No teníamos bibliografía en español sobre los directores de orquesta. Por fin contamos ahora con una obra de conjunto debida a dos críticos musicales, Rafael Ortega Basagoiti y Enrique Pérez Adrián, autores de Música, maestro. De Mahler a Dudamel. La evolución de la dirección musical y sus principales nombres (prólogo de Martín Llade, Fórcola, Madrid, 2022, 425 páginas).
La conducción orquestal data del barroco y empezó siendo un simple ordenamiento rítmico dado con algún contundente bastón o rollo de partituras. Sólo a partir del siglo XIX, con la complejidad de la escritura sinfónica, el director pasó a ser un intérprete del cual dependía el buen o mal orden de la música en juego. La calidad de los conjuntos y el lucimiento o el capricho de los solistas no fueron sus menores pruebas de fuego en la tarea de convertir una muda hoja de papel con pentagramas y notas en música propiamente tal. Esta es la función decisiva que los autores confieren al maestro por excelencia porque cuando creemos escuchar a Beethoven o a Brahms no estamos ante un objeto dado como un texto literario impreso, un edificio o un cuadro, sino ante una traducción que lleva del silencio al sonido.
La tarea no era fácil pues de los grandes nombres del Ochocientos no tenemos pruebas sonoras, que sólo se producen a partir del disco. Hay que contar con testimonios escritos y una experta y estricta imaginación. Aparecen así modelos varios. Hay directores objetivos que privilegian la partitura (Toscanini) y otros, subjetivos, que subrayan la intermediación de un Alguien entre partitura y oyente (Furtwängler). La síntesis se da en otros nombres como Walter y Kleiber hasta llegar al objetivismo mecánico posmoderno y los intentos de reproducir la sonoridad de épocas difuntas, sin evitar sus obvias limitaciones para un público del siglo XXI. Nuestros críticos aciertan al no tomar partido aunque conceden dos capítulos a individuos, Celibidache y Von Karajan. El conjunto está muy limpiamente ordenado: tradición germánica, compositores que dirigieron, escuela rusa, escuela británica, escuela española, la americanización de los emigrados europeos y, tardía pero muy bienvenida, la aparición de las mujeres sobre el podio pues si ha habido reyes también ha de haber reinas.
El trabajo corría el riesgo del tecnicismo, es decir de meterse en las complejas intimidades de la dirección y valerse del esoterismo especializado para articular un texto ilegible en manos del lector curioso y afecto a la música. Lo han eludido. El libro cuenta con una documentación inmensa pero se la expone con orden clarividente donde se dan datos biográficos, trayectorias, descripción de repertorios y criterios, notas de época y divertidas anécdotas de cotilleo, un elemento que no ignoran los pasillos de las salas y los teatros. El volumen se puede leer de corrido, como una historia de la dirección pero también se puede consultar como un diccionario apoyado en una guía razonada de grabaciones fonográficas, filmes y videos. Podemos saber hasta cómo manejaban los maestros sus brazos y sus manos, y ver sus caras de cerca. Pasará el tiempo y habrá reediciones actualizadas pero con la presente llegamos hasta nuestros días, como quien dice: hasta el concierto de anteayer. La música no se cansará de sonar ni sus amantes tampoco dejarán de descubrirla.
Imagen superior: Leonard Bernstein al frente de la Orquesta Real del Concertgebouw en 1985 (Sjakkelien Vollebregt, CC).
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.