Los géneros cinematográficos evolucionan parejos a la sociedad, y lo común en las películas de misterio y/o terror actuales es que las tecnologías digitales formen parte importante de la trama. Ahí tenemos, por ejemplo, títulos como Open Windows (Nacho Vigalondo, 2014) o Eliminado (Levan Gabriadze, 2014), donde típicas historias de suspense y miedo se narran a través de las pantallas de diferentes redes sociales o aplicaciones informáticas.
Así pues, ¿queda todavía espacio, en este mundo de Instagram, Skype y Facebook, para esos films de enigmas y espantos góticos donde la atmósfera y la sugerencia siempre importan más que la exposición de la verdad oculta en la sombra?
Hay quien sigue intentándolo, pese al desigual resultado que se obtiene ante el público actual. Podemos recordar el éxito de una reciente producción Hammer, La mujer de negro (James Watkins, 2012), un excelente derroche de terror gótico, muy efectivo, generador de no pocas pesadillas y de una mediocre secuela.
Por su parte, Guillermo del Toro ha cultivado distintos palos de la narrativa gótica en sus films, incluyendo el irregular pero exuberante folletín La cumbre escarlata (2015), una preciosa película que no pretendía ser de terror, pero que se vendió así, lo cual fue un error comercial.
Gore Verbinski alcanzó la fama al realizar un remake del film japonés The Ring que superaba al original (o eso dijeron críticos que muy posiblemente no vieran el original. De no ser así, esa valoración no se entiende). La carrera de este cineasta ha oscilado entre lo brillante y lo fallido (tanto Piratas del Caribe como El Llanero Solitario alternan momentos grandiosos y atrevidos con cierto aburrimiento hollywoodiense). Ahora, Verbinski se atreve con un ejercicio de misterio y goticismo a la vieja usanza, pero ambientado en el mundo contemporáneo.
El protagonista es un yuppie (¿todavía se dice así?) de Wall Street que, por razones profesionales y accidentales, abandona los rascacielos de oficinas y las zarandajas del wifi para verse recluido en un balneario situado en un castillo de los Alpes (Tanto Batman como los espectadores sabemos que los balnearios para ricos siempre ocultan peligros).
Que el joven en cuestión esté interpretado por Dane Dehaan, cuyo parecido físico con Leonardo DiCaprio se ha comentado hasta la saciedad, y que la narración transcurra en un sanatorio donde se juega con la cordura del personaje, nos hace recordar en más de un momento Shutter Island (Martin Scorsese, 2010). Traumas psicológicos y paranoias aparte, La cura del bienestar hunde sus raíces en las viejas películas de la Hammer, Roger Corman o Mario Bava, por no hablar de toda la literatura derivada de la obra de Edgar Allan Poe.
Sin alcanzar una experiencia visual de gran impresión, Gore Verbinski cumple con su trabajo al servirnos imágenes de calidad. En este sentido, el director honra la tradición del clásico cine de terror, e incluso añade a su banda sonora una nana inquietante y repetitiva, al estilo de Suspense (Jack Clayton, 1961) o La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968).
Los propios personajes son tan recurrentes dentro del género que no cuesta imaginar a un joven Jack Nicholson en el papel del joven protagonista o a Vincent Price como el elegante doctor a cargo del balneario, en este caso encarnado por un estupendo Jason Isaacs. Ni siquiera falta la damisela delicada y sufrida, papel reservado para la muy apropiada (incluso por su nombre) Mia Goth.
El principal problema de esta película es su excesiva duración (¡146 minutos!). El film está alargado sin ninguna necesidad, perdiendo gran parte de la tensión y del interés con escenas reiterativas y que no aportan gran cosa al relato. El aficionado veterano recordará cómo los citados Corman o Bava nos contaban historias muy similares a ésta en menos de 90 minutos, ofreciéndonos cintas muy superiores con menos metraje y menos dinero que el que usa Verbinski en este bienintencionado, aunque algo agotador, ejercicio de estilo.
Sinopsis
La cura del bienestar, original del visionario director Gore Verbinski, es un escalofriante y endiablado thriller psicológico. Dane DeHaan encabeza el reparto en el papel de Lockhart, un obsesivo agente de bolsa de Wall Street que es enviado por su empresa a un remoto balneario alpino para someterse a tratamiento. Lockhart tiene la misión de traer de vuelta a Pembroke (Harry Groener), director general de su empresa y paciente del balneario, quien ha dicho a su equipo que no tiene intención de regresar a Nueva York. Lockhart llega a la apacible clínica en la que, supuestamente, los residentes reciben una cura milagrosa. Aunque, en realidad, parece que sus enfermedades se agravan. Investigando los tenebrosos y desconcertantes secretos que oculta el establecimiento, conoce a una joven, la inquietantemente hermosa Hannah (Mia Goth), paciente ella misma. También conoce a otra paciente, la excéntrica señora Watkins, interpretada por Celia Imrie, que ha realizado por su cuenta algunas labores detectivescas.
En breve, el director del establecimiento, el siniestro doctor Volmer (Jason Isaacs), diagnostica a Lockhart la misma enfermedad que a los demás pacientes, y éste descubre que está atrapado en el refugio alpino. Lockhart comienza a perder contacto con la realidad y tiene que soportar penalidades inimaginables en el transcurso de su propio ‘tratamiento’.
Al embarcarse en La cura del bienestar, Verbinski quería realizar un thriller que tuviese la profundidad, la perspicacia y la fuerza de los clásicos del género que él admiraba, como El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), Amenaza en la sombra (Nicolas Roeg, 1973) y La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968). La idea de una cura rápida –aunque sea transitoria e inadecuada–, junto con el malestar de la sociedad y la obsesión de una salud perfecta, eran temas que fascinaban a Verbinski.
“Empezamos examinando la idea de un sanatorio en los Alpes, un centro de bienestar que, en realidad, no le devuelve a uno la salud”, dice Verbinski, “y todo evolucionó lentamente desde allí. No quedó meridianamente claro que ésta fuera a ser una pieza de género y comenzamos a darle vueltas al concepto de inevitabilidad, con la sensación de que hay una enfermedad, una especie de mancha negra en la radiografía que no desaparecerá”.
Verbinski se sentó con el guionista Justin Haythe (El llanero solitario, Revolutionary Road). “Desde hacía algún tiempo, lo que yo tenía rondándome por la cabeza era un producto de varias influencias y preocupaciones, pero que principalmente provenía de una sospecha de la medicina”, dice Haythe, que se inspiró en las obras del escritor alemán Thomas Mann y del psiquiatra Carl Jung. “La película se ocupa realmente de la contaminación de nuestras mentes y cuerpos en el mundo moderno, y de nuestra obsesión por la pureza como consecuencia de ello”.
Además de autenticidad, Dane DeHaan aporta fuerza y vulnerabilidad a su complejo personaje. “Lockhart es un perfecto hombre de la calle a la vez que héroe para una película como ésta, que trata del bienestar, la ambición, la salud y la sociedad de hoy en día”, afirma DeHaan. “¡Que sea un hombre joven que trabaja en Wall Street dice mucho! Es francamente extraordinario lo que esos jóvenes que trabajan para empresas financieras tienen que soportar. Su vida es casi una serie interminable de novatadas. Trabajan de sol a sol, es como si les preguntaran: ‘¿A qué está dispuesto a renunciar en favor de esta empresa?’ Se les pide que permanezcan en sus escritorios la mayor parte del día y que trabajen, trabajen y trabajen. No hacen nada que sea verdaderamente útil para el mundo. Supongo que, en definitiva, su objetivo final es beneficio personal, poder y riqueza; ascender en la empresa y demostrar su valía a todos. Estas personas ganan dinero en cantidades disparatadas y eso es lo que persiguen. Para eso hace falta un tipo de persona muy específico”.
“Lockhart es un tipo que está decidido a tener éxito a toda costa”, explica Verbinski. “Hicimos que el personaje de Dane fuera un corredor de bolsa porque creo que, al fin y al cabo, tal es el ejemplo definitivo de ese tipo de persona. Gana dinero. De acuerdo. Pero, ¿qué es lo que realmente hace? Gana dinero de otras personas que hacen dinero a diferencia, por ejemplo, de quienes hacen vasijas de arcilla o zapatos. Estas personas hacen algo real. Lockhart ha decidido que no va a ser como su padre, quien no tuvo éxito. Él va a conseguir ese puesto en el consejo de la empresa. Hará trampas, mentirá, engañará y hará lo que sea para vencer a sus semejantes”, añade Verbinski, hablando de la motivación y la psique del personaje, que hunden sus raíces en la atribulada historia familiar del joven agente de bolsa.
“Cuando Lockhart llega al balneario, se niega a reconocer la realidad; no piensa que haya nada malo en él”, asegura Verbinski. “Pero su enfermedad es peor que la de cualesquiera otros pacientes. Se le diagnostica la misma enfermedad misteriosa y él mismo pasa a ser paciente del sanatorio. Comienza a investigar los secretos más hondos y más siniestros del lugar”, prosigue Verbinski. “Pero cuanto más se acerca a la verdad, más comienza a empeorar su comprensión de la realidad”.
Soberbio narrador y maestro del ritmo, Gore crea un ambiente inquietante y ominoso de principio a fin de La cura del bienestar, sumergiendo al público en el mundo del balneario, donde nada está claro ni es sencillo. “Es interesante porque creo que cuanto más enigmático se haga algo, en especial en este género, más posible es emplear una especie de lógica onírica”, afirma Verbinski. “Las cosas pueden seguir siendo enigmáticas porque se percibe que hay alguna otra fuerza; que sucede algo inevitable. Para mí, ésa es la gran burla: tratar de hacer que todo dé la sensación de que existe una enfermedad que no desaparece; que tira de nosotros. Orientamos la cámara pasillo adelante y dirigimos al protagonista hacia su definitiva epifanía. Una vez eso está en marcha, no es necesaria tanta exposición ni explicar cómo funciona todo. Uno simplemente tiene la sensación de que todo sucede por una razón”.
La mayor parte de La cura del bienestar fue rodada en Alemania (con rodaje adicional en Suiza y Nueva York). La diseñadora de producción Eve Stewart y Verbinski encontraron el marco perfecto para el balneario de Volmer en el Castillo de Hohenzollern, en las estribaciones de los Alpes de Suabia, en la Alemania meridional. “La belleza de ese castillo en especial consiste en que está muy aislado del paisaje que lo rodea”, afirma Stewart. “Parecía la esencia del ‘espeluznante castillo de la colina’. Pero lo que es realmente interesante es que, al acercarse a él, plantado en la colina, parece enorme”.
El impresionante y sobrecogedoramente austero castillo, que se remonta a la Edad Media, es la casa solariega de la Dinastía Imperial de los Hohenzollern y, en realidad, es el tercer castillo que se alza sobre el lugar: sólo la capilla medieval original se conserva después de la reconstrucción del siglo XIX. Yacía abandonado, olvidado y en ruinas hasta que el castillo actual fue construido a principios del siglo XIX. Basado en el estilo neogótico inglés y en los castillos franceses del Valle del Loira, la deslumbrante fortaleza de 140 aposentos es perfecta para representar al Instituto Volmer.
Además de en los berlineses Estudios Babelsberg, algunos interiores del aséptico balneario fueron rodados en el hospital militar de Beelitz-Heilstätten, que se alza, abandonado y en ruinas, en las afueras de Berlín.
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