (Mont-Royal, 1957) nació en 1957 en Mont-Royal, un barrio de Montreal. Estudió Literatura Comparada, Italiano y Ruso. Es colaboradora habitual de diversos medios, como Elle Quebec y L’Actualité. Dio el salto a la fama en 1997 con su primera novela, Le Cercle de Clara. En 2005 obtuvo el Premio Ringuet de la Academia de las Letras de Quebec por L’Evocation. Su novela fantástica Maleficium (2009) le granjeó el Premio Jacques-Brossard de Ciencia Ficción y Fantasía, galardón que ha obtenido de nuevo en 2017 gracias a La cámara verde, su quinta novela («Un estilo cincelado, teñido de poesía y brío humorístico», Les libraires), considerada su mejor obra hasta el momento.
Entrevista con Martine Desjardins
¿Es La cámara verde una crónica nostálgica de tu vida en Mont-Royal?
La novela está inspirada en la historia de mi familia en esta ciudad, tanto por parte de mi padre como por la de mi madre. En ambas, el dinero y las herencias han causado multitud de problemas. Mi abuelo era promotor inmobiliario, como Prosper Delorme, y también era un hombre de gran avaricia. He crecido en un universo donde el dinero era sagrado, donde cada gasto debía estar justificado y donde el despilfarro era considerado un crimen.
¿Hay muchas familias como los Delorme en Montreal?
Hoy en día, la mayoría de las familias están endeudadas y viven de préstamos bancarios. Pero durante la crisis económica, la gente llevaba una vida austera y escondía el dinero en los colchones. Por otra parte, la novela de Québec más popular de la época era la historia de un avaro, Séraphin, que es sin duda el personaje más conocido de nuestra literatura. Esta novela, titulada Un hombre y su pecado [escrita por Claude-Henri Grignon en 1933] ha sido adaptada al teatro, la radio, la televisión y, recientemente, al cine [Séraphin: Un homme et son péché, dirigida en 2002 por Charles Binamé].
¿Crees que nuestra familia nos predestina en cierto modo, como si estuviéramos “malditos”?
Para mí, la familia no tiene influencia en nuestra naturaleza más profunda, pero es sin duda un factor determinante (positivo o negativo) de nuestro futuro. Para un escritor, la peor maldición familiar es, sin embargo, una bendición, porque resulta una fuente de inspiración inagotable. Sobre esto, el escritor estadounidense Philip Roth escribió: “cuando nace un escritor en el seno de una familia, dicha familia está condenada”.
¿Cuál es tu personaje preferido de la novela? ¿Y el que más aborreces?
Siento un cariño especial por la mansión en sí misma, porque encuentra una manera de defenderse y de proteger aquello que ama a pesar de su impotencia. El personaje más detestable de la novela es sin duda Estelle, cuya avaricia ha borrado cualquier rastro de compasión humana.
¿Es el dinero el dios más adorado de nuestro tiempo?
El dinero ha sido, desde siempre, objeto de veneración. La diferencia es que ahora practicamos esta fe a diario, sin ningún escrúpulo. Es increíble que las desigualdades entre las personas sean tan grandes y que se preste tan poca atención a los valores humanos.
La historia de La cámara verde esta contada desde el punto de vista de la mansión. ¿Por qué elegiste una voz narrativa tan innovadora?
Las casas siempre me han parecido una extensión del cuerpo humano. La estructura es el esqueleto, el tendido eléctrico el sistema nervioso, la fontanería el aparato digestivo, la calefacción el sistema circulatorio, las ventanas son a la vez ojos y pulmones… Hay un refrán francés que dice: “las paredes tienen oídos”. Según esto, no es difícil imaginar una casa narradora.
¿Qué clase de secretos podrían contar nuestros hogares sobre nosotros?
Un hogar es un lugar privilegiado donde podemos ser de verdad nosotros mismos, protegidos de la mirada de los otros. Si las paredes pudiesen hablar y contar lo que saben, nuestra vida privada quedaría expuesta: los gestos íntimos, las conversaciones personales, las informaciones confidenciales… Exactamente los mismos secretos que hoy en día están amenazados por la vigilancia excesiva de nuestros dispositivos electrónicos.
¿Qué importancia tienen los elementos sobrenaturales en tu literatura?
Cuando escribo, nunca soy consciente de estar refiriéndome a algo sobrenatural. Para mí, la ficción es lo contrario de la realidad. La concibo como un universo paralelo que no obedece a las mismas leyes físicas y temporales que el nuestro. No entiendo entonces por qué un autor de ficción se limitaría a representar únicamente nuestra realidad, ya que puede explorar el infinito a través de su imaginación. Los sucesos sobrenaturales que narro me resultan tan naturales como los reales.
¿Definirías tu trabajo como “fantasía”?
Esta etiqueta ha perdido gran parte de su significado en los últimos años. El género fantástico, que solía estar reservado a los aficionados, ha conquistado a un público mucho más amplio. Interesa a autores consagrados como Kazuo Ishiguro, Salman Rushdie, George Saunders o Mariel Barbery, cuyas novelas han obtenido importantes premios literarios. Realmente, la fantasía no es un género aparte. Yo califico muchos de mis libros de “curiosidades literarias”. Son como cajas repletas de pequeñas cosas extrañas y asombrosas.
¿Cuál es la situación actual de las mujeres escritoras en Canadá?
Las escritoras canadienses, entre las que se encuentran Alice Munro (Premio Nobel de Literatura 2013) y Margaret Atwood, han alcanzado una reputación y un reconocimiento extraordinarios en todo el mundo. Son tan publicadas como los hombres. Sin embargo, a menudo sus obras son menos reseñadas en los medios de comunicación y obtienen menos galardones que las de ellos. Su situación económica también es mucho más precaria que la de los autores masculinos. Aún queda mucho trabajo que hacer para alcanzar la igualdad.
¿Cuáles son tus referentes literarios?
Edgar Allan Poe fue mi primer descubrimiento literario, y hoy en día lo releo con mucho placer. También me han influenciado mucho los escritores románticos alemanes, los góticos ingleses y Dostoïevski. Mi escritor español preferido es Arturo Pérez Reverte.
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