Un excelente instrumento para la expresión del pensamiento. Eso es la música. Al analizarlo, se da uno cuenta de que la función de los maestros es aquí, como sucede con otras disciplinas intelectuales, un asunto primordial.
Maestros y mentores que sugieren a sus alumnos pasiones más o menos olvidadas. Maestros que hacen las preguntas que realmente merecen la pena, y que convierten cada una de sus lecciones en la prueba de cuán intenso es el beneficio que produce el esfuerzo.
Dentro de esa línea, fueron muchos lo que, con una actitud digna de ser perpetuada, vieron en las clases de Nadia Boulanger (1887-1979) la oportunidad de convencerse de algo substancial para cualquier intérprete o compositor: la música exalta el alma, pero aún es más importante otra cualidad, y es que, a la hora de conocer sus misterios, hemos de situarla en la categoría de los valores absolutos.
En estas conversaciones con Bruno Monsaingeon, Boulanger repasa detalles de su vida, desmiente alguna que otra leyenda ‒niega, por ejemplo, que fuera un genio desconocido‒ y reúne a lo largo de la charla una serie de consejos que valen para cualquier lector sensible, al margen de si se dedica o no a la música. Pienso, por ejemplo, en este: «Hay que conservar muchas cosas en la memoria, con el fin de tener compañía, buena compañía íntima. Todo cuanto sabemos de memoria nos enriquece y nos ayuda a encontrarnos a nosotros mismos. Si nos estorbara para encontrarnos significaría que no tenemos ninguna personalidad». O este otro: «Consentir los caprichos de un niño no es amarlo; amarlo es sacar lo mejor de él, enseñarle a amar lo difícil. Leopold Mozart enseñó a su hijo a superar lo imposible: tan sólo le pidió que hiciera lo que podía, pero lo podía todo».
Aunque, obviamente, estas conversaciones son un maravilloso catálogo de reflexiones musicales, también podemos leerlas con la impresión de que el pensamiento de Boulanger era de una inimaginable complejidad. Su inteligencia evoca una imagen tras otra, y detrás de cada anécdota, queda siempre la estela de una filosofía vital muy poderosa.
Sin duda, la nómina de amigos y pupilos de Boulanger nos serviría para resumir la historia del arte en el siglo XX. Para encajar esa experiencia en los límites de este libro, Monsaingeon reúne el testimonio de una serie de personalidades muy diversas ‒Leonard Berstein, Lennox Berkeley, Hugues Cuénod, Yehudi Menuhin, Jeremy Menuhin, Murray Perahia, Pierre Schaeffer y Paul Valéry‒ que contribuyen a perfilar el recuerdo de esta mujer legendaria e inolvidable.
Sinopsis
Con Mademoiselle, Bruno Monsaingeon nos ofrece—como ya hizo en Glenn Gould. No, no soy en absoluto un excéntrico— el testimonio de un personaje excepcionalmente lúcido y fascinante, Nadia Boulanger, «la Música personificada» según Paul Valéry. Pianista, directora de orquesta, mentora de Stravinski y maestra, durante sus casi setenta años de carrera formó a un buen número de notables compositores, directores e intérpretes del siglo XX, desde Gardiner, Markévich, Barenboim, Glass, Bernstein o Menuhin hasta Piazzolla o Quincy Jones. A partir de los materiales reunidos durante las conversaciones con Boulanger en sus últimos seis años de vida, Monsaingeon recopila y ordena las entrevistas para recrear la voz y evocar la presencia de la gran maestra de maestros. Un conmovedor homenaje a una figura admirable, sumamente influyente por sus indiscutibles dotes musicales y por su inolvidable magisterio.
Bruno Monsaingeon (París, 1943) es director de cine y escritor. Violinista de formación, la toma de contacto con la obra de Glenn Gould lo llevó a realizar y producir documentales de temática musical, la mayoría centrados en los intérpretes más notables de la música clásica del siglo xx. Es autor de algunos de los documentales más famosos sobre Gould, como Glenn Gould, the Alchemist (1974); Glenn Gould. The Goldberg Variations (1981) o Glenn Gould, hereafter (2006), así como de diversos libros dedicados a Gould, Sviatoslav Richter y Nadia Boulanger.
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