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Deportiva

Si de estrellas del deporte se trata, aun para un lego como quien suscribe, los nombres son de aceptación unánime: Rafael Nadal, Leo Messi, Cristiano Ronaldo. Un tenista y dos futbolistas. Un deporte de élite y un deporte de masas. Un individuo y dos equipos. Rafa juega solo, se entrena solo, se erige en individuo autosuficiente. Leo y Cristiano funcionan dentro de un conjunto, necesitan apoyo y logística para ejercer de feroces taponeros, goleadores, astros del taponazo. En esta trama interviene un personaje directivo y supremo: el entrenador, director técnico o míster.

Si bien se mira, en el par de opciones –jugador solitario, jugador gregario– aparecen simbolizados dos elementos de la cultura posindustrial: el individualismo y la tecnificación, el poder de quien maneja instrumentarios. El uno se somete a sí mismo. El otro, somete a los demás. Se podrá razonar, como algunos casticistas nostálgicos, que Rafa encarna a la raza, en tanto Leo y Ronaldo son extranjeros y juegan a un deporte anglosajón. El argumento es falso. La inmensa mayoría de los españoles, por más raza que se nos busque, no jugamos al tenis, una disciplina igualmente anglosajona.

No obstante estas fantasías, lo cierto es que el deporte ha sido siempre una rebusca de emblemas, si no raciales, al menos nacionales. Se podrá decir que siempre detrás de una nación hay una etnia, por no invocar a la raza, vocablo degradado y absurdo conceptual a la luz de la genética. Pero, mirando el almanaque y yendo a la primera posguerra mundial, los años locos, damos con un auge deportivo que liga la locura de la guerra con el orden del juego y hasta con una concepción deportiva del Estado, como quería Ortega y Gasset. Los fascismos exaltaban la juventud, la giovinezza, primavera di belleza, los ambiguos y atléticos Wandernvögel. El deporte por excelencia era el que simbolizaba la lucha donde la juventud del deportista se identifica con la mocedad del soldado: el box. En efecto, boxeadores fueron estos luchadores solitarios que simbolizaban naciones: Uzcudun-España, Firpo-Argentina, Carnera-Italia, Schmelling-Alemania, Dempsey-Estados Unidos. Se aceptan ampliaciones.

Reducir la pelea al box, al juego corporal hermanado con el baile, con los sacudones del one-step, el fox-trot y el charleston, era una festiva manera de no hacer la guerra, convirtiéndola en algo lúdico. En cualquier caso, habría siempre un vencedor, es decir un derrotado. Y habría humillaciones que restañar, y justicieras venganzas que cobrar. Siempre los humanos jugamos a los símbolos para pedir su encarnación, su corporización. El deporte es un aporte y vaya gratis la rima. Lo malo es su inversión: la guerra simbólica que se torna concretamente bélica. Es cuando clamamos por la más quieta, la esencialmente inmóvil contienda: el ajedrez. Es un ejército miniado de marfil, lento de maniobras, silencioso y anacrónicamente jerárquico. Destrona a reinas y reyes sin instaurar la república. Va del orden a la anarquía y el vencedor restablece las filas pobladas del tablero. Un observador entusiasta del ajedrez, Jorge Luis Borges, dirá que la batalla es eterna.

Imagen superior: Nadal en el Masters de Cincinnati 2006 (Autor: James Phelps, CC)

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")

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