Crítica: «Creed III» (2023)

Uno tiene la sensación de que la franquicia Rocky se compone casi en su mayoría de epílogos. Han pasado décadas desde Rocky V (1990), película que parecía finiquitar la carrera pugilística de un Balboa con problemas de salud de tanto ser noqueado. Pero desde entonces hemos tenido tres apariciones más del «Potro Italiano»: en Rocky Balboa (2006), donde Stallone se subía por última vez al ring para demostrar que todavía estaba en buena forma física, y en las dos primeras entregas del spìn-off Creed, estrenadas en 2015 y 2018, con el legendario boxeador ya ejerciendo de entrenador de hijo de su rival y amigo Apolo Creed.

Cabe pensar ya en un «Rockyverso» interminable que seguirá dejando películas derivadas del ¿clásico? original de 1976, presentando nuevos personajes y situaciones, aunque todo dependerá de la recepción por parte del fiel público rockyniano de la primera película de la franquicia que no cuenta con la presencia en pantalla de Sylvester Stallone y su papel más querido.

Aunque en los créditos de Creed III aparece como productor, Stallone ha lanzado críticas a la película (quizá sinceras, quizá para generar expectativa, como en el boxeo), lamentándose de la «oscuridad» excesiva en la trama y de no haber sido invitado a participar en la película en ningún aspecto, teniendo en cuenta de que ese universo cinematográfico es creación suya.

En realidad, Creed III no se aleja en casi nada a la mayoría de las películas de la franquicia (salvo por la ausencia de Rocky, claro está), y de nuevo tenemos un melodrama de manual, con todos los clichés y lugares comunes que llevan funcionando en el subgénero de las películas de boxeo desde el cine mudo.

En este caso, Adonis Creed ‒encarnado de nuevo por un Michael B. Jordan que aquí se estrena como director‒ se ha retirado del ring y ejerce de exitoso promotor, pero hasta el espectador más despistado sabrá que la acomodada, confortable y familiar vida de Creed sufrirá una crisis en aras de un espectacular combate final repleto de pathos y mamporros como panes.

La complicada infancia de Creed regresa en forma del ex-convicto Damian «Dame» Anderson (Jonathan Majors), un amigo de la infancia, clásica «mala influencia» pero también el tipo que introdujo al protagonista en las técnicas y la mística del boxeo. A todo eso le sumamos distintas alegrías y tribulaciones en el seno familiar de los Creed y diálogos dramáticos estándar hollywoodienses, con muchas frases del tipo: «Debes expresar tus emociones», «Tienes que perdonarte a ti mismo» y demás tonterías inútiles creadas por el psicoanálisis, pero que siempre dan una ilusión de profundidad entre combate y combate, que al final es lo que interesa.

Michael B. Jordan se las apaña en su labor de realizador, sin llegar a brillar pero sin titubeos de principiante, y los combates de boxeo resultan contundentes y efectivos, en especial por los desconcertantes y demoledores movimientos del brutal rival del héroe. Como en casi todas las películas más o menos recientes de la franquicia, se nota que no estamos ante una superproducción megalítica (esos cromas y auditorios de pega), pero no es algo que se le pida ser.

Aquí lo que se exige es la reaparición de personajes conocidos (aquí ya todos exclusivos de la serie Creed, no de la serie Rocky), melodrama, boxeo y banda sonora con buen y mucho hip hop. Lo que viene a ser una película para fans. Los espectadores casuales… bueno, tendrán ante sí un film modesto, razonablemente entretenido y muy fácil de olvidar.

Sinopsis

Después de dominar el mundo del boxeo, Adonis Creed ha progresado tanto en su carrera como en su vida familiar. Cuando Damian (Jonathan Majors), un amigo de la infancia y antiguo prodigio del boxeo, reaparece después de cumplir una larga condena en prisión, Adonis Creed quiere demostrar que merece una oportunidad en el ring. El enfrentamiento entre estos antiguos amigos es algo más que una simple pelea. Para ajustar cuentas, Adonis debe arriesgar su futuro para enfrentarse a Damian, un boxeador que no tiene nada que perder.

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