Quien se haya topado con El cristiano mágico, en la estupenda traducción de Enrique Gil-Delgado para Impedimenta, sabe perfectamente a qué me refiero cuando hablo de esta novela como un título tan singular como atrayente.
Terry Southern inventa en estas páginas un personaje memorable: Guy Grand, millonario excéntrico, aficionado a gastar sumas ingentes en bromas terribles.
Como si pretendiera agitar en la misma copa el capitalismo y el surrealismo, Grand idea salvajadas de lo más ocurrente. Salvajadas que van subiendo de tono a medida que avanza su aventura.
¿Queda al final del relato alguna faceta del american way of life que no haya sido puesto en solfa o ridiculizado? Si nos dejamos enredar por el bueno de Grand, es casi seguro que aprendamos nuevas definiciones de palabras como sarcasmo, al tiempo que vemos cocerse a fuego lento todos esos ingredientes que conforman el culto al dinero.
No adelantaré detalles al lector, precisamente porque esta es una de esas novelas en las cuales la sorpresa –como en los buenos chistes– es un tesoro que conviene guardar hasta el final.
Dios nos pille confesados, amigos míos, ante la inventiva de Southern… Ahorro al lector detalles biográficos sobre el autor de esta novela. Al final de estos párrafos tendrán noticia cumplida de su vida y milagros. De momento, quédense con esta idea: Terry Southern fue un soberbio articulista que se dedicó al oficio de guionista con el ímpetu de un jugador de rugby lanzado al ataque.
Apunto con ello a la evidencia de que su estilo requería estruendo pirotécnico. Es más: sus textos periodísticos, sus cuentos y sus libretos poseen una frescura salvaje que le convierten en pionero por partida doble. Lo fue del llamado Nuevo Periodismo y también de esa nada sutil variante del humor –libre y espontánea– que triunfó en películas como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú o en programas televisivos como Saturday Night Live (¿Lo adivinan? Southern estuvo detrás de esos y otros muchos títulos que son la fibra de toda una época).
Por supuesto, queda la cuestión del estilo. Llega, pues, el momento de elegir los adjetivos. Satírico, audaz, hipster…
Descubrí el significado de hipster en otro libro de Southern, A la rica marihuana y otros sabores, una antología que Anagrama editó en 1977 –con portada de Julio Vivas–, y en la que uno podía leer párrafos como éste: «El hash pareció ejercer un buen efecto en la manera de tocar de Buddy. Por supuesto lo ejerció en la manera de escuchar de Murray. Cada nota y cada matiz llegó directamente hasta él a través del estruendo del servicio de la barra y la cercana charla susurrante como si tuviera unos auriculares conectados al piano».
«Eres demasiado hip, tío»
Southern reinó en el París de la posguerra, tuteó a los beatniks en Greenwich Village, compartió mesa en el Swinging London de los sesenta, fue inmortalizado en la portada de Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band y asistió al nacimiento del Nuevo Hollywood como guionista de Easy Rider a comienzos de los setenta. Ignoro cuáles fueron las razones del destino para situarle siempre y en todo momento en el centro de la más rabiosa modernidad, pero el hecho es que aún podemos gozar del resultado, tanto en sus películas como en sus libros.
De ahí que El cristiano mágico sea una excelente ocasión para acercarnos al universo de este singular maestro de ceremonias.
Hablamos de la primera novela que firmó en solitario. Terminó de corregirla en Ginebra, durante el invierno de 1958, y André Deutsch la publicó en la primavera del año siguiente. No todas las críticas fueron positivas, claro que no, pero el libro mereció esa condición que tantos escritores anhelan: se convirtió e una obra de culto.
En 1962, por encargo de Esquire, nuestro hombre entrevistó a Stanley Kubrick, quien había leído El cristiano mágico durante el rodaje de Lolita, por recomendación de Peter Sellers. Una cosa llevó a la otra… Ya saben, el dichoso efecto mariposa… Kubrick quiso que Southern rescribiera el guión de Teléfono rojo y Sellers se ocupó de incluirle en el equipo que facturó las distintas entregas de La pantera rosa.
Después de asistir al Festival de Cannes en 1966, donde conoció a Andy Warhol, el escritor alternó dos proyectos como guionista, Casino Royale –ya estoy oyendo la banda sonora de Burt Bucharach– y la adaptación al cine de El cristiano mágico, bajo la atenta mirada de Peter Sellers.
Por desgracia, aunque el borrador de Southern fue revisado por dos expertos en humor negro como Graham Chapman y John Cleese –dos de los Monty Python–, la película sigue un rumbo diferente al marcado por el libro. Carece de sus virtudes y su mayor interés reside en el reparto: un camarote de los hermanos Marx en el que se agolpan Sellers, Ringo Starr, Raquel Welch, Christopher Lee, Richard Attenborough, Laurence Harvey, Yul Brynner y Roman Polanski, entre otras celebridades.
Sinopsis
Estamos ante uno de los libros más extravagantes, crueles y salvajes jamás escritos sobre América, y probablemente ante la obra maestra de Terry Southern.
Guy Grand es un millonario excéntrico (el último de los grandes derrochadores) decidido a crear desorden en el mundo y dispuesto a no escatimar gastos para conseguirlo. Tras una vida marcada por las bromas pesadas y los planes enloquecidos, su último objetivo consiste en probar su teoría acerca de que nadie puede resistirse al poder del dinero, y que, por conseguirlo, cualquiera haría lo que se le pidiera, por más degradante que fuese. En el universo de Guy Grand, todos tienen un precio, y él está dispuesto a pagarlo.
El cristiano mágico, jamás hasta hoy traducida al castellano, es una sátira sobre la obsesión americana por la grandeza, el poder, el dinero, la televisión, las armas y el sexo. Una novela hilarante, original y perversa, firmada por un auténtico genio de la comedia.
Terry Southern (Texas, 1924 – Nueva York, 1995) es uno de los padres indiscutibles de la contracultura americana. Se alistó en el ejército de los Estados Unidos y participó en la Segunda Guerra Mundial, donde llegó al grado de teniente. Tras graduarse en filosofía en la Northwestern University, en 1948 se trasladó a París para estudiar Letras en la Sorbona. Allí comenzó a frecuentar los círculos artísticos (fue amigo de Jean Cocteau, Jean Paul Sartre y Albert Camus) y a publicar cuentos en la revista New Story y en Paris Review. A su regreso a Nueva York, se afincó en Greenwich Village y allí se convirtió en una figura relevante de la escena artística de los últimos años cincuenta, además de ser uno de los precursores de la generación beat y del movimiento de contracultura norteamericano.
En el año 1956 se trasladó con su segunda esposa a Ginebra, y fue allí donde escribió su novela Flash and Filigree (1958). Trabajó en Candy (1958, que coescribió con Mason Hoffenberg) y El cristiano mágico (1959).
De vuelta a los Estados Unidos, se estableció en East Canaan, Connecticut. Pronto su vida daría un vuelco cuando, por recomendación de Peter Sellers, que lo admiraba enormemente, aceptó la invitación de Stanley Kubrick para colaborar como guionista en Dr. Strangelove (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú). A partir de este momento su carrera fue meteórica. Recibió una nominación al Oscar por Dr. Strangelove y participó en los guiones de películas de culto como El coleccionista (basada en la novela de John Fowles, y en cuyos créditos no aparecía Southern), Casino Royale, Barbarella, Easy Rider (con disputas incluidas con Peter Fonda y Dennis Hopper, quienes alegaban que la mayor parte del guión lo improvisaron ellos, saltándose las escenas y los diálogos planificados por Southern), así como en una adaptación de su novela El cristiano mágico, protagonizada por Peter Sellers (en el papel de Guy Grand) y Ringo Starr, y que incluía cameos de Yul Brynner, Raquel Welch o Roman Polanski.
Por entonces escribe A la rica marihuana y otros sabores (1967). Ya en los setenta, inmerso en problemas crónicos de insolvencia económica, se embarcó en diversos proyectos, como la cobertura de la gira americana de los Rolling Stones en 1972, que acabó convirtiéndose en una bacanal continua, y que derivó en la publicación del libro Riding The Lapping Tongue, ese mismo año.
Durante los años ochenta colaboró como guionista en el célebre programa de la NBC, Saturday Night Live.
Terry Southern murió en octubre de 1995 tras desplomarse en las escaleras del Dodge College, en la Universidad de Columbia, donde iba a dar una clase.
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