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«Panamá Al Brown. Una vida de boxeador», de Eduardo Arroyo

En el Occidente moderno, el dolor y la muerte son realidades que conviene camuflar, o que, en el mejor de los casos, desenfocamos, situando lo feliz en primer plano y lo riguroso muy al fondo, sin nitidez, con una profundidad de campo mal resuelta.

Gracias a su falsedad voluntaria, el cartón piedra y el papel crepé ‒antecedentes de los escenarios digitales‒ han ganado la batalla a esa verdad que aflora en los espectáculos arcaicos, cuya tradición de sangre y sudor se convierte, por derecho, en el último vestigio de la antigua civilización.

El boxeo pertenece a esta última categoría. En realidad, los púgiles son prácticantes de un deporte en el que cristalizan emociones milenarias. Por eso no debe sorprendernos que, al igual que sucede con la tauromaquia, este ritual apasione a los artistas plásticos por medio de una combinación de violencia, gloria, sordidez y épica.

El cine nos ha regalado unas cuantas obras maestras relacionadas con el pugilismo, y también encontramos en la literatura páginas inolvidables en torno al mismo tema. Tal es el caso de este libro de Eduardo Arroyo. Consciente de las horas bajas por las que pasa el mundo casi clandestino de las veladas y los combates, el pintor, escritor y escenógrafo confesaba hace unos años: «Debo ser el único español al que le interesa esto».

Arroyo siempre proclama esa «locura pugilística» ‒la expresión es suya‒ que aparece en su obra pictórica y, muy especialmente, en esta maravillosa biografía que dedicó a Alfonso Teófilo Brown, conocido como Panamá Al Brown (1902-1951), un púgil panameño, campeón del mundo del peso gallo y protagonista de infinidad de anécdotas a lo largo de una vida que oscila entre la tragedia, la poesía y el triunfo popular.

«Alfonso ‒escribe Arroyo‒. El poeta de lo existente, de lo imprevisible». El fracaso y el triunfo se dibujan en la geometría de este cuadrilátero, y ello comporta una clave filosófica en el modo de entender el libro. Antes de subir al ring y tras cada combate, aplaudiendo su valentía, acompañan al protagonista un buen número de celebridades artísticas y literarias ‒sin ir más lejos, Jean Cocteau, su escolta en la foto de portada del libro, y también su manager y protector‒. En todo caso, como sucede con tantas vidas ejemplares, y también en la novela negra, la existencia de Panamá Al Brown nos introduce en un prometedor frenesí que acaba con un desenlace sombrío, con el antiguo guerrero herido de muerte por la tuberculosis y la indigencia.

La vibrante prosa de Eduardo Arroyo, consagrada a los ritos y a la mitología del boxeo, se beneficia aquí de una impecable edición, primorosamente ilustrada y con todos los requerimientos estéticos que merece un texto con estas cualidades. Sin duda, se trata de una lectura imprescindible para conocer a aquel combatiente de origen humilde, frágil, temible, afortunado, juerguista, merecedor de amistades ilustres, y más adelante, como un anticipo de la muerte, castigado por las peores decepciones.

Sinopsis

Sólo lo excepcional merece ser vivido. Eduardo Arroyo, al que apasionan las historias de boxeadores vencedores y vencidos, dedica a Alfonso Teófilo Brown esta excepcional biografía. Panamá Al Brown fue uno de los más hermosos peso gallo de la historia del pugilismo; pero sobre todo, «un artista, un bailarín, un poeta». Nació en Colón, Panamá, en 1902. Muchacho negro de origen muy humilde, vagabundo boxeaba con su sombra y soñaba con luchar en un ring. Sin presente ni futuro, emigró al Nueva York de la ley seca, las bandas de gánsteres y de jazz, donde protagonizó sus primeros combates. De una delgadez de alambre, proyectado hacia arriba, sin pantorrillas, y con una cintura de avispa, se convirtió en el más grande peso mosca desde los días gloriosos de George Dixon.

Desde 1926, fecha de su primer combate en Europa, residió en París. Fue campeón del mundo de los pesos gallo, sin interrupción, de 1928 a 1935. En el centro del cuadrilátero, exhibía un magnífico repertorio de boxeador temible. Derribó a un buen número de valientes rivales –Émile MilouEugène CriquiGustave TigerEugène HuatKid ChocolateKid FrancisYoung PérezCarlos Flix o Roland Toutian–, derrotados ante la evidencia de una de las derechas más peligrosas de su época, hasta su encuentro con el valenciano Baltasar Sangchilli. Opiómano, bebedor, sifilítico, jugador, músico, homosexual y negro, el panameño logró algo impensable para entonces: convertirse en el mejor bantam del mundo.

Llegó a ser millonario, con un tren de vida frenético. Aficionado a los coches, los caballos –llegó a poseer su propia cuadra de carreras– y las apuestas, acumuló enormes deudas en los hipódromos y casinos de Deauville y Maisons-Laffitte. Frecuentó a Joséphine BakerCoco Chanel y Maurice Chevalier, y fue gran amigo de Jean Cocteau, quien ejerció de manager y consejero y le dedicó numerosos escritos. Arruinado, enfermo y abandonado por todos, murió miserablemente en Nueva York, en 1951.

«La primera edición del libro, en francés ‒escribe Francisco Javier Jiménez‒, apareció publicada en el año 1982 por la editorial Jean-Claude Lattès. La cubierta, resuelta tipográficamente, aparecía ilustrada con una pequeña fotografía del joven boxeador panameño, sonriente y retratado de cintura para arriba, tomada en París en 1928. Será en 1984 cuando se publique la edición alemana del libro que, con el título «Panamá». Das Leben des Boxers Al Brown, publicó Claasen Verlag, en traducción de Anna Kamp. La cubierta reproduce un dibujo original a color del propio Eduardo Arroyo. Una segunda edición alemana aparecerá publicada en 1987, con la misma traducción, en la editorial Ullstein. En la cubierta, resuelta con un diseño tipográfico, aparece silueteada otra fotografía de Al Brown, posando en calzón y sin guantes, en gesto pugilístico. Habrá que esperar a 1988 para disponer de la versión española del libro, en dos ediciones. La primera, publicada por Alianza Editorial, en traducción de Mª Concepción García-Lomas, y con prólogo de Luis Nucera. La ilustración de cubierta nos muestra una fotografía dedicada del mismo boxeador, de cuerpo entero, en calzón y pose de entrenamiento sin guantes, tomada en París en 1930. La segunda será publicada por Círculo de Lectores, con la misma traducción cedida por Alianza, y prologada por Fernando Savater. En esta edición, la cubierta, en cartoné, viene ilustrada por un collage compuesto de fotografías procedentes de la colección particular del artista, y la sobrecubierta es una versión similar de la edición alemana de 1984. Ya en 1995 aparecerá la versión italiana, publicada por Le Mani Ed. con el título Panamá Al Brown. Il ragno del ring, en traducción de F. Toso. De nuevo la cubierta, más sencilla, muestra la misma fotografía que la edición española de Alianza, pero recortada de cintura para arriba. Finalmente, en 1998, Eduardo Arroyo publicará una nueva edición, corregida y ampliada, en francés, en la editorial Grasset. La cubierta nos muestra una nueva fotografía del campeón mundial, tomada en país en 1937, en la que el panameño, en bata y con su icónica gorra blanca, está preparándose para un combate, atándose una zapatilla mientras uno de sus colaboradores le prepara las ventas para proteger sus tobillos de alfiler. Y ahora, por fin, sale a la luz esta nueva edición forcoliana de «Panamá» Al Brown. Vida de un boxeador, que parte de la edición original del año 1988, pero que se completa y amplia con los añadidos de la nueva edición francesa del año 1998, en traducción y revisión de Fabienne di Rocco«.

Eduardo Arroyo (Madrid, 1937) cursó estudios de Periodismo. En 1958 se exilió en París, donde inició su formación como pintor. En 1960 participó en el Salón de la Joven Pintura en el Museo de Arte Moderno de París.

En 1961 ya expuso su obra en la galería Claude Levin, y comenzó a colaborar con pintores como Gilles Aillaud y Antonio Recalcati. Fue uno de los principales impulsores del movimiento artístico Figuración Narrativa. Escenógrafo y dramaturgo, entre sus libros destacan Sardinas en aceite, BantamAl pie del cañónUna guía del Museo del PradoEl Trío CalaverasMinuta de un testamento, y Bambalinas.

Ha ilustrado obras de Juan Goytisolo y Zorrilla. Ganó el Premio Nacional de Artes Plásticas (1982), y es Caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa (1983).

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.