Hay que ver lo gagá que un anciano como yo puede llegar a estar: tantos años recibiéndoles en esta casa y todavía no había asomado por aquí una de las más colosales grandes personas con bigote que haya hollado la península ibérica, el gran Juan García Iranzo, inmortal creador de tebeos, estilista preciso, sabio narrador en imágenes y cachondo expresionista avant la lettre. Hoy se corrige este error trayéndoles a una de sus criaturas menos conocidas, el piloto interplanetario Pepito Rayo.
Aunque El Cachorro (1951) sea su obra más conocida -entre los pocos de ustedes que recuerden aquel Caribe esperpéntico y desmesurado- y Kosman (1960) su creación más genial, no se queda atrás este Flash Gordon de opereta y subdesarrollo que responde al castizo nombre de Pepito Rayo.
Llegado a la Luna y tras lidiar en el circo un Cerdo-Toro que riega por doquier sus ricos frutos, casa Pepito con Nina, la soberana, que sin lazo matrimonial previo no podía la censura aprobar entre ambos una convivencia prolongada. Concluida la ceremonia, toca recorrer el universo en busca de jarana, como corresponde a cualquier aventurero sideral que se precie.
Imagen superior: Uno de los más tempranos astronautas españoles en seguir los pasos de John Carter fue Pepito Rayo, viajero espacial, conquistador de mundos y de soberanas galácticas y verdugo de monstruos terribles, como los Gusanos Gigantes de Marte que vemos en la imagen. Fletó su astronave en 1946, bajo el sabio mando de su patrocinador, don Juan García Iranzo, regando, con el desparpajo que le caracterizaba, una España de pan negro, mal humor y pandereta…
Nadie se engañe por el trazo humorístico del autor, presente igualmente en sus historietas más realistas: Pepito Rayo es canónico émulo de Flash Gordon, y como tal enfrenta seres híbridos -hombres martillo, hombres clavo u hombres gorila-, monstruos de toda laya, reinas espaciales con ganas de fiesta y tiranos de sospechoso mostacho recortado. Pura fantasía de hambre y ensueño, aparecida en modestísimos cuadernos hacia 1946, tan fresca y lozana hoy como entonces, por más que nuestra congénita desmemoria se empeñe en sostener lo contrario…
Copyright del artículo © Pedro Porcel. Tras publicarlo previamente en El Desván del Abuelito, lo edito ahora en este nuevo desván de la revista Cualia. Reservados todos los derechos.