Finales del siglo XIX, Italia. La madre Cabrini (Cristiana Dell’Anna), se siente frustrada ante el papel pasivo que la Iglesia le tiene reservado a la mujer, y a ella en particular, una joven de salud quebradiza, pero impulsada por una energía torrencial y un deseo de servicio más volcado en la tierra que en el cielo.
Un telegrama llegado del Vaticano en respuesta a su petición de audiencia con el Papa, abrirá una puerta a sus expectativas y ambiciones, cambiando su destino, y probablemente el de muchos otros.
Una mujer italiana responde de un modo impecable a lo que se espera de una película biográfica. Centrada en unos hechos y un tiempo concreto, la cinta avanza a buen ritmo, y está contada con solvencia, buen gusto y una cuidada dirección artística. Provoca la emoción con sobriedad, sin excesos ni efectismos, mostrándonos a los personajes con una pincelada clara e impresionista, que los define y asienta de un modo natural.
La película no juega a ser épica, ni emplea trucos para ganarse el favor o la lágrima del espectador. Su director, Alejandro Monteverde, maneja a la perfección el lenguaje de la honestidad narrativa, sin alardes ni dramas sobreañadidos, con un estilo austero, elegante, dejando que todo fluya con transparencia, y consciente de que las grandes historias no necesitan de sofisticados maquillajes.
Al igual que en su anterior obra Sound of freedom, Monteverde se vuelve a enfocar en personajes reales, auténticos héroes sin capa, que dedicaron su vida a la lucha contra las injusticias que sufren los más desvalidos, especialmente los niños, huérfanos, desarraigados y explotados, víctimas sin recursos en un mundo depredador.
La película se inicia con la escena de un niño italiano, pidiendo auxilio desesperado, mientras empuja por las calles de Nueva York un carro de madera en el que su madre enferma agoniza. No recibirá ayuda en el hospital, ni nadie a su alrededor le prestará la menor atención hasta resultar demasiado tarde. Todo lo que la municipalidad está dispuesta a hacer por él, es trasladar el cadáver de su madre para ser enterrado en una fosa común.
La madre Cabrini tiene una misión, desea fundar una orden, pero sus superiores en la jerarquía eclesiástica le instan una y otra vez a “mantenerse en su sitio”, es decir, a aceptar y asumir su rol pasivo sin más pretensiones. Su terquedad la llevará a que el propio Papa la envíe a Nueva York -donde crece la colonia italiana sufriendo las peores condiciones-, para hacerse cargo, junto con un grupo de hermanas que la acompañan, de un hospicio en el barrio de Five Points.
El grupo de monjas desembarca en un lugar miserable, plagado de ratas, enfermedades, prostitución, hambre, y niños de origen italiano en su mayoría habitando cloacas entre borrachos y delincuentes. Pero Cabrini no se arredra y tiene claras sus prioridades. No tarda en adecentar un cuchitril y convertirlo en un hogar para huérfanos, ni le detienen los mil obstáculos que paralizan y sabotean sus planes.
La carencia de apoyos y de medios, la xenofobia de que es objeto, y su condición de mujer, son trabas que no hacen sino espolear su orgullo y lanzarla en pos de sus objetivos. Y poco a poco, ese primer hospicio se trasladará a otro más amplio y confortable, y un primer hospital para enfermos sin recursos dará paso a un segundo, y ya nada detendrá un proyecto de escala mundial, que llevaría a la beatificación de esta espléndida mujer en la misma plaza de San Pedro en el Vaticano donde unas décadas antes casi se ve expulsada por su incomoda insistencia.
“Hay que tener mucho coraje para descubrir lo que podemos ser”, dice la hermana en un ejercicio de introspección, midiendo sus propias energías e instando a otros a explorar sus virtudes ocultas. “Quiero construir un imperio, un imperio de esperanza”, clama con arrogancia y viéndose acusada por su ambición, en medio de la ciudad donde otro tipo de ambiciones no cuentan con el reproche ni la desaprobación pública. Y nos deja con una pregunta, que es la que el espectador debe llevarse para contestarse a sí mismo, y que no es otra sino “¿qué clase de mundo queremos, y qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo?”.
Vayan a ver esta hermosa y honrada obra de artesanía, labrada pulcramente con materiales nobles, buen oficio y una clara intención.
Sinopsis
Una mujer italiana (Cabrini) está dirigida por Alejandro Monteverde (Sound of Freedom, Little Boy, Bella). Basada en hechos reales, se sumerge en la vida y legado de la religiosa italoamericana Francesca Cabrini, mujer que fundó la congregación de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús en el siglo XIX. Nombrada Patrona de los Inmigrantes, y primera ciudadana estadounidense en ser canonizada por la Iglesia Católica, Cabrini dedicó su vida a los más vulnerables y desfavorecidos.
Francesca Cabrini es una inmigrante italiana que llega a la ciudad de Nueva York en 1889 y es recibida por enfermedades, crimen y niños empobrecidos. Cabrini emprende una audaz misión para convencer al hostil alcalde de que garantice vivienda y atención médica para los más vulnerables de la sociedad. Con un inglés deficiente y mala salud, Cabrini usa su mente emprendedora para construir un imperio de esperanza como nunca antes había visto el mundo.
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